Tras horas de finalizado el partido de México contra Polonia, la escuadra argentina dedico su tiempo y atención al metraje de dicho encuentro: estudiarlo e identificar fortalezas y debilidades. Aquello era parte de su estrategia para la siguiente disputa deportiva con los mexicanos.
Durante la evaluación, los albicelestes coincidieron en dos situaciones respecto a sus contrarios; el portero era fuerte y representaba una amenaza para sus jugadas. Pero había una tercera situación que para unos fue desapercibida, pero para otros no:
Los jugadores mexicanos parecían endiosarlo por ello, dadas las innumerables muestras de afecto que le obsequiaban al guardameta entre tiempos.
Entre el debate y la charla rápida de la escuadra argentina, los pensamientos de la araña Álvarez dejaron de ser privados, cuando en su concentración dejo escapar un par:
—Parece un come flores —Con una mano en la mejilla y otra sobre su abdomen, el joven delantero debatía consigo con preguntas y respuestas al aire que solo se daba— ¿Y si es un floricultor?
Aquello atrajo la atención por completo del delantero con el número 10.
Lionel Messi no era un mentiroso y no iba comenzar a sus 35 años de vida. Así que no se mentiría con el hecho de que los excesos de mimos al portero mexicano hicieron mella en él, y es que, hasta cierto punto los comprendía.
Parte de su trabajo como futbolista también se lo debía a sus ojos —en suma, con sus piernas— que con tan buena vista de la que era dueño, notó al portero mexicano desde el primer minuto del mundial; el día de la gala, donde los grupos fueron armados por la suerte, y las selecciones se conocían entre sí.
Era alto. Bastante alto, sin necesidad de envidiar la altura de los jugadores europeos. Una complexión delgada pero justa, atlética, con extremidades acordes a su estatura: grandes y fuertes, en especial sus manos, y por si no fuera suficiente, el hombre tenía una increíble cabellera de rizos castaños que danzaban a su paso.
Si, tal vez lo había observado un poco de más, pero no podía culparse, solía notar demasiado de las personas a su alrededor. Aunque ese día no se encontraba muy a su alrededor, y la selección mexicana se encontraba flanqueando al portero, como si de sus guardaespaldas se tratasen.
Messi siguió hundiéndose en sus pensamientos sobre el guardameta de México, remembrando las ocasiones anteriores en que habían coincidido con saludos rápidos pero corteses, cuando un gemido doloroso a su costado lo salvo de la ensoñación; a su derecha, quejándose en murmullos y sosteniéndose el abdomen, el joven delantero Julián Álvarez, lidiaba con un reciente malestar estomacal.
—¿Te sientes bien, niño? —preguntó Messi. Levantó su diestra, colocando el dorso de su mano sobre la frente del joven—. Tienes fiebre.
Álvarez negó a la pregunta, dejándose inspeccionar por su capitán. Messi llevó su mano izquierda al rostro del delantero, comprobando lo que mencionó. Se puso en pie, instando una mano al otro jugador para llevarlo con su director técnico y este les diera pase a los servicios médicos, pero en el instante en el que Julián captó sus intenciones, soltó la mano de su capitán, retrayéndose hacia el sofá en el que se encontraba mientras se aferraba a los reposabrazos.
Ni volviéndolo capitán de la selección aceptaría reunirse con su director técnico.
No quería sentir la furia de Scaloni por desobedecerlo, y hacer lo único que le pidió que no hiciera durante la copa del mundo: comer alimentos fuera de su plan alimenticio. Y es que el joven delantero tal vez había salido por ahí en sus descansos a probar la comida callejera de Qatar, olvidando lo débil que se volvía su sistema digestivo cuando ingería alimentos atípicos a los de sus tierras.
Messi lo observó, una rubia ceja elevada y su diestra extendida.
—No, capi —negó Julián. Dejó de aferrarse al sofá en el que descansaba, y junto sus manos frente a su rostro para implorar a la buena voluntad del hombre—. Si voy me castigara, es capaz de no dejarme jugar por desobedecerlo.
El joven delantero no dejó su pose lastimera, reuniendo todo en si para que su juventud de 22 años hiciera acto de presencia y pudiera darle sus mejores ojos de cachorro al número 10, pero cuando transcurrieron algunos segundos y Messi pareció desistir, el guardameta argentino, Damián Martínez, interrumpió su acto golpeándolo en la cabeza, para posterior comenzar con su perorata:
—Los ojos de cachorro no van a funcionar esta vez, Álvarez. —Pasó de largo hasta llegar al asiento a la izquierda de Lionel, descansando su brazo derecho sobre este, acercándolo en un amistoso abrazo— Y tú no te dejes engañar, Lio. Se lo merece por desobediente, claramente se le dijo que no comiera fuera de aquí, pero le importo más turistear que su salud para el partido.
Álvarez nuevamente se quejó en pequeños gemidos de dolor, sin saber si era por su malestar estomacal o la reprimenda del portero.
—Bien, bien, suficiente, dejemos que el niño respire —apaciguó Messi—. No le diremos nada a Scaloni, pero busca al menos algún remedio para el dolor, tenemos otro partido a la vuelta.
El joven delantero se puso de pie rápidamente, dispuesto a buscar algo para su dolor sin que su director técnico se enterara, al menos de momento. Ya cuando obtuviera el tratamiento necesario o el malestar se detuviera pensaba contarle. Se volvió para despedirse de sus compañeros, y silenciosamente salió de la sala común en busca de la enfermería.
Martínez hizo un gesto de decepción con sus manos, mientras observaba a su capitán sonreír en su dirección:
—¿No puedes decirle que no un par de ojos brillantes? —Messi negó, convirtiendo su sonrisa en algo más grande, casi como una carcajada que luchaba por salir— ¡En verdad, que no Lionel!
Cuando por fin pudo esquivar a todo el equipo técnico de su selección y a sus demás compañeros, comenzó con la pequeña travesía de atención médica. Aferrándose a la identificación que colgaba sobre su pecho y recordando las indicaciones que le habían dado amablemente en la recepción, se dirigió a la enfermería del hotel, caminando directo al elevador que lo llevaría 15 pisos por encima de la tierra, a la par que, recordaba a Scaloni diciéndole que debería usar las escaleras y añadirlo como entrenamiento de su resistencia, aunque claro, en ese momento el hombre no se encontraba presente, y él no estaba en las mejores condiciones.
Maldito sea su sistema digestivo quisquilloso, y las interesantes comidas callejeras de Qatar.
Volvió su atención a su cometido, cuando el elevador produjo un suave ding al abrirse las puertas permitiendo que el joven delantero se adentrara y de un descuidado toque al número 15, el elevador cerró sus puertas y comenzó a moverse con velocidad.
Se alejó del panel táctil cuando el balanceo del elevador le causo nauseas. Su malestar estomacal estaba empeorando. Trastabillo unos pasos hasta chocar con la barra de metal que lo separaba de la pared de vidrio, y sintiendo sus fuerzas desvanecerse junto a la falta de equilibrio, descendió hasta que sus piernas estuvieron en contacto con el frio del suelo.
—¡Oh, vamos! —masculló. El elevador había sido requerido en el piso 8—. ¿No pueden solo tomar otro?
Una oleada de nauseas lo detuvo de seguir quejándose, orillándolo a aferrarse a sus piernas mientras presionaba su cabeza contra estas en el intento vago de frenar las náuseas y el mareo constante.
Con otro —muy ruidoso— ding, el elevador anuncio la parada en el piso 8, pero en su enfermizo estado, Julián no pudo importarle más quien subiera.
O quienes.
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Flores de Cempasúchil (Ochoa X Messi) (GARDENVERSE)
Fiksi PenggemarGuillermo "Memo" Ochoa era el único floricultor en la selección mexicana, y uno de los pocos entre come flores y humanos que participaban en la Copa del Mundo, en especial con la sede futbolística de este año. Lionel Messi era un come flores y futbo...