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Mi madre se encargaba de mis comidas. Se levantaba temprano cada mañana para encender la leña y comenzar a cocinar. Mientras tanto, Sooah se vestía con su uniforme y luego venía a despertarme, asegurándose de hacerme un chequeo completo. Después, se acercaba a mi madre para recoger el desayuno y me ayudaba a comer por mi cuenta.

Mamá había llorado la primera vez que logré terminar un plato completo de sopa. Según ella y Sooah, desde que había empezado a comer, el color había regresado a mi rostro.

Con cierta vergüenza, tenía que pedirle a Sooah que se retirara durante mis horas de baño, que solo consistían en limpiarme con una esponja y un trapo húmedo. Al principio, Sooah, que me había dado una impresión amable, me regañaba cada vez que le pedía que se fuera. Decía que era su trabajo y que no podía dejarle todo eso a mi madre. Así que, cuando me bañaban, mi madre sostenía mi cuerpo para que Sooah pudiera enjabonarme y enjuagarme la espalda. Mientras tanto, yo rezaba para que mi cuerpo no reaccionara de manera inapropiada ante sus manos en mi piel.

Sooah le había pedido a mi madre cambiar la posición de la cama para que quedara cerca de la ventana. Incluso, mamá consiguió papel tapiz de un color más cálido y limpio para que la habitación no se viera tan oscura y fría. Y funcionó. El cuarto, que me provocaba pesadillas de niño, ahora era un lugar de paz y felicidad, donde Sooah y su bella sonrisa eran una pieza fundamental.

Cada día me ayudaba a sentarme para desayunar. Me contaba una de sus tantas anécdotas en el hospital mientras sostenía los platos, y yo, con orgullo, le mostraba cómo podía comer por mí mismo. Después, limpiaba el cuarto mientras la música que mamá ponía en la sala llenaba la casa de ambiente.

Me dedicaba a mirar por la ventana, ahora capaz de apoyar mis brazos en el poyete, observando la calle donde de vez en cuando pasaba un carro. A veces aprovechábamos ese momento para adivinar el modelo y color del auto que pasaría.

Cuando llegaba la hora de comer, repetíamos la rutina del desayuno. Luego, Sooah me daba masajes en las piernas para mejorar mi circulación. Si me tocaba baño, lo hacían, y si no, con su ayuda me sentaba en la silla de ruedas, que comenzaba a agradarme, y dábamos un paseo por la casa.

Sólo podía llegar hasta la puerta, ya que, debido a las recientes lluvias, el césped se había hundido en algunos lugares y lo mejor era prevenir que la silla se atascara. Volvíamos adentro, cenábamos con mamá en la cocina, y luego regresaba a mi habitación donde Sooah me arropaba y me leía un cuento hasta que me dormía.

No sabía qué hacía después de que me quedaba dormido; un día le pregunté y me contestó que se aseguraba de que estuviera descansando antes de irse a tomar un baño y luego dormir en su habitación. Le creía, pues todo lo que decía parecía ser verdad. Sin embargo, una vez, después de una pesadilla, me desperté y, aún acostado, vi su figura al otro lado de la ventana, iluminada por la luna. Sostenía un relicario cerca de sus labios antes de guardarlo en su vestido blanco. No le pregunté al respecto, pensando que aún no teníamos la confianza suficiente para hablar de lo que aquello significaba.

Así que dejé ese momento de lado. Ya había pasado un mes desde que me habían dado de alta en el hospital.

—Jungwoo-ssi, ¿quisiera intentar sentarse por sí solo?

La pregunta me tomó por sorpresa. Hasta ahora no había sido capaz de sostener mi peso desde la cadera hacia arriba. Podía girar el cuello, y aunque dolía, comenzaba a ser menos. Así que, esperando recibir una de esas palabras de aliento que me dedicaba cada vez que lograba algo pequeño, accedí a su propuesta.

Con mis brazos, que habían recuperado casi toda su movilidad, doblé los codos y los coloqué sobre el colchón, empujando con fuerza. Sooah sostenía mi espalda con una mano, por si perdía estabilidad. Finalmente, con su ayuda, logré incorporarme y quedar sentado en la cama. Un pequeño mareo cruzó por mi cabeza, mi espalda picaba, pero ver la sonrisa de Sooah y sus pequeños aplausos sorprendidos fue suficiente para ignorar esa molestia.

—Es agradable verte así, Jungwoo. —Una tercera voz  apareció en la habitación. Sooah se hizo a un lado para darme una vista completa del doctor Jaehyun. Esta vez, sus palabras no me irritaron tanto. —Sooah, has hecho un gran trabajo.

Jaehyun se acercó a la pelinegra, y ella lo miró con la mano en el pecho, emocionada de verlo.

—Es un paciente bastante cooperativo. —respondió.

La escena pasó a segundo plano cuando ambos uniformados compartieron una mirada especial. Jaehyun palmeó su hombro, sonriéndole orgulloso, mientras que Sooah le devolvía una sonrisa brillante, con sus mejillas ruborizadas. Aquello me desconcertó por un momento.

La manera en que Soaah miraba a Jaehyun era diferente como yo sentía que me miraba a mí.Sus palabras me devolvieron a la realidad; para ella, yo sólo era un paciente.

Comenzaba a sentirme diferente con Soaah, algo especial. Su trato me había hecho sentirme notablemente mejor. La felicidad que me transmitía con cada mejora se tradujo en un "pronto me iré de esta casa". Había confundido todas esas emociones con algo más profundo, algo que me hacía sentir diferente a como me había sentido con Hyejin durante nuestros años de relación.

Desvié la mirada de los dos escuchando de fondo cómo susurraban entre ellos, para enfocarme en la ventana y en las nubes grises que anunciaban la lluvia que se avecinaba.

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Don't do this; Kim JungwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora