Capítulo 19.

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El desayuno ya estaba preparado poco después del amanecer. En aquella pequeña cabaña, Beatriz colocaba el último tazón de avena sobre la mesa cuando Arturo, aún soñoliento, venía tropezándose con cada objeto que se interponía en su camino.

—Parece que aún tienes sueño —le comentó ella—. ¿Y los demás?

—No lo sé.

Beatriz tapó el resto de los tazones y cubrió los panes con un pañuelo para resguardarlos de las moscas, se sentó en la mesa y acompañó al joven dragón.

—¿Por qué están solo ustedes dos aquí? —les preguntó Darren una vez que bajó a desayunar—. ¿Daliana y Gina siguen durmiendo?

—Morrigan llegó aquí en la madrugada y se llevó a Gina no se para dónde, y Daliana… Bueno, no he ido a verla —respondió Bea—. ¿Por qué no vas por ella?

Darren subió y la encontró asomada por la ventana. Se veía bastante pensativa y no se percató de su llegada a la habitación.

Enseguida dio unos golpes en la puerta.

—¿Te encuentras bien?

—Algo. —Lo cierto era que estaba afligida por lo de Morgana; y más aún por su hermana. No obstante se tocó la mejilla, recordando la bofetada que le propinó su hermana aquel día después de salir de Helheim. «¡Esta vez cruzaste los límites, Daliana!», le dijo con una mirada llena de ira mezclada con tristeza—. ¿También vas a abofetearme como lo hizo Gina? —soltó la niña.

—No he venido a eso.

—Hmm…

Darren sintió el ambiente muy tenso. Pensó en solo decirle que bajara a desayunar e irse cuanto antes, pero recordó el consejo que le dio Beatriz aquella noche. Suspiró y la acompañó a ver el verde pastizal de afuera.

—Gina me odia, ¿verdad? —preguntó de repente.

—Ella no te odia.

—Pero me abofeteó.

—Eso no significa que te odie. Creo que… tal vez se sintió… abrumada, pues… —No pudo evitar quedarse sin palabras—. Se me hace difícil encontrar la palabra. No soy bueno en esto.

—Sí, eres pésimo consolando, hermanito —mofó ella—. Pero muchas gracias por intentarlo. Ambos intercambiaron una sonrisa—. ¿Sabes, Darren? —Volvió a fijar su mirada hacia afuera—. Tal vez actué sin pensar, pero lo que hice, lo hice porque quería estar con mi abuela y metí la pata hasta el fondo esta vez.

»Estaba convencida de que lo que hacia estaba bien… pero no es cierto. La abuela murió, ocasioné que la profesora Morgana también. Todo por mi egoísmo. Al final solo traje tristeza a mis seres queridos. Ahora me arrepiento de haber obtenido este poder.

—Serafina me enseñó que es de humanos no siempre saber que es lo bueno o lo malo. Actuaste por lo que dictaba tu corazón y lo entiendo, no eres la única que pensó de esa manera. Yo también estuve en las mismas circunstancias. —Darren pensó que ya era momento de abrirse—. Me fui doce años y no vine a verte ni una sola vez. Solo quería conseguir una forma para volver con Serafina. Me dediqué a buscar sin descanso la guadaña de Morrigan que me olvidé de ti por completo. Prometí que te protegería y te abandoné. Perdóname por eso.

—No te preocupes por eso, ya quedó en el pasado. —Le colocó la mano en el hombro con gesto de perdón—. Cuéntame de Serafina. De seguro fue una diosa muy buena.

—Lo era. Era bondadosa, benevolente, imparcial, soberana, misericordiosa y amorosa.

—Eso se oye interesante. Háblame más sobre ella… y sobre los humanos, ¿sí? La Serafina del libro casi nunca está presente.

—Está bien, pero primero vayamos a desayunar.

Luego de comer, Darren y Daliana se quedaron en la mesa hablando sobre Serafina y de cómo era aquel pueblo de humanos. Bea y Arturo, sintiéndose curiosos, se sentaron a escuchar la charla justo después de dejar la cocina ordenada. La historia que escucharon tenía sus partes chistosas e intrigantes. Bea, observando la cara de Darren, se preguntaba cómo pudo vivir todo este tiempo recordando la matanza de su raza.

Más tarde, cuando Beatriz lavaba el arroz para preparar la comida, Daliana se acercó y se mantuvo al margen, observando como trabajaba su amiga.

—Bea…

El hada reaccionó ante la presencia de Daliana y, al mirarla, apreció un rostro curioso muy lindo.

—¿Pasa algo, Dalia? —le dijo, continuando con lo suyo.

—Solo me preguntaba si podía ayudarte en algo.

—Pues… ya nos quedamos sin laurel. Podrías ir por algunas hojas.

—¡Está bien! —Le esbozó una sonrisa—. Le diré a Arturo que me acompañe.

Y justo cuando iba a buscarlo, él entró por la puerta, arrastrando un saco de naranjas.

—¡Daliana! —la llamó muy animado—. Adivina quién vino.

Acto seguido, la princesa de Mercatrya atravesó el umbral.

—¡Brisa! —Corrió para recibirla con un abrazo.

Una vez dejaron el saco de naranjas en la cocina y subieron las cosas de la princesa al cuarto de Daliana, marcharon hacia un bosque cercano por las hojas de laurel. Fuera, la temperatura aumentaba rápidamente, pero estando rodeados por los árboles, los tres se sentían más relajados.

—Supe lo de la profesora Morgana —comentó Brisa—. Ella…

—¡Murió por mi culpa! —soltó Daliana.

—No, Daliana, no fue así —rebatió Arturo con firmeza.

—Hmm… —gruñó y continuó caminando. Los otros dos la siguieron y no quisieron hablar más del tema.

Finalmente, ellos llegaron a su destino, a un árbol joven de laurel situado al lado de una fosa llenada por un manantial. Llenaron una pequeña bolsa con las hojas y Brisa les comentó lo increíble que sería nadar un momento. Los otros dos aceptaron, y después de quitarse las botas, alzaron la cabeza y avistaron a un ciervo de cornamenta dorada bebiendo de la fosa. Enseguida, y en completo silencio, se hicieron señas para atraparlo, pues habían fracaso con la misión de aquella vez y nunca volvieron a intentarlo.

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—Pero bueno, los muchachos si se han tardado.

—¿Sucede algo, Bea? —interrogó Darren al llegar y notar su preocupación.

—Hace rato que mandé a los muchachos por unas hojas de laurel y aún no regresan.

Era poco más del mediodía y la comida ya estaba preparada. Darren enseguida fue hasta la puerta, esperando verlos regresar del bosque. Miró alrededor y detuvo la mirada hacia el lado más llano del lugar. La figura de dos individuos se acercaba lentamente hacia la cabaña. ¿Quiénes serán? Gigantes no son. Era difícil de distinguir.

—De seguro son Gina y Morrigan —le hizo saber Beatriz.

—Es difícil de distinguir, pero creo que sí son.

—¡Darren! —le gritó una de aquellas figuras mientras saludaba con la mano.

Las especulaciones de Bea eran ciertas; se trataba de Gina y Morrigan. Pero ¿a dónde habrán ido? Darren los miró sorprendido, imaginándose que ambos estaban comenzando a salir.

Cuando llegaron por fin a la cabaña, les platicaron lo que estaban haciendo, dejando a un lado un arco con flechas y la oz. El plan de ambos era entrar nuevamente a Helheim para buscar a Morgana.

—¿Y hay algo? —indagó Darren.

Estaban sentados en la mesa del comedor, ante un humeante tazón de arroz con carne de pato guisado. De vez en cuando, Darren echaba un ojo hacia la puerta, por si llegaban Daliana y sus amigos.

—No. Nada —respondió Morrigan con resignación—. Hemos intentado entrar a Helheim, pero las entradas están selladas.

—Eso quiere decir que el inframundo está en crisis tras la muerte de Hela —dijo Darren.

—Puede que sí, puede que no. Eso lo averiguaré en Glaðsheimr.

—¿Iras a preguntarle a los dioses después de lo que te hicieron? —Darren hallaba absurda la idea.

—Tengo un hermano que está a favor de nosotros, él me ayudará.

Darren aún estaba en desacuerdo. Quería encontrar algún otro método, pero no sé le ocurría nada mejor.

—De acuerdo. ¿Cuándo iremos? —intervino Gina.

—Esta vez no puedes acompañarme, Gina. El encuentro con mi hermano ya es, por sí, muy peligroso.

—¡Pero Morgana es mi amiga! —declaró algo alterada.

—Gina, déjame esto a mí. Buscaré el cuerpo de tu amiga y lo traeré.

—¿Y qué haremos nosotros? ¿Nos quedamos sentados?

—O bien podrían ir al festival de equinoccio de primavera en Fairytree. Son muy buenas. —Miró a Bea—. ¿A qué no, pequeña hada?

Ella afirmó con una timada sonrisa. Pero aquella sonrisa cambió al momento en que escucharon a alguien gritar. Aquellos gritos provenían de afuera. Eran de Brisa, y enseguida se imaginaron lo peor.

—¡¡¡Ayuda!!! ¡Hagan que se detenga! ¡Rápido! —Gritaba Brisa mientras estaba siendo arrastrada por el ciervo.

Iba de un lado para el otro, e incluso fue arrastrada sobre las aguas de los riachuelos que pasaban por allí.

—¡No seas inútil, solo suelta la soga! —indicaba Daliana, persiguiéndolas con Arturo.

—¡Si lo hago, va a escapar otra vez!

Por otro lado, Morrigan y los demás miraban sonrientes desde la puerta. Pero en ese instante, una pequeña frase cambió la sonrisa del dios en una singular atención hacia la niña que la pronunciaba. “Etachimak” era la frase. Era un hechizo de paralización pronunciado en el idioma de los dioses. También pudo sentir la fuerte energía que irradiaba. Enseguida se preocupó.

—Si Daliana sigue usando los poderes de mi hermana, le será más fácil a mi padre poder rastrearla. —Se fijó de nuevo en ella. En sus ojos no solo había  angustia—. Además, el cuerpo humano no hecho para poder Tarén. Si continúa usando ese poder tan poderoso, será consumida por él.

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De camino a Fairytree en uno de los carruajes de Brisa, Daliana miraba pensativa la Turmalina que le dio Morrigan. Recordaba la advertencia del dios que, por ningún motivo, debía usar sus poderes. Alzó luego la mirada y vio a sus hermanos conversando. La expresión de Gina era muy distinta a la de hace unos días; está vez sí estaba sonriente. Por otro lado, Brisa y Arturo estaban sentados frente a ella, moviendo sus pulgares como si fueran dos luchadores en medio de una pelea. Daliana podía ver la concentración en los ojos de sus amigos mientras sus dedos saltaban y se enredaban. Estaban entregados completamente en su juego. Incluso Darren y Gina, atraídos por la feroz batalla, se volvieron a mirar, apostando luego una ronda de cervezas.

Brisa, movida por las palabras motivadoras de Gina, empezó a mover más rápido que nunca sus dedos, pirueteándolos con habilidad. A pesar de recibir motivación por parte de Darren y Daliana, los dedos de Arturo eran más lentos y torpes, incapaces de seguir el ritmo de los movimientos de su contrincante.

De repente, un grito de júbilo se escuchó.

—¡¡¡Si!!! Gané, gané, gané —no paraba de repetir Brisa con una sonrisa de oreja a oreja mientras elevaba sus dedos triunfantes al cielo.

Gina la acompañó muy sonriente en su merecida victoria. Al mismo tiempo Darren y Arturo se sentían un poco decepcionados, pero no podían negar lo habilidosa que había sido Brisa.

—Tú pagas la primera ronda —le recordó Gina a Darren.

Verlos tan animados y conectados por la amistad, hizo aparecer una amplia sonrisa en el rostro de Daliana. Era algo satisfactorio. Ese grupo de personas tan especiales hacía que se sintiera como la niña más afortunada del mundo. No podía pedir más que continuar con esa relación confiable y duradera con ellos, su familia, quienes la hacían sentir una vida plena y significativa.

De repente, un olor suave y agradable entró por las ventanas del carruaje. Todos se detuvieron y miraron por una de ellas. La tierra de hadas comenzaba a avistarse. Un enorme sauce, cuyas ramas curvadas y robustas, se entrelazaban para formar un castillo. Sus hojas parecían ser preciosas gemas. Unas resplandecientes cascadas se derramaban de las ramas y caían en un riachuelo adornado con coloridos pilares de basalto.

—Hemos llegado —les dijo Brisa.

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