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Sintió una parálisis en todo su cuerpo, alguien le miraba desde arriba, tan arriba que le hizo sentirse pequeño e indefenso, aquella persona tocó su rostro y rosó su mejilla con una de las largas uñas de esmalte rojo, no se clavaron en su piel por mera misericordia. La uña del pulgar rosaron su labio inferior, transmitiendo un frío por todo su cuerpo, como si se deslizara un cubo de hielo por toda su espalda.

El corazón de Reshef aceleró cuando se dio cuenta que arriba de él, se encontraba una mujer desnuda, su corazón palpitó del pánico, su respiración se volvió errática, el único pensamiento que tenía en su mente era, no me toques... De su boca no salió ruido alguno, su cuerpo no respondía de la forma que quería: empujarla y correr lo más rápido posible.

―No llores, mi amor ―dijo la mujer con una voz muy conocida para Reshef―. Ya deja de llorar. ―Aquel tono de voz expresaba una falsa dulzura. Ella se acercó a su rostro y dijo―: Sé un buen niño y pórtate bien.

Su cuerpo reaccionó al fin, se alzó de la cama, su respiración se encuentra agitada, su corazón le hizo palpitar cada parte de su cuerpo, miró a su alrededor y pudo respirar de alivio al saber que la mujer de su pesadilla no está, está solo en su cama. Tocó su pecho y cerró los ojos, esperando a que su ritmo cardíaco volviera a la normalidad.

Está haciendo más frío de lo normal, posó los pies en el suelo y vio a su cuñado dormir en la colchoneta, abrazando la almohada mientras la babeaba. Reshef se levantó, estiró una pierna para no pisar a su cuñado y se acercó a su ventana, apenas se está asomando el sol, miró el reloj de su mesa y se dio cuenta de que eran las cinco y media de la mañana. Suspiró y tocó su mejilla derecha, a pesar de solo ser una pesadilla, aún sentía la sensación de aquella mano en su rostro, luego se dio cuenta de que su piel está húmeda, había sudado frío.

―Dios mío, odio esto ―murmuró.

Se dirigió al baño y se cepilló los dientes. Con su piyama aún puesta, salió de su habitación, no sin antes ponerse sus pantuflas, normalmente los domingos se suele levantar a las siete de la mañana, sin embargo, después de esa pesadilla, no quería volver a dormir. Buscó una olla, le echó agua y la puso a calentar, bostezó, sacó pan tajado que estaba en la alacena y del refrigerador sacó queso y jamón para rayar.

Es una mañana muy silenciosa, apenas escuchaba algún vehículo pasar, el frío le hizo irritar la nariz, a pesar de vivir en Argelian durante toda su vida, no se acostumbraba al clima frío de algunas épocas del año, el diciembre pasado fue como si de un infierno se tratara, esta vez iba a ser todo lo contrario.

Rayó el jamón y el queso en un mismo plato, armó su sándwich de jamón y queso dentro de su sandwichera, miró la olla con el agua, ya estaba hirviendo, sacó el colador y echó dos cucharadas de café, apagó la cocina y procedió a colar el café, el aroma era suficiente como para calmarlo de cualquier cosa, incluso su nariz dejó de sentirse irritada; la cafeína en Argelian es un maldito vicio, incluso antes de que se llamara Argelian.

Se sentó para disfrutar de sus sándwiches y de su taza de café recién servida. Las persianas seguían abajo, la luz tenue se colaba, haciendo que todo se vea con más claridad. Para hacer el ambiente más ameno, puso la radio de su celular, no le subió mucho el volumen para no despertar a su hija, la emisora que puso transmitía música de los 90's y de los 2000. Comió en soledad, pero por lo menos se sintió tranquilo mientras lo hacía.

Cuando fueron las siete de la mañana, salió de su trance, se levantó de su silla y se dirigió a su habitación, pudo ver a su cuñado aún dormido, frunció el ceño, ya tenía nueve horas durmiendo, más que suficiente para una persona común. Reshef le arrebató la almohada, Raúl no la quería soltar, incluso se quejó por ello mientras seguía con los ojos cerrados.

―Levántate, imbécil. ―Pudo quitarle la almohada y le golpeó con ella en la cara―. Ya casi llevas diez horas durmiendo.

Raúl abrió los ojos y dejó escapar un quejido, estiró sus brazos y dijo:

―Se nota que nunca hiciste pijamadas en tu vida, pelotudo. ―Se alzó, su cabello negro se encuentra desordenado―. Este frío es tan arrullador que me dieron ganas de dormir por doce horas.

―A mí el frío me da pesadillas.

―Qué marica... Ah, no, verdad que el marica soy yo.

―Cepíllate los dientes, desde aquí siento tu mal aliento.

Reshef le hizo el desayuno a Raúl, quien parecía despertar al fin, encendió la televisión y se quedó viendo las noticias, Reshef solo la escuchaba mientras fritaba un huevo, tal parece que Mollis está siendo un desastre, por casos de vandalismo he...

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Reshef le hizo el desayuno a Raúl, quien parecía despertar al fin, encendió la televisión y se quedó viendo las noticias, Reshef solo la escuchaba mientras fritaba un huevo, tal parece que Mollis está siendo un desastre, por casos de vandalismo hechos por estudiantes que exigían no usar uniforme en las instituciones.

―Che, se supone que Calua y Mollis en el pasado, eran uno solo, me pregunto si éramos igual de estúpidos que ellos.

―Espero que no. Bueno, no entiendo su desprecio por usar uniforme, es parte de una diciplina y solo lo tienen que usar por cinco horas, ya que no hay internados en Mollis. Yo hacía y sigo  planchando mi propio uniforme.

―Bueno, el periodista dice que quieren defender su libertad de expresión y eso, ya sabes, de lo que se quejó tu nueva alumna.

No era la primera vez que Reshef era maestro de una mujer aspirante a francotiradora, de todos sus estudiantes, hubo una alumna bastante talentosa cuando se trataba de apuntar con precisión, su nombre es Carolina, no tuvo que enseñarle mucho, solo lo necesario. En el caso de la chica llamada Martina, sentía que las cosas iban a ser complicadas, aunque no quisiese.

―Ojalá tuviera ese tipo de problema ―volvió a comentar Raúl―. Es mejor que preocuparme por morirme de hambre si no laburo y que mi casa sea infestada por plagas cada dos por tres.

Reshef ladeó una sonrisa y negó con la cabeza, le dio el desayuno a Raúl, dos panes tostados con un huevo fruto y salchicha picada para evitar que su cuñado hiciera chistes obscenos con eso.

―Noooo, me picaste la salchicha, ahora me duele la mía al saber el sufrimiento que pasó.

―Deja de joder con tus chinazos, Raúl y come de una vez por todas.

―Va, va, amargado.

                ―Va, va, amargado

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Sangre, sudor y guerra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora