♡13♡ receta familiar

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-Muy bien- dice mi madre, agarrando un carro de compras con gran determinación-. Divide y vencerás. Tú ve a la carnicería a por entrecots y un poco de fiambre de pavo, yo me ocupo de la verdura. Nos encontramos en la caja dentro de diez minutos. ¿Vale?

Asiento, mirando al carro.

-¿vas a usar todo un carro para una bolsa pequeña de patatas?

Me mira cabreada

- es posible que agarre algunas cosas más. Según me lleve el viento.

-Según me lleve el viento- repito, riéndome y negando con la cabeza- ¡es posible que a mi el viento me lleve a la sección de los postres!- le grito por encima del hombro, y su risa sarcástica de va alejando a mis espaldas.

Me dirijo al mostrador de la carne y elijo dos entrecots recién cortados. Lisa y yo hemos quedado para cenar mañana a las seis. Voy a prepararlos siguiendo la receta familiar secreta de mi madre, que cosa que... puede salir, sin duda, bien o mal. Es tará bien que nos veamos en un lugar distinto al parque. Por lo menos, eso es lo que me digo a mí mismo. Me niego a pensar que está invitación improvisada por mi parte sea algo más que un cambio de escenario.

Me dirijo al mostrador de charcuteria, dónde agarro un número y procedo a esperar detrás de una señora que está comprando dos kilos de queso cheddar. Vamos a pasarnos aquí toda la noche.

Me tomo un tylenol mientras espero, para prevenir el greso del molesto dolor de cabeza que he tenido durante la mayor parte del día. Cada vez gestiono mejor el hecho de controlar el dolor, pero hay días en que sigo sin poder adelantarme.

-Hola...- Levanto la mirada, y descubro que el dependiente de la chucuteria está hablando conmigo. Se limpia las manos con un trapo y repite la pregunta- ¿Qué te pongo?

-perdón- digo, acercándome un poco más al expositor-. Doscientos cincuenta gramos de pavo, por favor. Cortado fino.

-Enseguida- dice, colocándose un par de guantes limpios. Observo cómo agarra el pedazo de pavo y lo deja caer con un sonoro golpe sobre el corta fiambres.

-¿Jungkook?- dice una voz a mis espaldas.

Me giro, pero veo el pasillo vacío del supermercado. Las luces se reflejan en la botellas de refresco de plástico y las latas metálicas. Vaya. Ahora no.

Esperando que el tylenol haga efecto, me giro nervioso hacia el dependiente. El alarga el brazo para poner las manos sobre la máquina y su sombra se mueve en la pared de detrás.

Pero...
No están en sincronía. Mis ojos pasan del hombre a la sombra, y los movimientos de la silueta van un segundo más deprisa.

Se inclina sobre la máquina justo después de la sombra, pero ahora los hombros de la silueta están cubiertos por una larga cabellera.

Doy un paso adelante, desconcertado. De pronto, la altura y la forma de la sombra me resultan familiares. Demasiado familiares.

Jennie.

Veo como gira la hoja de metal, pero el sonido no se corresponde. En vez de chirrido del metal, oigo un extraño zumbido.

"Tranquilo. Esto no es real. Esto no es real"

Pienso en lo que me dijo Lisa, en que todo es un intento por controlar las cosas. Por tratar de mantener conmigo una parte de Jen.

El brazo de la sombra vuelve a acercarse a la máquina cortafiambres y cierro los ojos, concentrándome en eso. Está todo en mi cabeza. Pego un salto al notar una mano que me toca el cuello.

- Pero ¿qué...?- me doy la vuelta y me topo cara a cara con mi madre, que tiene la mano a medio levantar.

-Lo siento- dice, examinando mi cara-. Pensaba que me habías oído.

Me vuelvo hacia el dependiente de la charcutería y veo como corta con normalidad, con una sombra normal.

Ha pasado casi una semana de la última visión. Estoy enojado conmigo mismo

-¿Te encuentras bien?- pregunta mi madre, tocándome la frente. Ha mejorado bastante en lo de dejarme espacio para pensar bien las cosas, ahora que ya no paso veintitrés o veinticuatro horas metido en la cama, pero eso no le impide estar muy encima al menos indicio de dolor de cabeza.

-Si- respondo, mientras dependiente coloca el pavo empaquetado sobre el mostrador. Agarro el paquete y lo dejo caer sonoramente dentro del carrito, lleno a rebosar-. Llevo todo el día con un poco de dolor de cabeza. Ninguna novedad, ¿no?

Sigo notando su mirada inquisitiva, e intento tranquilizarla una vez más

-Nada que algo de tylenol y de comida no puedan arreglar.- Miro la montaña de comestibles que llenan el carro, con la bolsa de patatas enterrada, espero, en el fondo-. ¿A dónde te ha llevado el viento?

Se encoge se hombros a modo de disculpa y saca del carro un bote de helado para enseñármelo, y ambos nos reímos mientras nos dirigimos a la caja.

Exactamente veinticuatro horas más tarde, he superado el dolor de cabeza. ¿Los entrecots? Tienen un aspecto estupendo. ¿Las verduras? Están husmeando. ¿La receta de mi madre para la salsa baronesa?

Una catástrofe.

Rodeado por dos hueveras vacías, con las cáscaras y los restos de yema ocupando toda la encimera, la salsa le sale grumos, por millonésima vez

¿Por qué sale tantos grumos?

Cuando la hace mi madre, todo parece fácil.
Consulto el reloj y me entra el pánico al ver que ya son las seis menos cuarto. Apenas me quedan quince minutos para terminar la salsa recalentarlo todo y seguramente cambiarme la camisa, porque la que llevo está toda sudada de tanto intentar averiguar cómo se prepara esa maldita salsa tan elegante tras mirar a toda velocidad un video de YouTube, por fin me doy cuenta de que todo el rato he usado una temperatura demasiada alta. Repaso la receta escrita a mano por mi madre por décima vez, cuando la tiro de nuevo sobre la encimera, descubro con gran sorpresa que en la parte de atrás hay na pequeña nota garabatear: "bajar la temperatura antes de echar los huevos".

Genial. Simplemente genial.

Esta vez si que bajo la temperatura y tras batir las yemas y añadir luego la mantequilla ante las quejas de mi muñeca adolorida, obtengo por fin una salsa fina en vez de un desastre grumos

-¡carajos! ¡Lo conseguí!- exclamó, resoplando de alivio mientras la pruebo. Cremosa. Perfecta. Añado una pizca de sal para asegurarme.

Con gran rapidez, me pongo los platos y doblo las servilletas bajo los cubiertos y no me olvido de poner las flores en el centro de mesa.

Un ramo de flores de cerezo.

Hace un buen rato que he ido corriendo al parque para no olvidarme, de modo que algunas de las flores están un poco mustias.

Suspirando, agarro un trapo y lo limpio todo, luego pongo la carne en los platos y lo coloco todo sobre la mesa con el tiempo justo para bajar corriendo a mi habitación y cambiarme de camisa en el momento justo en que suena el timbre de la puerta

Lisa.

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*más de un año sin actualizar. Perdón andaba perdida, pero aquí tienen un nuevo capítulo. De nadis

En el próximo capítulo aparecerá Lisa

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Todo este tiempo (adaptada- Liskook) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora