IX

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La ciudad capital de Magna bullía con una furia tal que teñía los rostros de los habitantes con desdén y desprecio hacia los prisioneros que llevaban los Quirópteros hacia el muelle. Había también una mezcla de confusión y miedo al ver a quien pensaban que era su gran heroe, el Querubín del Color Fuccia, ahora ser arrastrado hacia su juicio. Mientras tanto, Aldán, oculto entre la multitud, observaba desde la distancia cómo se llevaban a su última proyección hacia el barco, en cualquier momento podría desaparecer y él lo sabía, solo esperaba que le diera el tiempo suficiente para hablar con la Reina y despedirse.

Más, en su corazón, había dolor e incertidumbre, aquellos que una vez lo admiraron y respetaron ahora exigían su caída. Cómo había cambiado todo su mundo en un tiempo tan corto como un suspiro.

Pasó un buen tiempo, tanto que las almas habitantes de Magna volvieron a sus actividades cotidianas, Aldán se camufló entre ellos usando una túnica blanca que caía encapotada sobre su cabeza cubriendo buena parte de su rostro. Buscaba atravezar la Plaza de los Ancestros para llegar a la torre, y como la Reina aún no volvía, pasó un tiempo allí junto a las almas.

Aquella plaza era el lugar donde las sombras, tras su travesía por las vastedades del universo, se congregaban para escuchar las palabras de los sabios más antiguos que debían atravesar la longeva etapa de la Galaximia y ahora guíaban a aquellos que buscaban trascender. Aldán había estado allí pocas veces, pero era lo más cercano a un rincón parecido al Castillo del Jardín del Edén que se pudiese encontrar sobre la Tierra media, era un sitio imponente, rodeado por columnatas de mármol, arcos ornamentados y estatuas de las deidades más veneradas.

Una de las esculturas más destacadas era la de la Reina Rajika, sosteniendo heroicamente un arco y una flecha con su mirada fija en el horizonte. Aldán conocía parte de la historia detrás, remontada a los tiempos más oscuros por los que atravesó Magna alguna vez, cuando Rajika arriezgó su vida para acabar con el mandato de las fuerzas Malignas y dirigió la luz de su flecha hacia el corazón mismo de la oscuridad que los acechaba.

El solo ver su estatua, hacía que su pesar creciera en su interior, cerró los ojos con el dolor de quien nunca llegó a convertirse en la figura que tanto admiraba y siguió su camino terminando en el centro de la plaza donde se alzaba la ágora que ofrecía espacio para las asambleas de las almas que allí discutían sus conocimientos acumulados a lo largo de eones.

—Más allá de la alboreda del Oriente, —Exclamaba uno de los sabios a un tumulto de almas allí reunidas a su alrededor escuchando atentamente:— a donde son llevadas las iluminadas que buscan otra oportunidad para crecer y trascender donde se encuentra la dicha, el gozo y el placer, así como el dolor, el desamor y la crueldad. Muchos no están preparados aún para atravesar la Anthropalmia, pero aquellos que reconocen su amor sobre la acción del placer, solo aquellos, llegarán a la tierra prometida.

—Maestro, —Alzó la voz uno de los oyentes, —Expreseme su inteligencia, ¿Qué camino de gracia y honor debo seguir si quiero ser mejor que los demás y superar la etapa de Anthropalmía?

La mirada de Aldán volvió inmediatamente hacia el sabio quien por un segundo mantuvo su silencio antes de hablar.

—Yo no puedo dar toda razón a una vía recta que enderezca tu camino, —Respondió con una voz serena y pausada. —Vuélvete a esta plaza y mira bien a tu alrededor, posa tus ojos en aquellos a los que crees que su gracia y honor están por debajo de los que se te atribuyen a ti.

Aquel que había preguntado al sabio agachó su cabeza mirando al suelo sin poder volver a levantarla.

—No puedo cumplir tal petición, desconozco la verdad de a quién debería mirar, maestro mío.

El Amor que Mueve al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora