CAPÍTULO SEIS.

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Cuando se sientan en torno a la mesa de cuatro plazas del comedor el ambiente es pesado e incómodo, como si alguien hubiese dejado encendido el gas durante horas, asegurándose de cerrar todas las puertas y ventanas. Así se siente Beatrice cuando terminan de servir la cena. Lyah a su izquierda, Ava en frente de ella y Olivier al otro lado de Ava. Son fichas de un juego de dominó explosivo, confuso y para nada aconsejable mientras la lluvia fuera se precipita avecinando lo que será una noche fuera de lo común.

Beatrice se revuelve en su asiento porque sin quererlo, sin predecirlo, sin haberlo siquiera pensado, se han encontrado cuatro caras opuestas de una baraja de cartas. Ella, por supuesto, pone a prueba su educación medida, sus fingidas sonrisas y su autocontrol, incluso cuando Ava la mira de esa manera pecaminosa e incendiaria que consigue revolverle el estómago. Incluso cuando Lyah le pone una mano en la pierna que ella por supuesto aparta lo más consideradamente que puede porque aunque le ha dado la confianza necesaria para hacer ese tipo de cosas, no está cómoda después de todo lo que ha ocurrido.

Sea lo que sea.

Signifique lo que signifique.

El hecho de no haber tenido la oportunidad de mantener una conversación con Ava empeora la situación porque ella parece divertirse con la incomodidad del momento, como si pudiese lidiar con la tensión de una forma que no entiende, que no comprende, haciendo gala de su natural soltura.

Mientras saborean el primer plato, Ava y Olivier ponen su confianza medida sobre la mesa y muestran lo bien que se conocen, compenetran y conexionan y Beatrice tiene que centrarse en el sabor del fondue, diferenciando queso gruyère, elemental, fribourgeois y appenzeller. Un manjar para los sentidos de no ser porque el tono francés del tipo se le clava en los tímpanos y tiene que apretar la mandíbula de vez en cuando para disimular su malestar. Claro que Ava es experta en leerla cuando no pretende que nadie la lea y a mitad de la conversación la mira con ojos atentos, sonrisa pausada y gesto cariñoso.

Hablan de relaciones.

Bueno, él habla de relaciones. Beatrice descubre que es un chico que disfruta socializando y que al parecer, tiene el don de la palabra porque consigue acaparar la atención de las otras dos chicas cuando comenta lo siguiente:

—Esa mujer y yo nos conocimos en una fiesta en Mallorca. Ella estaba con alguien, yo estaba con alguien. Nos pusimos a hablar y los dos queríamos seguir hablando. Naturel et imprévisible porque pensábamos que sólo era el resultado de una conversación llena de cosas que no queríamos captar. Por eso no nos dimos los teléfonos ni buscamos una forma de contactar en el futuro, pero no podía quitármela de la cabeza.

Ava la mira. Beatrice evita la mirada cuando le sonríe.

Olivier continúa:

—Un día mi teléfono sonó. «He oído que me andas buscando», me dijo, como si me leyese la mente. Imaginénse, mesdemoiselles. De un momento para el otro me encontré en un rellano en el que no podía pensar con claridad, estaba nervioso porque reconocí su voz en seguida, supe de dónde provenía su acento y dónde quería que se quedase. La segunda conversación que tuvimos me aceleró el pulso porque no me la esperaba y nunca la olvidaré. «Y bien, ¿qué hacemos ahora?», me preguntó. ¿Qué hacemos? ¡Ni siquiera lo sabía! ¡Ah, la vie!

—¿Qué pasó después?—inquiere Lyah.

—¿Qué crees que pasó?—Olivier encarna una ceja.

—Lo que pasa casi siempre en esos casos—pronuncia Beatrice, como si sus labios hubiesen ignorado una clara orden por parte de su cerebro. Ava la mira. Ella mira a Ava—. Pasó que supiste que tu vida iba a salirse de órbita porque nadie que hubieses conocido antes se había dirigido a ti tan precipitadamente, con palabras francas y salvajes.

SALMOS 34:14 (SEGUNDA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora