—Ava, separa más las piernas.
—Ya lo hago.
—Espalda recta.
—¿Quieres decir que no está lo suficientemente recta ya?
—No, no está lo suficientemente recta. Y alza más los puños.
No sabe cuántas horas pasan ni cuántas veces insiste en corregir su postura defensiva, pero el tiempo a partir de ahí empieza a pasar a cámara lenta. Y después de recibir un discurso bien marcado sobre cómo colocar todas y cada una de sus extremidades para redirigir la energía del golpe del atacante, Beatrice se pone manos a las obra. Por supuesto, cuenta con que la joven es increíblemente ágil y calculadora. La ha visto en acción lo suficiente, así que esquiva los primeros golpes intentando mostrar la misma elegancia que ella pero sin conseguirlo porque tiene que pararse a coger aire, retroceder, agachar la cabeza y predecir cuál va a ser su siguiente movimiento.
Entrenar con Beatrice no es fácil y desde luego no es como ninguna de las otras hermanas de la orden con las que ha entrenado hasta el momento. No sabe de quién ha sido la idea de que Beatrice ocupase el puesto, pero tendrá unas palabras con esa persona antes de morir ahogada en su propio sudor.
Puede ver la mirada de la joven oscilar de un lado al otro mientras se acaricia las sienes con impaciencia. Vale. Es cierto que esa mañana está un poco más despistada que de costumbre, pero el cielo está despejado, el campo se extiende a su alrededor y los alpes terminan de acomodar el paisaje como si fuese una pintura colgada en un museo. Y ella, que disfruta del viento rozando su piel, del sonido arrollador del agua unos metros más allá y por qué no admitirlo, del acento marcado de Beatrice, a veces se deja llevar por las sensaciones y sólo presta atención cuando recibe un golpe en el estómago. Por supuesto, no lo suficientemente fuerte como para hacerle daño, pero sí como para devolverla al terreno de juego.
Al cabo de un rato ella está exhausta. Pero a Beatrice, que respira con tranquilidad, que apenas se despeina, que apenas parece sudar, parece no importarle. No le importa que lleven desde el amanecer haciendo estiramientos, corriendo y luego practicando. Y desde luego no le importa en absoluto generarle sensaciones que no puede ni calificar cuando la mira con los ojos oscuros e imponentes.
—No estás prestando atención—dice cuando Ava retrocede tanto para esquivar el golpe que cae al suelo.
Ella rueda los ojos y se levanta.
—Claro que la presto, pero tú estás en modo sargento.
—No te lo parecería si anoche te hubieses acostado a tu hora. Sabías que hoy teníamos entrenamiento— el día cae sobre los hombros de Beatrice a medida que su voz se endurece porque hay una diferencia entre la Beatrice con la que convive y la Beatrice que la entrena.
Con el ceño quizás demasiado fruncido, responde:
—¿Oh, de verdad? Sólo salí a tomar una copa.
—Lo que hagas con tu tiempo libre me da igual, Ava. Sólo quiero asegurarme de que estás preparada para lo que pueda venir.
—¿Te refieres a esas cosas que me buscan? Creo que podrías ocuparte de ellas tú sola si continuas con este ritmo. ¡Y, de todos modos! No hemos vuelto a ver a esos seres en, ¿cuánto tiempo?
—Eso no importa. Lo que importa es que tengas al menos una pequeña base para poder protegerte y si quieres un consejo, no llegarás ahí si sales hasta las dos de la mañana las noches previas al entrenamiento.
—¿Y crees que no la tengo?
—¿Para lidiar con ese tipo de cosas? Lo siento mucho, pero no.
—Tienes que estar de coña— ríe irónicamente porque ni siquiera con la crudeza, la tensión y la creciente ansiedad que está utilizando, puede tomarse en serio las palabras de Beatrice.

ESTÁS LEYENDO
SALMOS 34:14 (SEGUNDA PARTE)
FanfictionPRIMERA PARTE concluida en mi perfil: SALMOS 121:1 Es la primera y la última caja. Cuando aceptó compartir apartamento con Ava no imaginó que las cosas seguirían siendo tan idénticas al pasado. Pero si alguien o algo está tras el halo, también est...