CAPÍTULO DOS

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Liverpool, Inglaterra
Año no especificado
Yacía Minji en las piernas de su abuela. Ocultó su rostro en sus manos. Lágrimas de puro dolor dibujaban sus enflaquecidas mejillas.
— Minji. Niña dulce. Tranquila.

Susurró su abuela en un hilo de voz. Trató de calmar a su pequeña.

— Por favor, ya no llores, ya... Lo juro... Todo estará bien, niña. En serio, Minji.

La señora cariñosa le ofreció tiernas palmaditas en su espaldita. La pequeña se limpió las lágrimas y observó destruida a su abuela.
— ¡¿Por qué ellos me odian tanto!? ¡¿Qué hice yo!? ¡¿Tengo la culpa de todo, acaso!? ¡¿Mhm!?
La anciana retuvo su llanto. Abrazó a su nieta. La enrolló en sus débiles brazos.
— Ellos son el problema, Minji.
El recuerdo vago de su memorable abuela se desvaneció en el aire cuando cerró el libro de anatomía de segundo. La señora Kim no tenía razón. Minji era el problema. Si fuera menos retraída y más comunicativa... Tal vez sería la chica que todos querían que sea. Alejándose de la mesa inmensa de biblioteca, abrió un poco la ventana para recibir aquella brisa suave de otoño. Recordaba mucho a su abuela los días otoñales. Solía ser su estación favorita del año. En su infancia, su abuela se encargaba de hornear pan y a hacer mucho chocolate caliente en épocas como estas. Minji extrañaba el calor bonito de los brazos de su abuela. Sus besos de mejilla. Su compañía por el día y por la noche. Su comida. Su piano. Su voz de señora educada y amable. Minji extrañaba a su... Mamá.
— Muchas gracias, señora Williams.
Minji le agradeció con una media sonrisa a la bibliotecaria joven.
— Suerte en clase, Minji.

Su acento italiano golpeó su interior. Pensó de nuevo en su abuela. En las pizzas que hacía. A su abuela vaya que le hubiera encantado conocer Italia. Se odió por un momento porque no pudo cumplir su deseo antes de que el cáncer le arrebató todo. Una lágrima manchó su hoja con cálculos de física. Se revolvió la cara luego de sentarse en su respectivo pupitre escolar cerca de la puerta. Gente mirando de lejos sus movimientos lentos. El golpe de antebrazo derecho todavía seguía grabado en su demacrada piel. Al menos, el día fue algo diferente. Nadie la molestó. Almorzó sola en la cafetería llena sin problemas. Tuvo tiempo de usar como un ser humano normal el mingitorio. Realizó cosas comunes de preadolescente tranquilo y 0 ruidoso.
Minji adoraba el frío tanto como su abuela, pero a veces el cariño se le iba de las manos. Odiaba trabajar resfriada. Cocinar hamburguesas mientras mocos feos atacan tu nariz rojiza no es tan divertido como parece. Gracias al mejor amigo de su abuela, consiguió rápido empleo siendo menor de edad. Supuso que el hombre tuvo piedad de ella porque en verdad necesitaba dinero para poder pagar los gastos de la pequeña casa, la cuota del instituto, le urgía mantenerse.
— Hazlo despacio, te puedes quemar. El lugar no está lleno. La gente puede esperar un rato.

Su compañero le dijo en un tono bajo. Ejerció su labor más lento. Todavía no se acostumbraba a preparar bandejas. Tal vez solo a pasarle el trapo al suelo porque en casa también debía a hacerlo. De hecho, aprendió de su abuela a cómo limpiar y ordenar correctamente. Por supuesto, cocinar de todo. Era buena haciendo pan dulce y lasaña. Era su pequeña especialidad. Comprendía que no era tan genial como su mamá. Minji sabía elaborar cuestiones que quizás gente de su edad aprende con el tiempo. Llegó a la corta conclusión que tejer y ver canales de cocina de madrugada eran gustos personales de alguien de más de veinticinco años.
— ¿Qué quieres pedir antes del viaje, hija?
Los ojos claros de Yoohyeon divulgaron tranquilos por la pantalla de combos. Alzó los hombros. El "cualquier cosa" a través de lenguaje de señas molestó un poco a su familia. Ni siquiera tenía hambre. Yoohyeon solo quería volver a dormir en el asiento trasero del vehículo de su papá.
— Yoohyeon.
Yoohyeon dejó de poner atención a sus padres cuando paró en observar a Minji trapear. Desde siempre, la chica se distraía con facilidad. Minji era demasiado delgada, pero sus defensas eran incluso más altas que las de Yoohyeon.
"¿Los menores de edad pueden tener un empleo, papá?" Sus manos se movieron perezosas.
— ¿Qué, Yoohyeon?

[...]




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