03

19 4 0
                                    

Debía tomar entre seis y ocho medicamentos diariamente, aunque no estaba seguro de si algunos eran jarabes o simplemente pastillas. Algunos me los administraban mediante inyecciones, mientras que con otros me veía obligado a forcejear cuando intentaban que ingiriera la cápsula por la fuerza. Después de un período que no percibí, pero que, según el médico, fue de aproximadamente dos semanas y algunos días, consideraron conveniente retirarme la mayoría de los medicamentos y dejarme con sólo dos diarios

Por fin pude sentarme en mi propio lugar, con mucho dolor de por medio. Incluso si lo había logrado a pesar de no poder sostenerme por mi mismo, era el indicador para darme de alta del hospital.

El doctor Jaehyun me aseguró que mi vida en el campo sería más beneficiosa, ya que allí podría respirar un aire más puro, y la naturaleza, aunque fría, podría mejorar mi estado de ánimo. A decir verdad, no me importaba mucho, pero la idea emocionaba profundamente a mi madre. Su único hijo volvería a casa después de tantos años lejos. Le complacía tener a su "bebé" con ella mientras lo ayudaba en su recuperación.

Mi estado de salud seguía siendo delicado, por lo que, tras mi traslado y para mantenerme bajo observación, un enfermero me acompañaría en casa el tiempo que fuera necesario, hasta que iniciara mi terapia para volver a caminar.

Así fue como la jefa de enfermeras, con un frágil abrazo, me despidió antes de que, con la ayuda de unas cinco personas, me subieran al automóvil que nos llevaría, a mi madre y a mí, a aquella casa de campo que no había visitado en muchos años.

—Te iré a visitar pronto, Jungwoo —fueron las últimas palabras de Jaehyun antes de cerrar la puerta del auto y unirse al cuerpo de enfermeras, quienes, con un gesto de la mano, se despidieron de mí.

—Puedes tomar una siesta, cariño; tardaremos en llegar —me dijo mi madre con una expresión iluminada, llena de vida. En otra circunstancia, me habría dejado contagiar por la sonrisa que me dedicaba cada vez que nuestras miradas se encontraban. Sin embargo, había algo que me perturbaba: mi madre se esforzaba tanto por hacerme sentir bien, pese a que en su interior aún cargaba la herida de casi haber perdido a su hijo. Esto me hacía sentir culpable por haber deseado morir y dejarla sola en este mundo. Aun así, por más que lo intentara con la poca fuerza que me quedaba, no lograba encontrar la luz que, según ella, necesitaba para sentirme mejor.

Una hora después de haber partido, mi madre se quedó dormida, aferrándose a mi mano con fuerza, como si temiera que su hijo escapara y la abandonaran por tercera vez en su vida. Mis ojos recorrían los paisajes que se desplegaban tras la ventana, quedando atrás conforme avanzaba el auto. El chófer no dijo una palabra en todo el trayecto, pero no parecía incómodo con el silencio, ya que parecía estar concentrado en lo que transmitía la radio.

Los edificios grises comenzaron a desaparecer, dando paso a colinas que se extendían a lo lejos. Supe que habíamos llegado a la antigua casa de mi infancia cuando los árboles nos rodearon por ambos lados, y algunos animales, como vacas y borregos, caminaban libremente por los amplios terrenos. Mamá despertó lentamente como si algo o alguien le hubiera avisado que estábamos cerca de casa.

Primero bajó mi madre, junto con el chófer, que la ayudó a descargar todas las maletas. Desde la única posición en la que podía estar, observé detenidamente el lugar que había cambiado tanto desde la última vez que estuve aquí.

La casa, de un solo piso, era lo suficientemente amplia para albergar tres habitaciones, una sala, una cocina y un baño. Estaba rodeada de árboles tan altos que, cuando era niño, solía pensar que podrían tocar el cielo. A pesar del color apagado de las hojas, había un pequeño espacio donde se mantenía un jardín con hermosas flores bastante cuidadas y algunos vegetales.

—Vamos, Jungwoo —dijo mi madre, trayendo consigo una silla de ruedas. El impulso de quejarme y comenzar una discusión se desvaneció en cuanto sus ojos brillantes se encontraron con mi ceño fruncido.

El chófer, un hombre de cuerpo robusto, me levantó con cuidado para transferirme del asiento del auto a la silla de ruedas, evitando lastimarme de alguna forma, incluso si no sentía nada más allá de mi cintura. Mi madre le ofreció una suma de dinero que no alcancé a identificar, ya que el hombre la guardó rápidamente en su bolsillo. Luego, regresó al vehículo y partió del lugar.

♡˳·˖✶

Don't do this; Kim JungwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora