Me quede parada mirando hacia la puerta mientras sentía que empezaban a medir mi cintura, siempre es así, él es el de la última palabra, en este punto de mi vida en realidad eso ya es cotidiano, el hecho de que se me trate como a una desconocida por parte del rey
es más que normal, pero sigue doliendo, más cuando los sirvientes me miran con lastima como si supieran lo que siento pero en realidad eso nadie lo sabe.
Recuerdo las primeras veces que el comenzó a tratarme así, fue casi después de cumplir los ocho años, su trato comenzó ser nulo y me hablaba como si fuera uno de sus enemigos,
perdió su tacto conmigo, ya no sentía sus abrazos, ni me cargaba y me alzaba al cielo como antes, incluso dejo de sonreírme. Y yo entendía que era porque debía madurar rápido al
ser la única heredera al trono y al ser mujer debía demostrarles a todos que era merecedora de él.
Pero nada me dolió, ni siquiera cuando me grito por primera vez enfrente de toda la servidumbre del castillo, ni siquiera cuando “por error” una de sus flecas rozo mi rostro y comenzó a brotar sangre de mi mejilla, nada me dolió a excepción de cuando me pidió que lo dejara de llamar Padre, fue la primera vez que me arrodille frente a él –Por favor dime cual fue el mal que yo he hecho, he soportado todo porque tú eres mi padre, ¿porque me haces esto? ¿Qué hice para merecerme esto? Yo te amo padre- se giró hacia mí con una expresión de asco y habló de manera tajante –Quiero que me obedezcas y que dejes de llamarme así, deja de humillarte, levántate y lárgate.
Solo tenía diez años, en ese entonces pensé, “¿será que debo vengarme? ¿Sera que quiere que lo odie?” pero como podía hacerlo, no podía y era su culpa, porque si los primeros años
de mi vida hubieran sido tan miserables como el presente probablemente hubiera logrado su cometido. Pero como se supone que lo haga si me demostró el mayor cariño paternal, si me amo y me llamo su única mujer y la más importante para él, como lo puedo hacer si antes de dormir nunca me hacía falta un beso y un “Te amo” de su parte.
Lo siento mucho por el rey porque yo nunca podre odiarlo sin importar lo que haga, él siempre me tendrá a su merced aunque me trate como la peor escoria, y le demostrare que puedo ser lo que el espera de una reina hasta que me permita volver a llamarlo Papá.
Después de la toma de medidas salí del castillo en dirección a la casa de la señorita Jade, ella solía educar a los niños del pueblo contándoles de la historia del reino, ayudándolos a
escribir y a leer, y yo al tener un cierto gusto por los niños había comenzado a ir a ayudarla gustosa. Ella siempre me decía –Princesa Rebecca, le aseguro que será una gran madre en el futuro y tendrá a los niños más hermosos del reino- de alguna manera eso me hacía sonrojar ¿Podría yo ser madre al no haber tenido una? ¿Cómo es ser madre y quien sería el amor de mi vida y me amará tanto como en los cuentos que les leo a los niños?
A menos de seis minutos de llegar Ambrose, un chico agradable pero bastante molesto, apareció frente a mí con su típica sonrisa burlona. Él era parte de un grupo de jinetes muy
querido por el pueblo que se dedicaba a manchar el nombre de mi rey.
-Tengo planes para esta noche, y parece ser que tú eres parte de ellos- antes de que pudiera responderle pude sentir como empujaban mi espalda tan fuerte que caí de cara al
suelo, justo cuando me iba a levantar sentí un pie patear mis costillas izquierdas, algo que me saco al aire al punto de quedar inconsciente.
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Galileo y los 5 jinetes
Short StoryMercia pareciera ser un lugar liderado por un hombre tranquilo, valiente e imponente, quien de su mano siempre es acompañado por su hija, la princesa Rebecca, que con solo mirarle confirmas el gran amor y respeto que tiene por su padre. Sin emba...