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Evaly había pasado tanto tiempo viviendo en el Jardín del Edén que ya no recordaba con certeza cómo era la vida fuera del castillo. Las paredes pálidas y los laberintos de pasillos eternos habían perdido su encanto inicial para convertirse en una prisión sofocante. A menudo, sentía que las habitaciones se estrechaban a su alrededor, amenazando con aplastarla y dejarla atrapada sin escape.

Contemplaba la salida de aquel mundo como su más grande anhelo.

Todo lo que alguna vez fue nuevo y maravilloso ahora se había vuelto monótono y tedioso. Cuando miraba por la ventana, se preguntaba qué había más allá de los límites del castillo. ¿Era un mundo lleno de luz, un abismo oscuro o simplemente un vacío infinito? 

—Desde un punto de vista descriptivo, la Materia Oscura permea el espacio intergaláctico y las galaxias, su existencia no puede ser percibida visualmente ni a través de la radiación electromagnética... —En una esquina de la habitación, un antiguo mueble de madera sostenía una radio de aspecto retro. De la radio surgía una voz robótica que impartía conferencias sobre diversos temas que los aprendices debían estudiar. La mayoría de los presentes tomaba notas diligentemente, excepto Evaly. Abandonó su lápiz y observó por la ventana, perdiéndose en la contemplación de la materia oscura, imaginando cómo sostenía las galaxias y se expandía a través de explosiones cósmicas, como las supernovas y los cuásares. Finalmente, se levantó de su asiento sin decir una palabra y se dirigió hacia la puerta.

—Evaly, ¿a dónde vas? —Dianne, preocupada, la detuvo en seco antes de que Evaly se dispusiera a abandonar el aula. —No podemos salir del aula durante las clases. —Le advirtió.

Pero Evaly, lejos de ser persuadida, sostenía una expresión de desafío en sus ojos. 

—Nos vemos en la biblioteca —respondió con un tono de determinación, y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Las clases podían ser aburridas, pero había algo intrigante en desobedecer las reglas, un atisbo de esperanza que la hacía sentir que aún conservaba un poco de su libertad.

A medida que el día llegaba a su fin y la pequeña estrella luminosa que orbitaba el Jardín del Edén se preparaba para sucumbir, Canis, Juliette y Dianne se encontraban en la Gran Biblioteca del castillo. Era un lugar impresionante, lleno de estanterías interminables cargadas de libros que abarcaban una variedad de temas, desde la astrofísica hasta la poesía, la historia y la tecnología de civilizaciones tanto primitivas como avanzadas. Los sabios buscadores habían recopilado estos textos a lo largo de los siglos para transmitir la máxima sabiduría a las nuevas generaciones de aprendices. Cada rincón del lugar guardaba tesoros literarios provenientes de diferentes rincones del cosmos.

Esa tarde, su tarea consistía en investigar y debatir los ensayos e hipótesis más importantes de diferentes autores, procedentes de innumerables mundos y eras, sobre la materia oscura.

Juliette, con una pizca de frustración en su voz, cuestionó: —¿Qué sentido tiene investigar algo que no se puede ver? —Mientras daba vueltas a un libro frente a ella—. Es más, ¿cómo sabemos que existe si no podemos verlo?

Dianne dejó de lado su inmersa lectura sobre la teoría del erudito astrofísico Qyoral, quien vivió entre los años estelares 4021 y 4096, dedicando su vida a la investigación de la hipótesis de la Materia Oscura Autoaniquilante.

—¿Cómo sabes que el oxígeno que respiras existe si no lo puedes ver? —susurró Dianne. Juliette estaba a punto de responder, pero la pregunta la dejó reflexionando, como si le hubieran planteado una de las cuestiones existenciales más profundas que jamás había escuchado.

Desde la distancia, Canis las observaba de reojo, recordando cómo las había visto salir del castillo para aventurarse en el jardín. Estaba a punto de levantarse para enfrentarlas, pero justo en ese momento, Evaly regresó. Asomándose por una de las puertas, ella llamó a las chicas con un gesto de la mano, y cuando se levantaron y la siguieron, Canis notó que las medias de Juliette estaban sucias de... tierra. Aquella tierra solo podía haber venido de un lugar: el bosque prohibido.

El Amor que Mueve al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora