2.

22 2 0
                                    

Otra noche fría en la base Potens, otro día de trabajo como cualquier otro. La luna resplandeció en el cielo, sin dejar que ninguna nube la cubra. Cubrió su boca y nariz para no entrar tanto tiempo en contacto con el frío, ya que, por mucho que Reshef se viese como todo un militar indomable, el frío destruye su sistema inmune y lo hace caer inmediatamente en un resfriado, por ello está usando un abrigo grueso con estampado de camuflaje.

Miró a través de la pantalla que toma la imagen nocturna del perímetro, no encontró nada desde hace como media hora, por eso, sus municiones se encuentran casi intactas. Sintió menos peso en los párpados, ya que se tomó un buen café recargado para mantenerse despierto, sin olvidar que su posición acostada no le había ayudado a pensar en otra cosa que no fuera dormir.

Respiró hondo, sobó su frente y volvió a fijar su atención en la mirilla, se sumergió en un silencio que le hizo escuchar sus propios latidos.

―Oye, che, con ese trapo cubriéndote la cara pareces un terrorista a punto de hacer el asalto más grande de su vida ―dijo Raúl, destruyendo la concentración total de Reshef.

―No soporto el frío.

―El frío es el mayor enemigo del hombre ―soltó―. Una vez fui a visitar a mis viejos, hizo un frío tan horrible que literalmente Raulito se me desapareció.

Reshef rio ante el comentario.

―Deberías volver a tu posición, Raúl.

―Y tú deberías hacerme un favor.

―¿Cuál? ―preguntó mientras aparta la mirada de la pantalla.

―Quiero que le entregues esto a Leonardo. ―Mostró una pequeña caja―. Le dije a Tatiana que tú te encargarías de entregarlo.

―¿Y por qué le dijiste eso a Tatiana?

―Porque la última vez que fui al laboratorio, casi me desmayo por ver al cambiaformas en la misma habitación, ni siquiera sé de dónde sacaste los huevos para enfrentarte a tal bestia.

―¿Por qué?, ¿qué hizo el cambiaformas?

―Nada, pero me cagué del susto.

―Qué ladilla contigo y tus maricadas, Raúl, no mereces esa barba.

―No te metas con mi barba ―dijo Raúl, luego prosiguió a acariciarse la barba―. En fin, ¿lo harás o no?

―Lo haré, ya se me está entumeciendo el cuerpo por andar en la misma posición por tres horas seguidas, solo cuídame el puesto y no hurgues en mis cosas.

Raúl puso una mano en el pecho de la manera más dramática posible y dijo:

―¿De verdad me crees capaz de hurgar entre tus cosas?

―Así es.

Después de su amistosa charla, Reshef, con la caja en la mano, empezó a caminar por los pasillos de la base, el corredor estaba casi vacío, el piso negro relucía por la iluminación. Sus pisadas solitarias se dirigieron hacia el ascensor, saludó a otro compañero que se encontraba allí y luego presionó el último botón. Su compañero bajó del ascensor en el piso tres, así que se quedó solo, esperando llegar a su destino.

Cuando el ascensor se abrió, lo primero que vio fue un par de escaleras que conducían al laboratorio, no sabe quién fue el genio el que hizo una escalera para llegar al ascensor, pero pareció estar aburrido como para hacerlo. Bajó y abrió las puertas del laboratorio, un lugar tan grande como siete canchas juntas.

Sangre, sudor y guerra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora