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Me había quedado dormido en los brazos de Sooah, y lo único que recordaba era la sensación de ardor en mis ojos, producto de las lágrimas que habían brotado intensamente. El mundo a mi alrededor parecía haberse disuelto en un mar de tristeza, pero sus brazos me ofrecían un refugio, un consuelo en medio de la tormenta.

A la mañana siguiente, el sol se levantó majestuoso en el horizonte, proyectando sus primeros rayos sobre la tierra con una calidez que parecía casi imposible después de la oscuridad de la noche anterior. Las aves cantaban con una energía renovada, llenando el aire con melodías armoniosas. Una brisa suave acarició mi rostro, trayendo consigo el aroma fresco de la naturaleza.

A pesar de mi resistencia inicial y de las protestas que había lanzado contra Sooah la noche anterior, finalmente accedí a seguir las recomendaciones del doctor. Me encontraba sentado en una silla de ruedas, con una manta sobre mis piernas. Aunque apenas podía sentir el calor de la tela, Sooah insistía en mantenerme abrigado.

Salimos al patio. La luz del sol filtrándose entre las hojas de los árboles iluminaba el camino de piedras que mamá había comenzado a construir, con la esperanza de conectarlo al patio delantero. Ella trabajaba con dedicación, colocando cada piedra con una paciencia infinita.

Mis brazos, aunque debilitados por el paso tiempo y la enfermedad, aún podían girar las ruedas de la silla. Quería ayudar a Sooah, aunque solo fuera un poco, para que no tuviera que cargar todo el peso de mi cuerpo. Juntos, visitamos el jardín donde mamá había plantado lechugas y jitomates. Después, nos dirigimos al pequeño patio trasero, un rincón escondido entre los árboles donde descubrí algo que me sorprendió: un camino de madera que nunca había visto en los pocos años que había vivido en esa casa.

—¿A dónde lleva este camino, Sooah? —pregunté, la curiosidad despertándose en mí como si fuera un niño otra vez, descubriendo algo nuevo y maravilloso.

—No lo sé, Jungwoo-ssi —respondió Sooah, agachándose un poco mientras mantenía las manos firmes en los mangos de la silla, como si intentara ver a través de los arbustos que rodeaban el sendero. Su gesto serio y concentrado, me hizo reír, obteniendo a cambio una mirada de confusión que solo hizo que me riera aún más.

—Es un atajo —dijo mamá, apareciendo de repente, vestía su atuendo de jardinería que consistía en un vestido a la rodilla y un pantalón corto color crema, que a pesar de su edad, le daba un aire juvenil—. Va directo al lago donde algunos vecinos acostumbran pescar o sólo bañarse.

—¿Te gustaría ir, Jungwoo-ssi? ¿Podemos ir, señora Kim? —preguntó Sooah con una sonrisa entusiasta.

—Por supuesto —respondió mamá, alzando la pequeña pala que tenía en la mano, invitándonos a embarcarnos en esa pequeña aventura. Los altos árboles que cubrían el camino de madera se alzaban como gigantes sobre nosotros, sus sombras proyectando un aura de misterio que me provocaba una extraña sensación de inquietud.

—Tal vez deberíamos ir otro día —dije, tragando saliva mientras un nudo de temor se instalaba en mi pecho.

—No te preocupes, Jungwoo, Sooah te acompañará. Deben aprovechar que hoy el clima está bastante fresco —dijo mamá, inclinándose hacia las calabazas que crecían en el suelo para arrancar las hierbas que amenazaban con asfixiarlas.

—Volveremos pronto, señora Kim —aseguró Sooah, mientras yo cerraba los ojos con fuerza, intentando bloquear la sensación de miedo que me consumía. Sentí cómo las ruedas de la silla crujían sobre las tablas de madera, y aunque Sooah se rió de mi reacción, no pude evitar aferrarme al reposabrazos, temiendo que en cualquier momento los árboles se desplomaran sobre nosotros.

—No tiene por qué temer —dijo Sooah, su voz suave como una caricia—. Abra los ojos, admire el paisaje.

Después de tomar varias respiraciones profundas para calmar mi corazón agitado, abrí los ojos lentamente. Avanzábamos despacio, y el camino, cubierto por hojas caídas, parecía no tener fin. Las hojas, secas y crujientes bajo las ruedas, indicaban que el otoño había pasado, mientras el viento se llevaba algunas, dejándolas caer suavemente desde las alturas. La luz del sol se filtraba a través de los monstruosos árboles.

—Es hermoso, ¿cierto? —La voz de Sooah era como una melodía que combinaba con el paisaje, llenándome de una sensación cálida y reconfortante.

—He visto cosas más hermosas —respondí sin pensar, y al instante sentí cómo mis mejillas se encendían de vergüenza. Agradecí que Sooah no pudiera ver mi rostro, de lo contrario, habría regresado a la casa bajo la excusa de una fiebre inexistente.

—Cierto, usted fue jinete. Debe haber visto paisajes impresionantes a lo largo de su vida —dijo ella con un entusiasmo que me resultó incómodo por un instante. Había algo en su tono, una mezcla de curiosidad y admiración, que me recordó lo poco que realmente sabíamos el uno del otro, más allá de los datos esenciales que compartíamos por necesidad.

Elevé la vista, observando cómo las hojas caían con gracia, como si danzaran acompañadas.

—Vi muchos atardeceres hermosos y algunos amaneceres que parecían pintados por los mejores artistas. Corrí por bosques densos y praderas infinitas, e incluso llegué hasta la playa, donde la brisa era escalofriantemente fría, pero de alguna manera cálida al mismo tiempo. En una ocasión, paseé por un viñedo encantador... —dije con nostalgia, recordando aquellos días en que mi vida era diferente, días en los que conocí a Hyein y todo parecía posible.

—Y le aseguro que seguirá viendo cosas hermosas —respondió Sooah, su voz llenando el silencio que se había instalado entre nosotros. Sus palabras eran como un bálsamo para mi alma, pero también despertaban en mí una inquietud que no podía ignorar.

El silencio nos envolvió de nuevo, permitiendo que el sonido del viento al peinar las hojas fuera la única melodía en el aire.

—Sooah... ¿puedo preguntarte algo? —dije finalmente, mi voz temblorosa mientras mis labios se movían con dificultad, temiendo que lo que estaba a punto de decir pudiera incomodarla.

—Por supuesto, Jungwoo-ssi. Puedes contarme lo que quieras —respondió con ese tono delicado y seguro que siempre usaba para tranquilizarme.

—¿No te cansas de repetirme lo mismo? Quiero decir... ¿De verdad crees que volveré a caminar? —Mis palabras salieron como un susurro, cargadas de un miedo profundo que no podía ignorar.

La silla de ruedas se detuvo, y levanté la vista sorprendido al encontrarme con Sooah, que había dejado los mangos de la silla para acercarse a mí. Su cabello, que siempre mantenía perfectamente peinado, ahora estaba ligeramente desordenado por el viento, y algunas hebras caían sobre su rostro. Sus mejillas y labios, siempre rosados y llenos de vida, me observaban con una calidez que me hacía sentir seguro. Se agachó frente a mí, apoyando sus codos en mis rodillas, y me miró con una sonrisa que parecía contener todas las estrellas del cielo.

—Todo lo que he hecho durante este tiempo —dijo suavemente—, ayudarte a comer, darte masajes, bañarte, empujarte en la silla de ruedas, lo he hecho porque es mi deber como tu enfermera. Pero las canciones que hemos cantado juntos, mis intentos por hacerte reír, y mis palabras de ánimo no son solo parte de mi trabajo. Es mi manera de decirte que estoy aquí para ti, no solo como tu enfermera, sino como tu amiga, tu consejera y tu apoyo incondicional.

Sus palabras removieron algo profundo en mi interior, algo que ni siquiera sabía que estaba ahí. Cuando su mano rozó mi mejilla para secar las lágrimas que ni siquiera había notado, sentí una conexión que iba más allá de las palabras. Sooah era más que una simple enfermera para mí; era la luz que me guiaba en medio de la oscuridad, el rayo de sol que se colaba por las ventanas de mi alma en las mañanas más frías.

—Te lo prometo —dijo, colocando su mano sobre su corazón—, volverás a caminar. Y estaré ahí para verlo, porque seré yo quien te ponga de pie y con quien des ese primer paso que tanto ansiamos.

Lo que Sooah no sabía es que si mis piernas hubieran podido responder, en ese mismo instante me habría levantado para envolverla en un abrazo. Necesitaba sentir su calidez, su alegría contagiosa, su amor incondicional. Porque en ese momento, comprendí que, aunque mi cuerpo estuviera roto, mi corazón aún era capaz de sentir, de amar y de luchar por una nueva oportunidad de vida.

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Don't do this; Kim JungwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora