VI

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Con el corazón en el borde del abismo, Aldán avanzó hacia el majestuoso trono de Magna en busca de la Reina. Pero al llegar a ese lugar, percibió un ambiente inquietante, como si el reino que conocía hubiera experimentado un cambio profundo y ya no resultara familiar.

—Mi reina... —Llamó Aldán con voz temblorosa, que se quebró al aproximarse al trono y descubrir que la figura que ocupaba el asiento pertenecía a un intruso. —Oh, Príncipe Guindu, es usted, ¿Qué os trae a este reino?

El Príncipe Guindu se alzó de su asiento, sus cadenas produciendo un acompasado tintineo metálico al avanzar unos cinco escalones abajo antes de situarse cara a cara con Aldán. La diferencia de altura era notoria, y el hecho de que en el rostro de Guindu no se reflejara ninguna emoción más allá de sus penetrantes ojos brillantes y sus afiladas orejas, hizo que Aldán tragara en seco.

—Bienvenido de vuelta, Príncipe Aldán, ¿O tal vez debería corregirme?, pues ya no ostentas el título de realeza, Aldán.

—¿Dónde se encuentra la Reina? Necesito hablar con ella —rogó Aldán, pero de los labios de Guindu emergió una risa amarga como respuesta.

—El valor que emana en tí como una luz inextinguible para seguir llamando a la Reina sabiendo que ya no le sirves a ella, lo encuentro en cierto modo cómico, —Guindu compuso su espalda antes de continuar demostrando su mayor estatura ante Aldán. —La Reina se está ocupando de unos contratiempos en el castillo y me ha sido asignada la tarea de llevarle ante el Rey para su juicio.

Si existía en toda la Tierra Media un ser más aterrador que Guindu, el Príncipe Demonio, ese sería su propio padre, Velabán, el Rey del Océano de la Eterna Penumbra.

—Como reconocimiento por mi servicio como Guardián Querubín, ha de reconocer, Principe Guindu, que merezco al menos una última súplica antes de ser juzgado. Deseo ver a la Reina.

—Tú que sublevas ante tu voluntad antes que a tu divinidad y suplicas ante mi el reconocimiento que no amerito sobre tí. He de informarle, Aldán que su alma miserable está ahora bajo mis dominios. —Entonces Guindu dio media vuelta y dijo sobre su hombro. —Venga conmigo. El viaje es largo.

—No —Se negó Aldán, mostrando la poca audacia que aún le quedaba—. No me moveré de este reino hasta que mi petición sea atendida.

La paciencia de Guindu estaba a punto de colmarse, era de no creer el que Incluso en su exilio, Aldán no dejaba de lado su terquedad.

—Debo recordarle que mi naturaleza no es obrar bajo la clemencia mas, tenga en claro que esta no es una petición cordial para acompañarme, es una orden. —Hizo una señal a las sombras que emergieron de la oscuridad detrás de Aldán. Dos demonios, parecidos en terrorífica apariencia a Guindu pero más bajos, tomaron los brazos de Aldán, inmovilizándolo y obligándolo a avanzar con ellos. Más adentro de la sala oscura, una figura encapuchada observaba cómo Aldán era escoltado por los demonios hacia su nuevo destino, mientras este luchaba en vano por liberarse del agarre.

Una vez fuera del trono de Rajika, comenzó lo que parecía un desfile sombrío que atravesaba casi todo Magna y terminaba en el muelle. Los ciudadanos de Magna, fieles a su Reina y su propósito, abucheaban y escupían a Aldán mientras este pasaba entre ellos. Algunos lanzaban cualquier cosa que tuvieran a la mano, hiriéndolo y humillándolo.

—Traidor... —le gritaban algunos.

—Pecador... —le decían otros.

—Monstruo.

Aldán se preguntaba cuándo había perdido todo el respeto que solía tener en Magna. Un error fue suficiente para condenarlo.

En el muelle, lo aguardaba un gran barco. Subió a bordo, sabiendo que su vida de gloria y luz quedaba atrás, en el pasado. 

El Amor que Mueve al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora