Diecisiete

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—Te llevaré a tu castigo

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—Te llevaré a tu castigo.

—No lo hagas, por favor. No deseas hacer esto.

—Sí que lo quiero —a diferencia de Ragen, él no sonríe con frecuencia, tiene una frialdad abrumadora e incluso si dice algo gracioso mantiene ese rostro serio pero parece relajarse cuando habla conmigo.

—Frank, ayúdame a salir de aquí.

—Ahora que Ragen te traicionó me buscas, adivina qué, no soy basurero para recoger las sobras de otro.

—Estás resentido porque en vez de coger contigo fui con él —frunció las cejas y apretó mis brazos—. Adivina qué, fue el mejor sexo de mi puta vida y lo repetiría a pesar de saber su traición pero a ti..., tendría que morir para estar con alguien cómo tú.

—Mi placer va antes que el de la puta a la que penetro, me gustan que rueguen y supliequen, Emett opina lo mismo.

—Así que todos los del quinto piso son los enmascarados.

—Privilegios que nadie posee.

Me cubrió con un saco, caminé junto con él sin saber a donde me llevaba, el olor a humedad me confirmó que aunque grite nadie del exterior escucharía mis súplicas, debería resignarme pero no quiero hacerlo, debo luchar sin importar el costo.

Mi vida no es un juego y no pienso dejar que ellos me traten como muñeca.

Frank me tiró contra el piso con rusticidad, al retirar el saco observé el lugar manchado de sangre y restos de carne humana, el suelo estaba resbaladizo imposibilitando mi escapatoria, él se marchó dejándome con otro de sus cómplices que ante mis ojos mostró con orgullo el látigo.
Aterrada es poco para describir lo que siento, jamás pensé ser flajelada de una manera tan cruel, no soy una criminal pero qué puedo esperar de asesinos sádicos.

El látigo se movió generando un sonido al aire y en un intento de cubrirme me giré dejando que mi espalda reciba el golpe, grité de dolor al sentir mi piel arder por el golpe.

La puerta se abrió, no fue difícil reconocerlo, es el único hasta ahora con aquel casco, corrí hacia él tambaleante y me sujeté de su cuello como si eso me salvaría de ser golpeada.

Esperaba que me aleje, incluso que me regañe, espera todo menos su abrazo en un intento de protegerme, acarició mí cabeza mientras la escondía en su cuello.

—Lo acepto, acepto decirte lo que sé pero por favor, por favor, sácame de aquí, no quiero pasar esto de nuevo, no quiero.

Se mantuvo callado pero no dejó de tocar mi cabello, sentí que por mi espalda corría un líquido, ese golpe me dejó una herida.

Quema y palpita.

—Déjanos solos —demandó, escuché que cerraron la puerta detrás de nosotros—. Ya puedes soltarme.

RagenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora