No mires bajo tu cama

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Eduardo estaba comenzando a desarrollar un miedo incontrolable a la soledad. Desde el día que leyó aquella creepypasta su sangre se helaba en la oscuridad. Era consciente de que allí no había nada pero... ¿y si había?

Ese día llegó a casa un poco más tarde de lo habitual. Notó que algunas cosas estaban fuera de lugar. La alfombra arrugada, la ropa que había dejado sobre su cama yacía en el piso... Pero no fueron aquellas pistas las que le erizaron los pelos de la nuca sino la clara prueba de que, efectivamente, algún monstruo con largas garras había aruñado los bajos de las cortinas de su cuarto.

Eduardo se desesperó y quiso pensar que tal vez, en su ausencia, su madre había decidido visitarlo sin antes avisarle. Tal vez... Tal vez... Tal vez...

No.
No iba a permitir que el temor le quitara su hombría.

Respiró profundamente y puso la radio en su emisora favorita. La música orquestal llenó la pequeña habitación y consiguió calmarlo 'un poco'. Recogió con recelo la ropa regada por el suelo, escogió su pijama, subió un poco más el volumen de la música y decidió darse una ducha caliente.

Eduardo ya había olvidado esa mala impresión que había sentido al llegar a su casa. Ahora estaba más relajado y listo para irse a la cama. Prendió su ventilador, tomó asiento en su computadora para terminar de completar el documento que...

Un extraño ruido lo sacó de sus pensamientos. Tranquilo, Eduardo. No es nada. No seas cobarde, se decía mientras se centraba para saber de dónde venía lo que escuchaba. Sonaban como... ¿rasguños? Un escalofrío electrizante le recorrió el cuerpo. Lo que fuera estaba debajo de su cama. Miró al cielo. Dios mío soy tu mejor guerrero. Ayudo a los demás, ni siquiera he robado un lápiz en mi vida. ¿Por qué permites que reciba visitas del infierno? Eduardo hacía lo posible por mantener su sentido del humor intacto así el miedo no lo invadía ¿más?

Tomó su teléfono, encendió la linterna, respiró profundamente y puso una rodilla en el piso. Tomó aire otra vez antes de mirar bajo su cama.

Efectivamente.
Allí había algo con ojos brillantes y colmillos afilados que lo miraba atentamente. El teléfono vibró en su mano haciendo que se asustara aún más. Miró la pantalla para descubrir que se estaba apagando por falta de carga. Sostuvo su mano derecha con la izquierda para evitar el temblor y apretó los dientes.

Tranquilo, Eduardo. Son ideas tuyas, no has visto...

En aquel momento la luz de su cuarto se apagó como por arte de magia, dejándolo completamente a oscuras, observando como aquella masa indescifrable se acercaba amenazante hacia él. Sintió un fuerte dolor en el pecho antes de perder el conocimiento.

La alarma del reloj de mesa lo despertó. Asustado miró a su alrededor. Estaba tapado y acostado en su cama, la habitación en orden.
¿Fue una pesadilla?

Eduardo se alegró. Se había asustado por nada. Sólo por si acaso, no volvería a mirar bajo su cama.

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