CAPÍTULO VEINTISÉIS.

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No sale del ático durante casi dos días. Aprovecha las horas muertas para hacerle caso a la doctora y reposar todo lo que puede dados sus daños físicos, así que la mayor parte del tiempo simplemente se queda acurrucada en la cama, incapaz de moverse. Las lágrimas parecen nunca acabar y sus ojos, llegada a ese punto, están rojos y ardiendo, pero cada vez que los cierra sigue visualizando el momento en el que Ava entra en el portal. Le duele el pecho ante la posibilidad de que algo similar vuelva a pasar ahora que tiene el halo de nuevo.

Tiene miedo de que el ciclo de pérdidas siga reproduciéndose porque después del ataque en el bar y la aparición de la Taraska, cuatro de las hermanas guerreras de la orden habían perdido la vida.

Se lo reprocha cada vez que abre los ojos porque intentó pelear y proteger a Ava al mismo tiempo, y al menos en una de esas dos cosas, había fallado. Sabe que la naturaleza de su apego hacía la joven portadora ha comprometido sus habilidades como parte activa de la OCS en numerosas ocasiones y que quizás, lo que está pasando es una distracción que ninguna de las dos puede permitirse.

De todos modos, se alegra que durante esos dos días, Ava acepte educadamente la distancia interpuesta y se mantenga en la sede suiza. Aprovecha las horas para practicar ahora que vuelve a tener el halo aunque según los informes de Camila, controla mucho mejor la energía que desprende el artefacto que antes de entrar en el portal. Eso alivia a Beatrice y al final, acaba dejando el móvil sobre el colchón sin contemplar la necesidad de responder. El hecho de que Ava esté centrada en su cometido le hace ver que en efecto, no es para nada la persona con la que ha convivido las últimas semanas o los últimos meses. Y simplemente, no sabe cómo sentirse al respecto aunque lo comprenda.

Ava ha vivido una serie de experiencias de las que ella es totalmente ajena y mientras tanto, ella ha vivido otra serie de experiencias al lado de Ava que ésta no puede recordar ni sentir como propias, no de una manera perfecta al menos.

Una complejidad dentro de otra complejidad.

A lo largo de esos dos días llama a Hans. Por suerte no recuerda mucho del incidente y no había ningún testigo cuando apareció la Taraska así que la noticia que traspasó algunos de los medios de la zona fue que un grupo de jóvenes borrachos había decidido atacar a los clientes que disfrutaban de los servicios del bar La Vasseur el sábado noche. Hans no hizo preguntas. Sólo le contó que estaban trabajando en la remodelación del local y en la reparación de los daños, que por suerte, no habían resultado ser demasiados.

En cuanto a Beatrice, advierte que es extraño que aún no la hayan convocado para informar sobre la misión o sobre el conocimiento que Ava tiene acerca de Reya, sus planes y sus intenciones, pero incluso esos pensamientos son meramente fugaces porque enseguida se empañan por otros. Al parecer, a los miembros del equipo de la OCS se les ha dado unos días de permiso después de lo ocurrido. Algo necesario porque desde que toda esta situación empezó a explotar, las hermanas guerreras de la orden han llevado sus propias habilidades al límite, moviéndose de un país a otro sin dejar de pelear o solucionar ciertos asuntos.

Merecen un descanso.

Esa tarde, mientras Beatrice se bebe un té negro con hielo sentada en la cocina de su apartamento, advierte que la vida ya urde lo necesario para que se desencuentre continuamente. Empieza a pensar que quizás para volver a ver a Ava como realmente es, es necesario que cierre los ojos primero.

«Así es cómo funciona la vida, chica. Crees que tienes el control pero en realidad ninguna de nosotras lo tiene. A veces lo más complicado y lo único que tienes que hacer es aguantar los golpes, ver qué pasa» es lo que le dice Mary cuando la llama por teléfono para saber cómo se encuentra o si necesita algo, lo que la lleva a recordar una cita que escribió John Milton y que reza: «La mente es su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno, o un infierno del cielo» e intuye que su mente está entrando en la segunda opción y de que además, prefiere simplemente limitarse a mirar el cielo que intentar vivir en él. Por eso al cabo de otros dos días, coge el coche y conduce hasta la sede suiza. De fondo en la radio suena una canción de Hollow Coves. Cree que es Blessings y aprovecha la soledad de la carretera antes de que amanezca del todo para bajar la ventanilla, apoyar el codo y acariciarse el cabello por encima de la frente mientras agarra el volante con la otra. Es la primera vez desde que se fue a su apartamento que la brisa la acompaña y crea pequeños surcos de viento contra su piel. Le relaja. Así que cierra los ojos un segundo, aprovechando la línea recta para aspirar la sensación. Cuando los abre de nuevo, un finísimo hilo se dibuja en el horizonte, por encima del borde del asfalto, entre las montañas a lo lejos. «Por la noche escucho el ritmo del océano al romper en la orilla y pienso en todas esas cosas por las que estoy agradecida. Ellos dicen "aférrate a lo que amas, mantenlos cerca de ti." Ellos dicen "aférrate a este tiempo que tenemos"» deja que la música la envuelva mientras permite que la luz caiga sobre ella. Claro que la Tierra va rotando su eje y sin ninguna relación con ese hecho, todos se mueven intentando vivir de la mejor manera posible. Pero a ella le habría gustado que el movimiento en sí mismo tomase una pausa para tener la oportunidad, al menos, de despedirse de la Ava con la que ha convivido durante los últimos meses.

SALMOS 34:14 (SEGUNDA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora