Suerte de cubano

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Frida iba a perder la cabeza. La reunión comenzaba a las ocho de la mañana y aún estaba en la parada. Miró su reloj por milésima vez comprobando que llegaría una hora tarde. Sólo el pensarlo le provocaba mareos y no solo por eso. Con el apuro había olvidado desayunar y ya sentía hambre. Bueno... No sólo fue por el apuro. La panadería estaba rota nuevamente. Bien pudo tomarse un vaso de... ¿Un vaso de qué, Frida? El azúcar se le había acabado y dos días pasaron sin que el agua subiera a los tanques. ¡Ni una buena quimbumbia podía hacerse! ¡Ingeniera ni ingeniera!, pensó. ¿Para qué me sirve el título? Todos esos años estudiando como loca, las noches sin dormir, las madrugadas vividas, el estrés, las lágrimas... ¡El sacrificio, Dios mío! ¡El sacrificio! Tanto estudiar para al final terminar en la parada esperando un autobús. O una guagua. ¿Aún tienes energías para hacerte la fina, compañera? Tu salario no es suficiente ni para tomar un taxi de los que cobran cien pesos, se dijo.
-¡Oiga! -Una señora interrumpió sus pensamientos cuando la zarandeó tomándola por el hombro.
-¡¿Eh, pero usted está loca?! ¡¿Qué le pasa?!- La señora se mostró asustada ante su tono de voz y expresión corporal. Frida, suavecito que la mujer no tiene culpa, se acusó. Que no se te salga lo repartero ni mal educado. Respiró profundo y lo intentó nuevamente: -Ay, disculpe. Es que desde las seis estoy en la parada. Ya no doy más.
-No te preocupes, hija.- dijo la señora pasándole suavemente la mano por el brazo. -Todos estamos con mil problemas. Es que llevaba rato preguntando el último y me dijeron que era usted. Sólo quería confirmar.
-¿Perdón? ¿Último yo? ¡Si llevo más de dos horas en la parada! ¡El que le dijo eso se comió tremendo cable e' marcha atrá'!- ¡Ay, Frida! La cara de la pobre vieja... Que diga... señora... Antes de hablar respiró profundo otra vez, contó hasta mil y sonrió como si fuera a modelar.
-Disculpe, compañera pero la última persona no soy yo. Pregunte otra vez.- La mujer salió prácticamente corriendo de su lado y preguntando a toda voz quién era el último. No está bien que le alce la voz a una persona mayor, se regañaba, pero con eso me quitaré a la gente descarada que forma descontrol a la hora de subir al autobús.

De un momento a otro las personas comenzaron a agruparse. Miró a lo lejos y alzando la vista al cielo agradeció en silencio a Dios y a todo lo que conocía. La gente esperaba ansiosa con el dinero en la mano listos para abordar el transporte. "Y pasó el tiempo y pasó..." la guagua sin parar. Frida no iba a recitar los versos de José Martí pero las ganas de decirle veinte barbaridades al chófer no le faltaron. Hasta pensó en regresar a su casa, sentarse en el inodoro y limpiarse con el título que colgaba en la pared de su cuarto. Aquel título que la acreditaba como toda una profesional en el campo de la ingeniería. Frida, eres una muchacha decente, se tranquilizó. ¿Qué es eso, mi'jita? Cuenta, cuenta para que no se agote tu paciencia.

A lo lejos se observa otro ómnibus pero en esta ocasión el inspector de transporte decide que es hora de hacer su trabajo. Se pone de pie, arregla su uniforme, toma la planilla en una mano y el bolígrafo en la otra. ¡Ahora sí! Frida mira al cielo elevando una plegaria: Diosito, ayúdame. Si no llego a tiempo me despedirán en el trabajo. Espera... ¿Dije a tiempo? A tiempo no llegaré. Frida observa el reloj en su muñeca y se alarma ante la hora: 10:45.34. Esta vez la guagua estaciona. Las personas intentan subir al ómnibus pero la batalla del Olimpo se libera en fracciones de segundos. Una vez en el transporte Frida respira aliviada, asegura su cartera y se agarra fuerte para no caer. Cuando más relajada se encuentra un señor le pisa el pie, un hombre intenta meterle la mano en el bolsillo y una mujer con olor a cebollino recién cortado se coloca a su lado. Tira codazos para todas partes y observa fijamente al furtivo ladrón que bajo su atenta mirada se aleja. Frida se sube el nasobuco para evitar olores indeseables mientras analiza a las personas que están sentadas delante de ella. Son dos hombres que conversan tranquilamente y si sus cálculos no le fallan pronto se quedarán. Cinco paradas después los hombres se disponen a bajarse tal como imaginaba. Se acomoda en uno de los lugares recién desocupados sabiendo que nadie la parará pues no son asientos de impedido. Busca los documentos que tiene que exponer y los repasa en voz baja. Frida ahora se siente más tranquila, sabe que todo saldrá bien. Observa el paisaje por la ventana sólo para notar que pronto se queda. Guarda los papeles y comienza nuevamente la batalla pero esta vez para intentar bajarse.

Una vez en suelo firme Frida apresura su paso. Aún tiene que caminar ocho cuadras hasta el lugar indicado. Cruza las calles comprobando que no vengan carros de ambas vías, cinco veces está a punto de caer y en dos ocasiones chocan con ella. Sin embargo, eso no es lo que preocupa a Frida. Sus pensamientos están buscando una excusa para la llegada tarde.
-No puedo decir que alguien en mi familia murió, tampoco que me sentía mal, mucho menos que olvidé los documentos y tuve que regresar a buscarlos. Piensa, Frida... ¡Lo tengo! Puedo decir que la guagua en la que venía se rompió. ¡Nada más real que eso!

Una vez en la entrada del lugar la chica se pasa la mano por la frente para limpiarse un poco el sudor porque ni tiempo de sacar un pañuelo tenía. Sube las escaleras, llega a la recepción con la mejor de sus sonrisas, los mechones de pelo pegados a la cara y la respiración agitada.
-Buenos días, mi vida. Me citaron para una conferencia con el director de la empresa. ¿Podría indicarme dónde es? -La mujer la mira compasiva.
-¡Ay, cuánto lo siento! La reunión se suspendió. -le dice. Frida cuenta en un segundo hasta dos mil y piensa que ni en los Records Güinnes existe una persona que alcance tal velocidad. Sonríe a la chica antes de decirse a sí misma: Al menos nadie notó que llegaste tarde. ¡Después de todo, tienes la suerte de ser cubana!

Manual para leer en las nochesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora