enzo fernandez ⎯⎯ 9 de julio | s.o.s

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Terminé de bajar unas cajas del auto cual pulpo, porque la verdad no tengo ni la más mínima idea de cómo hice para bajar tanto peso con estos dos brazos

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Terminé de bajar unas cajas del auto cual pulpo, porque la verdad no tengo ni la más mínima idea de cómo hice para bajar tanto peso con estos dos brazos.

La mudanza se me estaba haciendo algo difícil. Terminé la facultad y me recibí, así que creí que ya era hora de dejar a mis viejos en paz y empezar mi vida por mi cuenta. Con plata del laburo y ahorros desde más chica (y, bueno, con un poco de ayuda de mis papás también) me pude comprar un departamentito simple en el centro de Buenos Aires, mi lugar favorito de la ciudad.

Cerré la puerta principal al mis espaldas y vi a, través de un ventanal, el obelisco. Amo la vista desde mi nuevo departamento.

Apoyé la última caja de cartón en el suelo y suspiré, era increíble el calor que estaba haciendo cuando ni siquiera era Diciembre. Prendí mi celu y me fijé el clima; en un par de minutos se hacían las 20:00 y eso implicaba 28 grados de temperatura, lo cual no era usual si anochecía.

Miré mi colchón en el suelo y agracedí que el flete que tenía las cosas más esenciales había llegado al mediodía como se estimaba. Traté de acomodar un poco las cajas con mis pertenencias ya que esperaba a mi novio para mostrarle mi nueva casucha, íbamos a pedir un delivery o algo, bien simple, como la mayoría de las veces que nos veíamos. Como me estaba mudando recién hoy, no había un aire acondicionado en ningún ambiente. Por lo tanto, me entretuve enchufando y prendiendo a máxima potencia el ventilador de pie que compramos con mi mamá hace un par de años atrás. Lo puse apuntando al colchón de dos plazas que descansaba en el suelo, y me avalanché encima del mismo para buscar frescura.

Llegué a un punto en el que no sentía el aire del ventilador y me tuve que sacar la remera para quedar en traje de baño porque no aguantaba más el calor infernal que hacía. Abrí las ventanas porque me estaba casi sofocando. En ese entonces escuché al timbre sonar.

Dejé mi tarea y me dispuse a abrir la puerta porque supe que seguro era Enzo. Me chupó un huevo estar en malla, si él ya me había visto incluso sin nada.

— Hola, Lari —me dijo apenas me vio.

Sí, era él. Con su pelo corto y ocre, su amplia sonrisa y ese corte en la ceja derecha que tanto lo caracterizaba, al igual que sus ojos, profundos como el mar, y esos tatuajes que se le asomaban por la manga de la camiseta.

— Hola, En, pasá.. —me dió un pico corto pero lleno de cariño y me hice a un lado para que mi invitado pueda entrar al depto— muero de hambre, ¿pedimos algo?.

— De una, linda.

— De una, linda

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