Capítulo 1

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"La Escencia de la Forma"

En el basto manto de infinito celestial, donde estrellas y galaxias bailan sin fin, flotaban dos figuras majestuosas, Solaris la diosa de los cabellos amarillos luminosos como soles dorados y a su lado, el gran principe del mundo utópico, Aldan.

—Me ha tomado una eternidad, pero he terminado, —indicó la diosa amarilla. —Observa.  —El principe se dejó dislumbrar por la imagen de lo que parecían ser unas ligeras motas de polvo flotando en el espacio, Cuando Aldan se aproximó, constató que, en efecto, se trataba de un conjunto de materia que se estaba organizando al ser atraído por la deformación gravitacional.

—Estás forjando un nuevo universo, interesante —Reconoció mientras contemplaba a detalle la formación de los cuerpos celestes con relación a su estrella aún sin luz. —Has dado origen a una infinidad de galaxias durante tu ardua labor, Solaris, ¿Qué te ha hecho invertir tanto esfuerzo en la creación de este en particular?

—Este universo es especial.

—Tú misma has manifestado que cada universo que creas es especial a su manera. —Apuntó Aldán con una voz suave y serena hacia la Diosa.

—En efecto, Principe Aldan. —Reconoció Solaris quien adoptó la misma pose erguida de su invitado de honor. —A diferencia de mis demás creaciones tengo grandes planes con este lugar.

Aldan alzó sus ojos castaños con algo de sorpresa, aún no comprendía el porqué Solaris necesitaba su ayuda y con cada palabra le generaban más preguntas.

—¿A qué te refieres?, ¿Cuál es el propósito de esta creación? —Preguntó con una mezcla de curiosidad y determinación

La diosa amarilla flotó por el vacio hasta volver al lado de su invitado.

—En los eternos años que he dedicado a mi arte me he preguntado lo mismo con cada creación a la que doy vida, ¿Es el propósito el que forma la creación, o es la creación la que forma su propósito?, ¿Qué piensas tú Aldan?

—Como ser consciente, he sido bendecido con la libertad de moldear mi propio destino, de descubrir mi propósito. —Respondió apacible después de haber reflexionado su respuesta unos cortos segundos.

—Permitame corregirle su magestad. —Entonces Aldán se dispuso receptivo en su lugar dispuesto a escuchar las palabras de la diosa luminosa con aprehensión. —Eres Aldan, el Principe Fucsia del Jardín del Edén, una esencia divina y por lo tanto tu propósito ya fue estipulado, así que si buscas libertad en tu camino, temo revelarte que esa libertad que anhelas es solo un velo de humo, pues ya tienes un propósito que trasciende cualquier elección o destino que puedas moldear.

—Agradezco tus palabras y la verdad que revelas ante mí. —Respondió Aldan con humildad. —Pero aún no comprendo qué buscas con todo esto y a qué se debe el clamado por mi ayuda.

—Soy Solaris, la diosa amarilla creadora de la vida, pero como una deidad que da vida, me extiendo en un ciclo inmortal que me separa del fluir efímero de la existencia que doy origen, ¿No es eso paradójico?

—En efecto. —Respondió Aldan quien captaba cada palabra y cada sentimiento tras estas.

 —Aldán. —Los ojos de Solaris brillaban con una intensidad que Aldan no había reconocido nunca antes en ella. —Este universo será un hogar para vida creada a mi imagen. Cada ser llevará un poco de mi escencia en su corazón, en cada latido, encontrarán miles de posibilidades, millones de años de historia e incontables experiencias que florecerán en mi seno. 

Con su alma llena de convicción, Aldan fue sincero con Solaris.

—Este nuevo universo, con todas sus maravillas y posibilidades que ofrece, quizás esté nublando tu perspectiva de lo que en verdad es importante, Solaris. Tu destino es sagrado y tu propósito ya ha sido concebido; tu deber es aquí, en el cosmos, no en un diminuto universo que es más pequeño que los granos de arena que he visto en el muelle.

—¿Tanto tiempo llevas aislado en esa isla flotante que no ves las posibilidades que puede darte la vida? —insistió Solaris. —El Jardín del Edén no dista mucho de la Tierra Media, tanto allá, como aquí, la libertad se encuentra confinada y limitada por reglas adsurdas. —Ella extendió su mano hacia su invitado en un movimiento orquestado y a la vez magnético. —Tu y yo sabemos mejor que nadie lo que es sentirse solo, pero en este universo que he tejido, encontraremos la oportunidad de forjar nuestro propio destino... Juntos.

Con su mirada serena y su corazón lleno de incertidumbre, Aldan contemplaba maravillado aquel espectáculo celestial en el lienzo de Solaris. Pero, en su voluntad, la semilla de la negativa ya germinaba. Un universo ajeno, un propósito impuesto, y una negativa que brotaba de su ser.

—Este universo es deslumbrante. Realmente admiro tu talento, diosa Solaris. —Aldan tomó la mano de Solaris en un breve roce y realizó una reverencia. Cuando se levantó miró aquellos orbes dorados y soltó con firmeza: —Sin embargo, ambos reconocemos los riesgos de este plan, la existencia como la conocemos podría llegar a su fin y por ello no puedo forzar mi lealtad a un mundo que no reconozco como propio.

—Aldan, por favor... —Suplicó Solaris pero el principe ya se había dado media vuelta y de un solo movimiento desenfundó su espada oculta a lo largo de su espalda. La hoja plateada destelló brevemente a la luz. Con el giro de su muñeca, la espada trazó un arco en el vació creando un destello con la forma de una puerta. —Te agradezco la oportunidad que me has brindado. Pero mi deber es reinar en las estrellas, no ser una de ellas. —Aldan atravesó la puerta y esta se cerró en un parpadeo.

Una vez más, ese silencio insondable que trae consigo la soledad en el vacio, como un eco que retumba con la pesada carga de la eternidad. Los hombros de Solaris se encogieron involuntariamente, como si cedieran bajo el peso de su deseo de vivir, que se desvanecía como un suspiro. Su divinidad se ha convertido en su propia prisión.

En ese instante de desesperanza, cerró sus ojos con fuerza deseando estar en otro lugar, respiró hondo y cuando toda la luz contenida en su cuerpo se apagó, Solaris despegó lentamente sus párpados descubriendo que se encontraba rodeada de galaxias, sus propias creaciones, danzando libremente por el cosmos, encontrandose y alejandose, irradiando luz, irradiando vida.

En medio de la inmensidad de su propio arte, Solaris se sintió diminuta y efímera. Fue en ese momento de asombro que comenzó a comprender que, si la existencia tuviera un fin, ya lo habría alcanzado.


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El Amor que Mueve al SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora