Capítulo 4

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Ya estoy preparado. Tengo el mono de mi talla, que por cierto me queda algo corto. No hay muchos trabajadores de más de metro ochenta y cinco. Me dan el gorro, los guantes, las calzas y me visto. Mi padre me mira desde la oficina, que está abierta a la fábrica y Luisa, su secretaria, que está al tanto, me saluda levemente.

Otra persona, una mujer de unos cincuenta, ha entrado hoy a trabajar también, para cubrir una baja, así que Dany se acerca a nosotros con una tablilla.

—Hola, bienvenidos a ambos. Ah, hola —me dice sorprendida cuando me mira—, ¿cómo es que trabajas aquí?

—La empresa de transportes solo me contrató por unos días y el jefe me dijo que aquí se necesitaba personal.

—Ah, perfecto. A ambos, soy Dany y os voy a enseñar cómo funciona esto y en qué puestos vais a estar hoy.

—¿Así que eres la encargada de enseñar esto?

—Realmente no, suele hacerlo directamente el jefe, pero hoy ha dicho que lo haga yo.

Comprendo. Mi padre muestra a los nuevos empleados los procesos. Por eso debería conocerlos yo. Es cierto que somos menos de treinta y que la fábrica no es grande, pero es curioso que él se encargue directamente. Son cosas en las que debería haberme fijado.

Dany nos lleva por las máquinas y nos explica para qué sirven cada una y lo que hacen. Se ve que conoce el tema.

—Una de las normas de la empresa es que el empleado debe rotar por diferentes puestos, para conocer todo lo que se hace. Además, viene muy bien en caso de alguna baja.

Marcos, que me ve, me saluda con la cabeza. Está muy entretenido embolsando caramelos de colores en forma de corazón que ya estamos preparando para San Valentín. Los de Navidad ya hace días que los enviamos a las tiendas.

Después, nos lleva a la sala de empleados y nos sentamos a tomar un café. Nos explica algunas normas sanitarias, lo de prevención de riesgos laborales y alguna cosa más.

—¿Eres encargada?

—No, soy una más —dice extrañada.

—Creo que deberías serlo. Conoces al dedillo lo que pasa.

—Hay un encargado, Lorenzo, pero está de baja. Si no lo hace el señor Planas, suele ser él quien recibe a los empleados.

Conozco a Lorenzo, es un buen hombre, pero de la edad de mi padre. Tal vez debería jubilarse.

Dany lleva a la mujer junto a Marcos y a mí me indica que la siga. Me va a enseñar cómo cortar los caramelos, aunque la mayoría de las máquinas lo hacen todo.

Pasamos la mañana juntos, yo no pierdo detalle de su habilidad, de sus facciones. Aprendo su gesto de contrariedad cuando salen burbujas en el caramelo, o de agrado cuando el producto es perfecto.

—¿Y te has dedicado siempre a esto? —digo durante una pequeña pausa—. Lo bordas.

—Estudié para ser asistente social, pero no he encontrado el trabajo adecuado. Al final, necesitaba un sueldo y aquí lo tengo. ¿Y tú? No te pega este tipo de trabajo.

—Es algo temporal. Tengo otras perspectivas, pero me viene bien trabajar aquí —bordeo la verdad sin decir mentiras.

—Ya imagino. ¿Has estudiado algo?

—Sí, temas de gestión —vuelvo a pasar por la frontera.

—Esta tarde a las siete hemos quedado a tomar una cerveza en el Bar Azul, en la plaza, si te apetece, solemos ir los más jóvenes de la fábrica.

Dulce NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora