Galileo

4 1 0
                                    

Mercia, Inglaterra.

1903

Me mostraban diferentes tipos de telas para la coronación de Rebecca la cual sería dentro una semana, ella se encontraba sentada a un lado mío mientras escogía muy animada el
color de su vestido, sin embargo mi atención no se encontraba precisamente en el presente,
mi mente vagaba de manera tan intensa que mi cabeza comenzaba a darme malestar. Hoy más que nunca siento el día llegar, después de dieciocho años, todo lo que he dado
de mí al fin dará los frutos que he estado esperando. Rebecca para nada se merece esto, nuestra hija, el único recuerdo vivo tuyo que tengo, me sonreía y me preguntaba “¿Qué
opina, mi rey?”, sin saber que yo me aferraba a tu recuerdo desde el día en que te fuiste.

Asentí cuando me mostraron una tela satín verde oliva, la cual combinaría a la perfección con sus ojos. Indicaron que tomarían sus medidas dentro de veinte minutos para que se
preparara, por lo cual me dispuse a salir de la habitación.

Mi rey, ¿estamos pasando por alguna situación difícil o cual es la razón por la cual pareciera distraído?- pregunto ella mientras comenzaban a desvestirla hasta dejarla en su camisón, negué con la cabeza y hable.

Estaré en el comedor con compañía así que no entres.
Comencé mi recorrido antes de que pronunciara una palabra o hiciera un gesto, conocía a mi hija, y yo sé que la lastima mi trato tan desinteresado, pero todo lo hago por ti mi Isidore,
y en parte por mí, para evadir el dolor, cuan egoísta he sido con ella, sentí el nudo en mi garganta como en cada ocasión en la que pienso en mi hija, pero me despeje rápidamente
al entrar al comedor, pues a quienes mande llamar ya se encontraban ahí.

Ahora me encuentro frente a Hugh, ambos sentados en la mesa cara a cara, sigo hablando mientras veo su rostro entre atónito y confundido mientras le cuento mi más grande pesar, aquel sacrificio que prometí hace tanto tiempo. Trataba de expresarlo con la cara más
neutral que pudiera, así como también intentaba que no se me quebrara la voz, pues la
compañía de Hugh (el grupo de jinetes que más me odiaba y a quienes mi pueblo más amaba) se encontraban de pie detrás del ya mencionado Hugh, mi mano derecha.

-Quiero que se lleven a Rebecca- mencione al terminar todo el trato turbio- no quiero que
nadie se dé cuenta de lo que sea que suceda con ella, desaparezcanla, sin el más mínimo pesar de arrepentimiento.

Pude ver como Warin y Ambrose se tensaban al terminar la oración, mientras sentía mis ojos aguarse.

Disculpe mi atrevimiento pero,
nos está pidiendo un trabajo muy sucio mi rey- sabía que Warin no se quedaría callado, siempre defendiendo a los demás, aparte de Hugh, Warin era otro jinete que me llenaba de orgullo, era como verme a mí mismo en mi juventud.

-Trescientas mil libras y dos corrales a las fueras de Mercia, cerca de Wessex- se vieron entre los cuatro, sabían que era un precio bastante útil para ellos.
- ¿Y que pasara si el pueblo lo descubre?- Hugh dijo lentamente mientras me miraba a los ojos con una expresión incrédula, como si aún tratara de asimilar lo que les pedía.

- ¿Lo hicieron alguna
vez cuando éramos jóvenes?- dije, parecía aceptarlo pues se puso de pie y tomó la daga que había dejado sobre la mesa, los demás comenzaron a retirarse, pero Hugh no se fue
sin antes sacar lo que mantenía en su pecho.

-Sé que has sufrido por ella, pero nadie se merece lo que me estas pidiendo- lo mire
con una pizca de tristeza y molestia, y respondí mientras una de las comisuras de mis labios se alzaba.

-Mátala Hugh, no quiero que me va así.

Galileo y los 5 jinetesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora