Capítulo 3

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En casa somos muy tradicionales con las fiestas de Navidad. Mi madre nos hace ponernos guapos, nada de ir desarreglado. Una camisa, pantalones, mi abuelo incluso lleva corbata. Y las chicas llevan vestidos, se maquillan y se enjoyan.

Aparco en uno de los sitios que hay delante de la enorme casa y salgo cargado con una tarta que, al final, he tenido que recoger. Entro y mi madre me da un cariñoso beso. El abuelo está con los hijos de mi prima mayor, contándole cualquier historia. Algunos ponen la mesa, otros están en la cocina. Natalia, con su abultada barriga, está sentada, colocando los canapés en una bandeja. César va repartiendo los platos con marisco de la cocina a la mesa. Me mira, agradecido por haber recogido la tarta.

La meto en la nevera y mi hermano Lucas me da una palmada en la espalda. Es dos años menor que yo y tiene la cabeza llena de pájaros. Así como yo me centro en la gestión de la empresa, él es el creativo. Hizo bellas artes y ahora está diseñando moldes y formas para los productos. La exitosa idea de diseñar calabazas y otros elementos de Halloween, que exportamos a Estados Unidos, fue toda suya. Un pequeño genio.

Mi padre me mira y me pide que lo acompañe a su despacho, que, por cierto, está abarrotado de los regalos. Ya no son muy sutiles al esconderlos.

—¿Todo bien por la fábrica?

—Sí, conocí a dos empleados, Dany y Marcos.

—Ah, sí, son buena gente. Mira, mamá me ha convencido y sé que vosotros también lo queríais.... Así que me voy a retirar y me gustaría que en un mes estuvieras dirigiendo todo.

Me sorprende. Si antes lo pensaba... y es que ha trabajado mucho. Se merece descansar.

—Claro, papá, cuenta conmigo.

—Pero tu abuelo tiene una idea extraña y, bueno, quizá no me parece tan mal.

—¿Y eso?

—Dice que solo has estado en la oficina, que nunca has bajado a la fábrica, que no eres capaz de mancharte las manos... no sé. Ya sabes que siempre hemos considerado que todos los empleados son como una familia...

—Bueno, cuando esté allí de fijo podré bajar a ver qué hacen...

—Eso es justo lo que no querría que hicieras.

—¿A qué te refieres?

—A que así no vas a aprender o a conocerlos, ni sabrás el proceso.

—Te he escuchado, a ti y al abuelo, hablar de ello desde pequeño, algo sí sé —digo molesto. ¿Dónde quiere ir a parar?

—Te propongo algo. Y así convencerás a tu abuelo. ¿Qué tal si entras a trabajar a la fábrica una semana o dos? Como empleado, claro. Estos días no te ha ido mal repartiendo paquetes.

—Pero quieres decir, ¿sin que nadie sepa quién soy?

—Exacto, Alejandro. Vas, conoces a la gente, hablas con ellos y aprendes el proceso. Al abuelo le gustaría.

—No sé, sería raro cuando descubrieran quién soy. Puede que incluso alguno se molestase.

—Tonterías. Al abuelo le ha parecido una idea genial y a mí también, la verdad. Piénsalo y el día 27 podrías comenzar.

—Lo pensaré.

Salimos del despacho y mi padre lo cierra para que no se cuelen los niños. Aunque seguro que a estas horas ya han descubierto dónde están los regalos.

Mi abuela me da el típico achuchón de siempre y me hace sentarme con él.

—Mi niño, qué mayor y qué guapo estás. ¿Ya tienes novia?

No negaré que siempre he sido su favorito. Y que siempre me pregunta lo mismo.

—Abuela, soy muy joven para atarme.

—Tienes un año menos que César y él ya va a ser papá.

—Venga, no empieces, mamá —dice mi padre llevándoseme. Le doy un beso a mi abuela y me voy con él.

—Salvado —digo a mi padre.

La cena transcurre en buena armonía, con risas y bromas y, cuando salgo a la terraza a acompañar a César, que necesita un cigarrillo, le comento la propuesta de mi padre.

—¿Qué te parece?

—No sé, no te veo empaquetando dulces —ríe él.

—Tampoco me veías repartiendo las cajas de Navidad —protesto.

—Ahí te doy la razón. No lo veo mal que pruebes a ver cómo funciona la empresa desde dentro, que hables con la gente, aunque tendrás que ser muy sutil porque puede que se sientan traicionados o espiados, de alguna forma.

—Eso le he dicho a mi padre. Quizá sería mejor ir de cara.

—Pero entonces no podrías trabajar como uno cualquiera y a tu alrededor se callarían.

—Bueno, de todas formas, no voy para hacer amigos. Aunque conocí a dos de los empleados, Marcos y Dany, y parecían agradables.

—Ya veo. Conozco a ambos. Lo son, sobre todo ella, ¿no?

—No seas idiota. Lo que me faltaba. Liarme con una empleada. Además, no tengo ningún interés, después de lo de Eve. No, gracias.

—Sí, casi te hace poner un anillo en su dedo, con lo reacio que tú eres.

—Ya te digo.

—Chicos, ¿entráis o no?, que papá va a dar su discurso de Navidad.

Hacemos caso a Lucas y mientras mi padre habla de la familia, de los amigos, de la empresa, yo estoy pensando en Dany. Es verdad que me ha impresionado su simpatía y amabilidad, pero también esos ojos grandes y lo que adivino de su cuerpo debajo de su mono de trabajo. Pero no, como le he dicho a mi primo, no tengo la intención de liarme con nadie y menos, con ella.

Atiendo a mi padre, que nos comunica su retirada de la empresa. Lucas está sorprendido. Creo que no lo sabía. A partir del 1 de enero seremos los gerentes de la empresa a partes iguales. Él se encargará del proceso creativo y los nuevos productos y yo de la gestión de costos y personal. Es una buena opción.

Brindamos para celebrar la noche tan estupenda y familiar y aunque mañana volvemos a reunirnos para Navidad, yo ya estoy pensando en el día 27, cuando me incorpore como un operario a la empresa familiar.

Dulce NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora