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Había oscuridad, pura y pesada, oscuridad de esa que puede comprimirte el pecho, el aire es pesado, todo está en calma, demasiada calma, miro el techo de mi habitación, las vigas están firmes aún pero ya han comenzado a resquebrajarse, ni siquiera se escucha en pasar de los camiones lecheros en la autopista, el silencio me envuelve como una manta pesada de esas con las que no puedes moverte mucho durante los fríos inviernos debido a su inconmensurable peso. Hay demasiada calma, algo va a pasar, estoy segura de aquello.

Algo tiene que pasar.

Veo el reloj, amarillo, sobre la mesa de noche color caoba, junto a el libro de cuentos clásicos que me regaló mi abuela al cumplir 3 años, debería tirarlo, o regalarlo, hace años que no lo veo, solo junta polvo en sus hojas amarillas desgastadas; están desfalleciendo poco a poco los párrafos de esas coloridas historias que llenan de esperanza a las niñas de encontrar su "Príncipe azul" y les enseña a los niños como ser "caballeros", maldita sociedad machista, porque las niñas no pueden ser caballeros y los niños vulnerables, todos lo somos al fin y al cabo.

Ya estoy divagando.

Vuelvo a mirar la hora, esta vez en serio, 4:43 de la mañana, sigo mirando las vigas del techo solo iluminadas por la tenue luz de la luna que entra con terquedad por las rendijas de las cortinas negras que acaparan todo el largo de la ventana.

Suspiro sacando los nervios de mi estómago, algo va a pasar, una ráfaga de viendo congelada entra por la ventana, calando mis huesos sin previo aviso, unas ganas inmensas de llorar se atoran en mi garganta, tengo que sentarme, el nudo en mi cuello no me deja respirar es como si tuviera una cuerda que va cerrándose más y más, tomo el borde de la cama en un intento desesperado por liberar mi angustia.

Algo ya está pasando.

Suelto la angustia contenida en un largo y profundo llanto, las lágrimas se abren camino por mi rostro, siento la oscuridad ya instalada en mi habitación escalar desde mis pies hasta mi pecho adentrándose hasta lo más profundo de mi ser. A lo lejos, en la sala de estar escucho el repiqueteo del teléfono. Con los pies y las manos entumecidas logro levantar mi anatomía de la cama de plaza y media color café, arrastro los pies por el frio suelo, mis ojos aún están nublados a causa de las lágrimas, clavo las uñas en la palma de las manos en un intento desesperado de calmar mis nervios. El frio hace estragos en mi cuerpo mientras logro ver que sale humo de entre mis labios, las bajas temperaturas rondan en esta época del año helando la casa.

Bajo la escalera con paciencia, continua el llamado del teléfono que se escucha cada vez más fuerte. Tomo el tubo del viejo aparato con recelo, mis manos tiemblan, mis dedos aún entumecidos acercar el teléfono a mi oído, mi corazón late como un caballo desbocado dentro de mi pecho, al parecer, quiere salirse de mi cavidad torácica.

-Hola...- el nudo en mi garganta es cada vez más notorio.

-Señorita Lacroixe?-

-S-soy yo-limpio violentamente las lágrimas de mis mejillas, tengo que recomponerme, tengo que ser fuerte.

-La llamamos del Sanatorio San Agnes...le informamos que su madre ha fallecido...- la voz del otro lado del teléfono se escucha cada vez más lejana, mi cuerpo cae al suelo como una bolsa vacía, totalmente vacía, ni siquiera me quedan lágrimas para llorar.

Yo les dije, algo pasó.

-Señorita Lacroixe?-vuelvo a la realidad, o eso creo, tomo el tubo del teléfono que se había resbalado de mis temerosos dedos y lo coloco otra vez cerca de mi oreja- lamento mucho su perdida, para recuperar los restos de su madre debe venir al hospital, nosotros haremos todo el papeleo correspondiente-

-Claro...muchas gracias-

Sirvientes de la Oscuridad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora