Entre Látigos y Sábanas

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Gemía incesantemente conforme ella procedía a pegarme con aquel látigo. No hubo más ciencia en ello, debido a que lo hacía con vigor y ello me deleitaba. Como sea, yo le suplicaba que parase, pero en el fondo lo disfrutaba, anhelaba cada golpe suyo y ella lo sabía, por lo que actuó como si no me hiciese caso.

Los minutos pasaban y mi trasero regurgitaba en un ardor inigualable. A cada tocada resultaba más doloroso que ser clavado por un tenedor.

Ella, cuando terminó, agarró uno de mis glúteos con tal fuerza que procedí a gritar; lágrimas se derramaban de mis ojos, pero una sonrisa se formaba en mi rostro.

- ¿Con cualquier tocada ya te echas a gritar? –preguntaba ella sádicamente-. No eres más que un debilucho

Sin compasión alguna, me dio una nalgada. Mi respuesta fue evidente.

- ¡Eso ni lo sentí! Creo que perdiste tu toque

Obviamente sabía que esto le molestaría y, cumpliendo con mis expectativas, empezó a torturar mi trasero de diversas formas. Desde golpes hasta patadas, todo se componía por una espiral de dolor que anhelaba continuamente y que ella gozaba como la más gustosa satisfacción.

Después de un tiempo se detuvo. Su respiración agitada la sentía detrás, como si esperara su siguiente acción.

Alexandra procedió a tomarme del cuello. Cuando me tuvo frente a su ardiente y desafiante mirada, el escalofrío se sintió de inmediato.

Me apretaba más y más con la intención de dejarme sin oxígeno. Después de calcular mi límite, me soltó y respiré pesadamente. Seguramente me había dejado marcas por ello, pero si me pregunta alguien en la calle, diré que fue un accidente laboral.

No tuve tiempo de recuperar mi respiración, porque fui interrumpido por ella con una brusca patada que me derribó.

Posó su pie sobre mi pene erecto.

- Mira que miserable eres. Te lastimo y aun así te excitas. ¿A qué chica le parecerías atractivo?

- ¡A ninguna! No me importa ser atractivo o no para las féminas, con tan sólo obedecerte estoy satisfecho

Una aterradora sonrisa se formó en su rostro.

- Bien dicho

Quitó su pie de mi miembro y se bajó los pantalones. Tras ello, me los tiró en la cara para después hacer lo mismo con sus bragas.

Se posicionó sobre mi boca. Aquella vagina la sentía sobre mis labios, pero resultaba aún más placentero debido a que hacía contacto con mi lengua.

De modo admirable, empecé a lamer su clítoris con una delicadeza que sólo le mostraba a ella. Por su lado, solía presionarme la cabeza y me decía palabras bastante indecentes, las cuales servían para aumentar su excitación.

- ¡Eso! Lame como una putita

Tras ello, emitió un estruendoso gemido.

- Ni se te ocurra detenerte sin mi permiso –continuaba ella-, a no ser que quieras perder tu lengua

Aquel caliente sabor lo experimentaba en mis lamidas para después llevar mi lengua a otros rincones de su coño. Los gemidos que soltaba me satisfacían en cierta manera. Me gustaba cómo me sujetaba la cabeza, forzándome a seguir y ello sólo hacía factible la salida de concluir tal acto provocándole un orgasmo.

Sus gemidos eran mejores que la música... y más los insultos que me profería. No cambiaría por nada del puto mundo aquellas ¨dulces¨ palabras que me dirigía. Estaré loco, pero las sentía como afectuosas.

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