Capítulo 10

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Hoy empiezo a trabajar en mi nuevo puesto. Ficho a las siete, como todos estos días y, antes de subir a la oficina, me paso por el taller, saludo a todos y cada uno de ellos. Al principio, se sienten algo raros, pero acaban por normalizar todo. Sobre todo, gracias a Marcos. Aunque Dany le envía miradas furibundas e imagino que le llamará de todo, él me está apoyando.

De hecho, me lleva a un aparte y creo que voy a averiguar por qué.

—Alex, o Alejandro... ¿cómo quieres que te llamemos? —dice mientras tomamos un café.

—Como quieras, no tengo problema.

—Si piensas que no me jode que le hayas hecho daño a Dany estás equivocado. Eso que te quede claro —dice amenazándome con el dedo—, pero también entiendo que no podías decírselo y que te has colgado de ella, así como ella de ti. Pero es una cabezota y no lo va a reconocer.

—Lo he comprobado —digo pasándome la mano por la cara de forma automática. Él sonríe.

—Dany lo ha pasado muy mal por un tío que la jodió bien. Por ser buena gente, la engañó y lo pasó fatal. Pero estos días, la vi mirarte y tenía ilusión. No sé, creo que le gustas de verdad. Solo que le has mentido.

—Ya lo sé, joder... —digo y tiro el vaso de café a la papelera con brusquedad— ¿Y qué hago? Estuve a punto de decírselo varias veces, pero luego me entero a través de ti que mi padre estaba enfermo. Yo no lo sabía.

—Sí, eso fue mi metedura de pata del año, lo siento. Se lo dije a Dany y casi se ablandó. Pero igual que es una buena persona, tiene la cabeza más dura del mundo.

—Pues tengo la batalla perdida.

—O puedes dejarla que se cueza en su propio jugo... como el estofado. Verás, he observado que a veces, a las personas como ella les hace falta reflexionar por su cuenta, darse cuenta por sí mismas sin que nadie les moleste de lo que sea. Sin que les insistan, ¿sabes?

—Marcos, eres un sabio, tío. Deberías ser un coach o algo así —sonrío y le doy una palmadita en la espalda.

Nos separamos cuando entran varias personas a almorzar, entre ellas Dany.

—Don Alejandro, ¿puedo hablar con usted en la oficina más tarde? —dice marcando distancias. Elevo los ojos al cielo, pero asiento y me subo a mi oficina.

Al rato, ella, llama a la puerta y entra.

—Siéntate, por favor.

—No, seré breve. Tengo pendiente dos días de vacaciones. Quería solicitarlos para mañana y el día dos de enero, si es posible. Tengo una entrevista de trabajo.

—¿Ya? Pero Dany... me gustaría hablarlo... por favor —me levanto y voy hacia ella y da un paso hacia atrás.

—¿Puedo tomar las vacaciones o no?

—Sí, puedes —Me paro en seco. Ella se da media vuelta y sale.

Me siento en la oficina y la veo volver a su puesto. Marcos se acerca a ella, pero lo ignora y se concentra en su trabajo. Marcos me mira y se encoje de hombros.

Yo cojo los libros de presupuestos de los nuevos proveedores locales que hemos estado mirando para abaratar costes y, de paso, solicitar alguna subvención al gobierno. Pero no me concentro.

Lucas entra para enseñarme unos diseños y para recordarme que mañana es la comida de Nochevieja porque, según él, soy capaz de olvidarme.

—No, que no me olvidaré, esta vez no.

Aunque lo cierto es que tengo pocas ganas. Verla allí, aunque seguro que se sienta en el extremo opuesto de la mesa, será doloroso.

—Alex, estás realmente pillado por ella, ¿cierto? —dice Lucas, que me estaba hablando y yo no lo hacía caso.

—Perdona. Se va a ir, ¿sabes? Tiene una entrevista de trabajo.

—Mejor si se va.

—¿Cómo?

—¿No lo ves?

—Si se va, será más fácil que salgáis juntos. Ya no seréis jefe y empleada. Ya no estará abajo y tú en la oficina y la relación será muy distinta. Además, ella estudió una carrera para ejercer y seguro que es buena en lo suyo. Debería progresar, no envolver caramelos toda su vida. Y ¡ojo! Que envolver caramelos es un oficio muy digno. Pero ella es especial.

—Visto así... —Me quedo pensativo y Lucas se va, sabiendo que ya no va a sacar nada más de mí, porque cuando me quedo absorto, me evado del mundo. Mi cabeza da mil vueltas y veo las posibilidades.

Si ella tiene un trabajo estupendo fuera de la fábrica, podríamos salir juntos sin que tuviera reticencias a que yo fuera su jefe. Y eso que a mí no me importa. Sigo pensando que esta fábrica es un conjunto de personas iguales y que simplemente hay uno organiza, uno que soy yo, pero me ha cambiado el punto de vista totalmente.

Salimos todos a la vez y, cuando me cruzo con ella le sonrío ampliamente y, sin poder evitarlo, le deseo mucha suerte en su entrevista de trabajo. Ella me mira sorprendida y asiente.

Dulce NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora