Galileo

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Todo este tiempo desde hace dieciocho años había buscado la respuesta a una sola pregunta sin tener ningún éxito, ¿Cómo se puede vivir tras la pérdida de la persona a la que más amas? Todos los días me preguntaba lo mismo ¿Era esta la vida que merecía? ¿Era este mi castigo divino por haber rechazado mis raíces y vivir en el pasado como la peor
mierda? ¿Es que acaso yo nunca sería feliz?

Hace algunos años, para ser exactos, el día en que te perdí, sentí como si mi corazón se fuera a salir de mi cuerpo, mi alma solo reaccionaba a tu vivaz imagen muerta de manera molesta pues todo aquel que se encontrara alrededor tampoco vivió para contarlo. Sabía que era una mala idea pelear hombro a hombro, pero tú eras tan testaruda, y tan capaz a
decir verdad, que me llenaba de orgullo y felicidad verte hacer una labor tan atrevida.

Demostraste a todos que no se necesitaba un género, un peso, un físico, ni una armadura
en específico para defender a los tuyos.

Pero ese pensamiento desapareció cuando te sostuve entre mis brazos y estos se mancharon con tu sangre, vi que tu tez se volvió tan pálida y tu pecho dejo de subir y bajar al ritmo de tu respiración, no importaba cuanto llamara tu nombre o cuanto me aferrara a ti, tú ya no estabas conmigo.

Fue entonces que tu viejo amigo se acercó a nosotros de manera amenazante y te alejo de mí a la fuerza para tomarte en sus brazos. –Deja de llorar que hoy vine a salvar a quien más amas- esas palabras resonaron en mi cabeza tan fuerte que tuve que voltear mi mirada hacia él, hacia sus ojos tan rojos que hicieron que todo lo que se encontraba a nuestro alrededor desapareciera –Pero debes de saber que el precio por pagar es bastante alto- fue ahí que sentí miedo, sentía miedo por no tener lo que él quisiera de mí, sin importar el precio daría todo de mi para tenerte otra vez.

Sin embargo, esa noche no obtuve más, justo después de decir eso él y tu desaparecieron, me volví loco, por años me medique y pensé que todo era parte de mi imaginación, quería
que esa noche desapareciera de mis recuerdos porque me volvían loco, pero como podría olvidarlo si esa fue la última vez que te sostuve y la última vez que te vi, pero decidí no
convertirlo en mi último recuerdo de ti.

Mi último recuerdo de ti aún sigue tan vivaz, el recuerdo de tu voz pronunciando mi nombre, jamás podría olvidarlo, tan vivo como la primera vez que entrelazaste tus dedos con los míos, recuerdo que se encontraban algo grasosos por la manteca del pan que usaste al
trabajar y que te esforzarte tanto en limpiar con jabón. Aun así, tu mano fue como sentir la brisa cálida del sol, tomaste mi mano mientras nos encontrábamos sentados en el húmedo pasto debajo de un gran roble, tan tímida que sentía que temblabas ligeramente, volteé a
verte por instinto, moría por ver tu cara sonrojada.

Lo que me tomo por sorpresa fue que tú semblante se mantenía serio y decidido, moviste tu cuerpo hasta quedar sentada sobre mis piernas. Tomaste mi mentón y me dijiste que era por mí por quién te habías enamorado por primera vez.

Mi Isidore, me arrepiento de cómo
te trato el futuro, y me arrepiento más del no poder haberte salvado, ni a ti, ni a tu energía tan radiante, ni a ti, ni a tu aroma a vainilla que se percibía ligeramente dulce en tu cuello, ni a ti, ni a mí, ni a nuestra hija.

Limpie mis lágrimas y me dirigí al balcón tras escuchar una ruidosa bulla desde afuera del castillo, la primera imagen que percibí, fue un incendio.

Galileo y los 5 jinetesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora