4.

9 0 0
                                    

El almuerzo fue hecho por Lucas Valentine antes de irse a visitar a su hijo menor, hizo un arroz con chuleta y ensalada de aguacate, la ensalada favorita de los Valentine, al parecer; Reshef no sabría decir si ese gusto por la ensalada de aguacate estaba en los genes, ya que todos los miembros de la familia Valentine tienen un gusto especial por esa ensalada. En fin, su hija estaba comiendo con gusto, incluso Raúl, él, que detestaba todo tipo de ensalada, no tuvo más opción que acabar con todo.

―Parece que la única manera de que comas ensalada es que la prepare mi padre ―comentó Reshef mientras lavaba su plato.

―Es que tu padre cocina muy bien.

―Pero si el abuelo y mi papá cocinan igual.

―¿Es que acaso tu papá quiere ser una fotocopia de tu abuelo? ―preguntó en forma de burla.

―Creo que son los genes ―contestó Reshef―. Tendré que preguntarle a mi padre si él se parecía a mi abuelo ―no lo decía enserio, pero de cierta manera, Reshef no recuerda a su abuelo paterno.

Reshef miró a su hija, era como ver una versión de él en miniatura y femenina, tenía el cabello más rizado que Julia, el único que heredó el cabello rojizo de ella fue su hijo mayor, algo inusual, ya que los rasgos de su esposa fallecida no eran tan fuertes, la probabilidad de que el primer hijo heredara su cabello rojo fueron escasas, pero no imposible; bueno, Reshef siempre pensó en que su esposa era más fuerte que él, no en el ámbito físico, para nada, sino en la cuestión emocional y mental.

―Oye, che, me dieron ganas de otra ronda de comida.

―De vaina alcanzó para ti, mi papá ni siquiera sabía que te ibas antojar en venir conmigo hasta la casa, así que no abuses.

―Andaba con hambre, ni siquiera desayuné, por algo la palta me pareció exquisita.

―¿Qué es una palta? ―preguntó Juliana.

―Así se le dice al aguacate en Calua ―respondió Reshef―. Tu tío quiere marcar su acento nuevamente.

Disculpá por marcar mucho mi acento, como si vos no tuvieras uno.

―Tengo un acento moderado, no me la paso marcándolo cada vez que puedo. Por cierto, ¿te sabes el truco de irte para tu casa, Raúl? Debes estar cansado.

―No utilices tu falsa preocupación conmigo, pero ¿me dejás dormir aquí? Me llamaron en el trabajo, fumigaron mi casa por las plagas.

Reshef arqueó una ceja, no le molestaba el hecho de que Raúl se quedara, ―bueno, tal vez un poco―, pero ya iban como cuatro veces que fumigaban su casa por alguna razón, sin olvidar que también tuvo que llamar a control de animales ante la aparición de animales en su casa, como aquella escolopendra que casi le causó un infarto.

―¿Otra vez? Chamo, deberías mudarte de ahí, ya van varias veces que invaden tu casa, el año pasado hubo un nido de lechuzas en tu clóset, por culpa de eso, te la pasabas pidiéndome ropa prestada, tienes que poner mallas en todas partes.

―No es mala idea, aunque las lechuzas no fueron molestas, esta vez me invadieron chinches. No me mires así, tranquilo, no me traje ninguna chinche, planché mi ropa como tres veces antes de ponérmela, si hubo una, ya la quemé con la plancha. ―Tocó su barba―. Me dijeron que tal vez la humedad y oscuridad de mi casa tenga algo que ver.

―Supongo, ¿y las ranas no se comieron las chinches?

―Las bolu... ―Frenó ante el carraspeo de Reshef, avisando de que no podía decir palabras fuertes frente a Juliana―. Digo: las ingratas me abandonaron a mi suerte.

Sangre, sudor y guerra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora