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Desde que llegué a casa y mamá me instaló en mi cuarto, me he dedicado únicamente a dormir, o al menos a fingir que lo hago. Mamá limpia el cuarto dos veces al día y me trae mis tres comidas, aunque apenas logro probar una manzana hervida que, según me cuenta, viene del árbol al que solía trepar cuando era niño.

Nuevamente se lleva la bandeja con la comida intacta. La luz que entra por la ventana detrás de mi cabeza y el espacio cerrado me hacen sentir en una prisión. Lo único que me entretiene es escuchar a mamá cantarme mientras borda guantes para la temporada de frío que se acerca con rapidez. Quiere mantenerme lo más cálido posible.

Escucho un golpeteo en la puerta de entrada, probablemente sea el cartero, que viene dos veces por semana, o el lechero, que frecuenta todas las mañanas. Al ser una casa de paredes delgadas, puedo oír a mamá conversar alegremente con alguien, mientras yo cierro los ojos y ruego a los cielos que mi cuerpo deje de responder y ascienda a una vida mejor lo más pronto posible. No siento mis piernas, pero aún puedo experimentar la euforia dentro mio de correr junto con otros jinetes. No creo que exista una emoción más fuerte y espléndida que esa.

—Es aquí, pasa, pasa —la voz aguda de mi madre interrumpe mi sueño. Abro los ojos, curioso por la cantidad de pasos que escucho acercarse.

Lo primero que veo es una figura femenina en la entrada de la habitación. Su cabello, negro como el carbón, está bien peinado y recogido en un moño; el frío de la mañana tiñe sus mejillas de un tono rojizo. Su vestido, blanco y pulcro como las nubes en pleno mediodía, se ajusta perfectamente a su figura, como si hubiera sido hecho a la medida. Esto me indica que es la enfermera que vendrá a cuidar de mí, lo cual me sorprende, ya que me habían dicho que sería un enfermero.

No puedo evitar sorprenderme al encontrarme con unos ojos rasgados, negros y tan profundos como el cielo nocturno, adornados con pequeñas estrellas. Su mirada se posa en mí, con tanta intensidad que me obliga a desviar la atención hacia la mesita a mi derecha, donde descansa un florero que hasta ahora no había notado.

—Buenos días, Jungwoo-ssi, mi nombre es Han Sooah. Vengo a cuidarte —su voz es delicada y dulce; las pausas entre sus palabras, sorprendentemente, me causan cierta paz—. Soy tu enfermera a cargo.

—Cariño, ¿te sientes bien? ¿Tendrá fiebre, enfermera? —el tono preocupado de mi madre me hace darme cuenta de que estoy sonrojado, lo que me provoca más vergüenza y hace que el rubor en mis mejillas se intensifique.

La figura angelical se acerca a mí, más de lo que esperaba. Cierro los ojos, intentando calmar el desenfrenado latido de mi corazón, casi como si ella pudiera escucharlo desde su lugar. Su mano se posa delicadamente en mi frente y luego en mis mejillas.

—¿Podría traerme un cuenco con agua y un paño, por favor?

Mamá sale corriendo ante la petición de la enfermera, mientras ella inspecciona la habitación y yo intento no prestarle atención, aunque es inevitable.

—Aquí está —dice mamá, tendiéndole el cuenco. De reojo, veo cómo la enfermera abre una maleta de cuero donde parece tener frascos de medicina, algunas jeringas e incluso vendas. Rebusca y toma un frasco con una sustancia que desconozco, pero cuando empapa el paño y lo coloca en mi frente, sé que es alcohol por el olor que llega a mis fosas nasales.

—Estará bien, señora Kim. Dígame, ¿le había sucedido antes?

—No —responde mamá.

—Tendré que consultarlo con su médico. Mientras tanto, esto será suficiente para calmarle la fiebre.

—Muchas gracias, enfermera. Estaré preparando la comida —mamá agradece y, con un tono más contento, se despide y abandona la habitación.

—¿No puede hablar, Jungwoo-ssi?

—No, digo, sí, sí puedo hablar —sin entender por qué revuelvo mis palabras, siento el calor en mi interior aumentar. Cierro los ojos, concentrándome en el olor a alcohol que invade mis fosas nasales.

—Comenzaba a preocuparme, la pérdida de voz no estaba en su expediente.

El silencio inunda la habitación por unos segundos, durante los cuales pienso en qué decir para romper aquel incómodo momento.

—Enfermera, disculpe la pregunta, pero —abro los ojos, queriendo hacer una pregunta que ha rondado en mi mente desde que me crucé con su mirada—, ¿es usted de aquí o...?

—¿De Corea? —asiento—. Soy de allá. Tuve la oportunidad de venir a concluir mis estudios y, a pesar de tener que adaptarme a un nuevo mundo, tuve la fortuna de que personas increíbles me ayudaran a asentarme aquí. ¿Y usted? Por cierto, no tiene que llamarme de manera tan formal, solo dígame Sooah, como acostumbran aquí.

—Soy inglés —mi ritmo cardíaco se estabiliza y la sensación de hormigueo en mis brazos desaparece. Saber que compartimos rasgos similares me hace sentir de alguna manera en confianza—. Mi madre nació en Corea, al igual que mi padre, pero se conocieron aquí, y yo recibí la nacionalidad de este país. Creo que eso también me ha ayudado a no ser... ¿sabe a lo que me refiero?

—¿Juzgado? Me resulta difícil comprender ello. Si no hubiese sido por una persona importante para mí, creo que la gente también me habría tratado mal. Pero mírenos, estamos en paz y vivos. ¿Qué más podemos pedir?

Sus palabras tienen más peso del que esperaba. Era lo mismo que me decían en el hospital, pero viniendo de Sooah, el significado llegaba a mí de una manera diferente. No la conocía en absoluto, apenas sabía su nombre y que era enfermera, pero transmitía mucha confianza, y tenía bastante curiosidad por conocerla más. Definitivamente, era alguien interesante y aquella pequeña conversación me lo confirmó.

Sentía que podía quedarme a conversar con ella todo el tiempo del mundo y, por alguna razón, no me cansaría nunca.

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Don't do this; Kim JungwooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora