Capítulo 7

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—Bueno — contestó Athenea el celular

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—Bueno — contestó Athenea el celular

—Soy Bella — dijo la otra voz en la línea.

— Hola Bella, ¿Qué tal todo? — saludó la pelirroja.

—¿Quieres venir a la reserva? — preguntó la muchacha — Jacob me a invitado y me dijo que puedes venir.

— Suena bien — dijo la pelirroja e hizo una pausa corta — le avisaré a Rose.

— Bien, te veo en quince minutos afuera de tu casa.

— Ok bye.

Quince minutos después la pelirroja corría fuera de su casa con un suéter verde opaco a medio poner y el cabello rojizo rizado suelto.

— Llegué — dijo con alivio cuando subió al asiento del copiloto de la camioneta de Isabella.

— ¿Por qué tardaste tanto? — preguntó Bella a su amiga.

— Llegué justo a tiempo — mencionó la pelirroja mientras se ataba el cabello en una coleta alta.

— Cómo sea — dijo Bella mientras hechaba a andar el vehículo. — Aún no puedo creerme que te hayas enterado de todo esto.

— Y yo aún no puedo creerme que te hayas hechado a un vampiro. — contraatacó Athenea.

— Athenea — recriminó Bella en tono chillón — no me lo "Heche"

— Que bueno, imagínate, luego te rompe. — mencionó la pelirroja con falsa preocupación.

— Muy graciosa Athenea — rió sin gracia Bella.

El viaje hasta la reserva continúo con chistes de parte Athenea a Bella sobre su ex novio vampiro.

Al llegar ambas bajaron del automóvil. Bella subió el único escalón y entró en la casa sin llamar. Athenea la siguió unos pasos más atrás quejándose de la mala educación de la Swan.

Una mujer joven, de piel cobriza y lustrosa y cabello largo, liso y negro como azabache estaba tras la barra, junto al fregadero, sacando panecillos de un molde y colocándolos sobre una bandeja de papel.
La mujer preguntó con voz melodiosa: «¿Tienen hambre?», y se volvió hacia las dos recién llegadas, con una sonrisa en la cara.

Athenea fijó su mirada en la parte derecha de su rostro, dónde se ubicaban tres gruesas cicatrices de color cárdeno. La pelirroja se quedó pensando un momento, si los metamorfos eran de alguna forma personas con magia, y el rasguño seguramente había sido proporcionado por uno de ellos, entonces la poción de su madre probablemente podría ayudar a desvanecer aquellas cicatrices, le preguntaría después.
Dejando aquellos pensamientos como una anotación mental, Athenea desvió la mirada hacia los panecillos que tenía en las manos. Olían de maravilla, a arándano fresco.

–Oh -dijo Emily, sonriente - Siéntense, los chicos aún no vuelven.

–Gracias. — Athenea tomó asiento en una de las sillas de madera frente a la mesa.

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