El campo de tiro es un lugar abierto, una extensión de terreno en la que normalmente los novatos practican su puntería. Reshef, quien es todo, menos un novato, se encuentra en el campo de tiro, estuvo varias semanas practicando para adaptarse a la pérdida de visión de uno de sus ojos. Ha acertado varias veces seguidas, sin embargo, no está seguro de sus habilidades, no son como antes; tocó la cicatriz de su ojo derecho, cerrando su párpado, aceptando su realidad.
El sol se asomó hace mucho tiempo, pero aún así, el día está nublado, el viento eriza su rostro y enfría sus mejillas.
―No sabía que seguías aquí, Reshef, ya acabó tu turno ―anunció Tatiana, quien ya no llevaba puesto su uniforme, sino una camisa gris y unos pantalones holgados―. Ya son las once de la mañana.
―Solo quería practicar un rato.
―No lo necesitas, ya puedes disparar correctamente.
―No estoy seguro. ―Empezó a quitarse los guantes.
―No te fatigues, Reshef, recuerda cuidar la salud de ese ojo. Por cierto, vendrán nuevos reclutas para los puestos de francotiradores, volverás a tener alumnos.
―Me hablas como si no tuviese una vida ocupada, Tatiana. ―Reshef guardó el arma en la funda, se aseguró de limpiarla bien, le fastidia ver residuos de pólvora ensuciando.
―Son reclutas que provienen de Mollis.
Reshef se detuvo en ese instante y casi dejó escapar una risa, por un momento, pensó que Tatiana solo estaba jugando con él, pero cuando volteó, se dio cuenta que decía la verdad. Toda traza de humor se borró del rostro de Reshef y dijo con sarcasmo:
―Genial, tendré que lidiar con niños llorones de Mollis, cada uno me demandará como diez veces por herir sus sentimientos, lo que siempre quise en la vida.
―Esta vez te pagarán el doble por enseñar, eres un buen profesor, Reshef ―dijo ella mientras se sujeta el cabello con una cinta.
―Dudo que sea el profesor que ellos esperan, son de Mollis.
―No creo que todos los de Mollis sean iguales.
―Los de la generación de mi padre, no. ―Se quitó las rodilleras y las metió en su mochila―. Pero los jóvenes, sí; estos últimos años han sacado cada cosa tan ridícula, se nota que no viven cerca de un muro. Si vivieran con el temor de que su ciudad fuese invadida por monstruos, no se comportarían de la manera más patética, son la burla de todo Astra.
―Dales una oportunidad. O por lo menos, no te metas en problemas con ellos.
―Con tal de que no se metan conmigo, todo bien. ―Se colgó el bolso en el hombro y se dirigió a uno de los vehículos disponibles, Tatiana fue detrás de él para subirse también.
Los dos estaban tan cansados que decidieron que el vehículo estuviera en conductor automático hasta la estación de metro. Al no haber techo, Reshef estuvo por mucho tiempo mirando el cielo, luego miró las ramas de los árboles, la brisa fresca, el olor a humedad y el sonido de la naturaleza; solo esperaba no retrasarse por algún animal en el camino.
―¿Ya casi será el turno de Santiago? ―preguntó Reshef.
―Será dentro de tres horas, Francisco no va a querer despegarse de él.
Tatiana tiene una bonita familia, aunque el trabajo de ambos les ocupaba demasiado, al punto de que Tatiana solo va a poder trabajar hasta el año que viene, ya que quiere pasar tiempo con su hijo y consentir a su esposo mientras descansaba de su arduo trabajo. Por otro lado, Reshef podría decir que su familia era bonita antes de la muerte de su esposa, no había pasado ni un mes cuando le arrebataron a su hijo mayor para que estudiara para ser un futuro soldado.
Al llegar a la estación de metro, ambos le pagaron al hombre que se encarga del mantenimiento de los vehículos. Reshef y Tatiana se despidieron, ya que ella prefería un taxi que estar rodeada de muchas personas en el metro.
Por lo menos pudo llegar a tiempo para el metro de las once y media, le mandó un mensaje a su padre para que no se preocupara en venir a buscar a Juliana, ya que él se encuentra en camino. A pesar de la multitud sentada, se le hizo extraño el que estuviese tan silencioso, ya que suelen ser conversadores.
Cuando llegó a la estación de April, fue lo más rápido posible hasta la escuela de su hija, quedaba un poco alejado de la estación, pero para él no es nada aquel recorrido, es un hombre joven y saludable, a punto de cumplir sus veintiocho años. Pudo ver una multitud de padres esperando a sus hijos, aunque la mayoría eran madres, quienes parecían no estar acostumbradas a verlo a pesar de que pasa por ahí casi todos los días.
Los primeros que salieron, fueron los niños de preescolar con sus camisas azules y tomados de la mano para que no se extravíe ninguno. Los siguientes, los niños de primer grado, entre ellos, su hija con su bolso de princesa y con un moño azul en su cabellera rizada; ella le miró con esos ojos azules que ha heredado de él y luego corrió a su dirección, haciendo que su profesora se asustara por ellos.
―¡Papá!
Reshef se agachó para poder tomarla en brazos y alzarla, ignoró todo cansancio por la presencia de Juliana.
―¿No te vas a despedir de tu maestra? ―le preguntó él.
Juliana asintió, volteó la mirada e hizo un gesto de despedida con una de sus manos, la maestra parece no querer acercarse como siempre suele hacer, Reshef no es tonto, puede detectar a una mujer que está interesada él, pero no está interesado en tener otra compañera, estar cerca de mujeres que no conocía le causaba cierta fobia por ellas.
Se alejó junto con su hija, se le hacía más fácil cargarla que tomarla de la mano mientras caminaban, ya que ella es tan pequeña que tiene que estirar bien su brazo para poder sostenerse bien; consideraba que Juliana se veía muy pequeña a su edad, estaba planeando llevarla al pediatra para saber qué podría darle para que le ayudara a su crecimiento.
«O tal vez yo soy muy alto», lo más probable es que fuese eso, ya que mide 1,89.
Juliana estuvo en casi todo el camino hablándole sobre su día en la escuela, le contó lo que vieron de clases, lo que hizo en la hora de recreo y lo que dijeron sus compañeros.
―¿No te ha molestado nadie? ―preguntó Reshef.
―Hay una niña que me pellizca en el recreo, se llama Karla, pero hoy no me pellizcó, porque le dije que te la llevarías para que fuera comida de monstruos.
Reshef abrió mucho los ojos ante aquella respuesta, ¿de dónde aprendió eso...?
―Creo que pasas demasiado tiempo con el abuelo ―comentó.
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Sangre, sudor y guerra.
Science FictionAño 2080, las personas intentan tener una vida normal, aunque vivan con el temor de morir devorados por un monstruo, o peor, convertirse en uno. Astra, es el nombre de su país, resguardado por enormes murallas y sacrificios por parte de muchos...