Capítulo 9

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Lo que empieza mal, ha de acabar mal. Y ese día, cuando me desperté y me tiré el café sobre la ropa y tuve que cambiarme completo, ya sospeché.

Llegaba tarde, así que cogí el coche y lo dejé a dos calles de la fábrica, para que nadie me viera con mi deportivo. Corrí hacia la entrada donde ya no había nadie. En la parte de atrás del almacén estaban descargando unos palés de materiales, así que me colé por ahí. Fui al vestuario, me cambié y entré.

Dany me miró advirtiéndome y yo miré hacia donde había indicado. El encargado, Lorenzo, estaba ya de alta y ¡joder! Él me conocía.

¡Maldita sea mi suerte! Llego tarde y encima él se ha reincorporado. Lo veo venir hacia mí, preparado para echar una bronca al nuevo empleado, pero se le cambia la cara al verme. Primero, de sorpresa, luego, de estupefacción. Se vuelve hacia Dany y luego hacia mí.

—¿Podemos hablar en tu despacho? —le pido.

—Claro, jefe, claro. Siento la confusión.

—Vamos y no me llames jefe.

Miro a mi alrededor. Solo está Marcos y rezo para que no nos haya escuchado. Entramos al despacho y me quito el gorro y lo miro a los ojos. Lorenzo está esperando.

—¿Qué tal estás? —empiezo por preguntar.

—Ah, bien, bien, ya recuperado, gracias. Esto... me habían dicho que había un chico nuevo y que llegaba tarde, pero no esperaba... o sea...

—Sí, soy yo. A mi abuelo se le ocurrió la peregrina idea de que trabajase en la fábrica unos días conociendo los procesos desde cero y también conociendo a la gente. Pero hoy he tenido un pequeño accidente doméstico. Y por eso he llegado tarde. Tampoco sabía que te reincorporabas hoy.

—Ya, era una sorpresa, supongo. Quería estar los últimos días del año con los compañeros. Y que ya me encuentro bien. Además, me enteré de que ibais a hacer una pequeña fiesta de fin de año.

—Vale, vale, pero me gustaría que no me descubrieras de momento. Querría hacerlo yo mismo, decírselo yo cuando sea el momento.

—Aunque haya sido idea de tu abuelo, no es que me parezca algo tan bueno. La gente puede enfadarse.

—Eso pensé yo. Pero mi padre estaba de acuerdo.

—Vosotros mandáis —dice encogiéndose de hombros—. De todas formas, no has venido a hacer amigos.

Resoplo y me mira raro. Luego, salimos. Voy hacia mi puesto de trabajo, cuando Dany se cruza delante de mí y me da la hostia de mi vida. Tan fuerte es, que me tambaleo hacia atrás.

—Y ahora, me despides, cabrón.

Se va al vestuario y la sigo. Los demás se han quedado atónitos y pronto los cuchicheos se extienden por toda la fábrica. Los caramelos se amontonan en las bandejas y Lorenzo tiene que llamar a la calma. Se jodió la cosa.

—Dany, por favor, Dany —La sigo hasta el vestuario de mujeres, donde se ha refugiado. Está sentada en un banco, llorando. Se ha quitado el gorro y se tapa la cara con él.

—Por favor, Dany, escúchame.

—Eres un gran hijo de puta, Alex, ¿o te llamo don Alejandro?

—Joder, Dany, dame una oportunidad para explicarme.

—¿Qué querías? A ver con quién te acostabas, o qué se cocía por aquí abajo o qué...

—Pero no digas estupideces —digo parándole las manos cuando quiere pegarme otra vez—, esto no tiene que ver contigo. Mi familia quería que aprendiera desde abajo, de forma anónima. ¿O me hubierais tratado igual de saber quién era?

Dulce NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora