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–¿Engañaste a mamá? –fue lo primero que dijo, casi con desprecio.

Dura y directa. Rhaenyra juzgaba a su padre con la mirada y cuando este intentó acercarse, ella aguantó el espinazo de dolor y se alejó lo más que pudo.

–¿Tan desesperado estás por un hijo que decidiste serle infiel a mi madre con Alicent Hightower?

–¡Rhaenyra!

Los ojos de la princesa se llenaron de lágrimas, lágrimas que no permitió qué corrieran pero que formaba parte de la traición que sintió.

No podía imaginarse el dolor de su madre. Tanto los dioses de la antigua Valyria, como los siete son testigos de cómo su hermosa madre, débil pero de un carácter maravilloso, hermosa como una descendiente de Valyria lo era; con su cabello rubio, casi plata de los Targaryen y aquellos ojos azules de los Arryn, intentó por décadas darle un varón a su padre. Sufriendo abortos y muertes de niños después de un parto difícil por días llorando y sufriendo. Para que al final, Viserys Targaryen haya apartado la mirada hacia otra parte, hacia la única hija de Otto Hightower. Su amiga, su más querida compañera, la hermana que Rhaenyra nunca tuvo y siempre quiso.

Una burla de su amiga más querida y su padre.

El rey ordenó que todos se marcharan, incluyendo el Maester Mellos.

En poco tiempo el cuarto estaba vacío, con tan solo la presencia de Rhaenyra y Viserys, rodeado de una tensión asfixiante.

La princesa se negaba a apartar los ojos de su padre y Viserys, terco como él solo pero de corazón débil y amable, aguantó por poco la mirada de su hija. Hecho un lío en sus pensamientos, dejó escapar un suspiro sin saber por dónde comenzar.

Había pensado esperar un día o dos para contarle todo lo que olvidó de estos años, tal vez prepararla lentamente para que el impacto no fuera tan duro. Eso mismo le recomendó el Maester Mello a Viserys, pues desconocían qué tan débil podría estar la mente de Rhaenyra y temían que pudiera afectarle.

Sin embargo, no tuvo ni tiempo de pensar y procesar cuando el fuego ya había comenzado y ahora, entre la espada y la pared. El rey rogaba para que su hija no saliera por su propio pie a descubrir lo mucho que no recordaba, a sabiendas del daño que podría causarse a sí misma.

–No engañé a tu madre, Rhaenyra.

La princesa frunció el ceño incrédula. En sus pensamientos, Rhaenyra consideraba que su padre la tomaba por tonta.

–¿Ah no, y como se le llama a un hombre que engendra un hijo en el vientre de otra mujer que no es su esposa?

–¡Rhaenyra, por favor, déjame terminar! –gritó de repente. –¡Exiges  una explicación, entonces guarda silencio y escúchame!

La princesa comenzó a tocar los anillos que no tenía sobre sus dedos, para terminar mordiendo su mejilla interna y escuchar.

–Yo amaba a tu madre con mi alma, fue mi reina desde el momento en que la vi por primera vez y estar a su lado fue y es lo único que he deseado. –Viserys bajo su mirada a ese pequeño anillo, aquel que apenas cabía en su meñique pero que lo acompañaba a todas partes. –Pero ahora me doy cuenta de la presión y el dolor que le hice atravesar. Nunca fue mi intención someterla a tanto... no lo fue.

El rey no era capaz de mirar a su hija, lo único que quedaba de aquella mujer que estuvo a su lado por casi trece años.

–Y me arrepiento, Rhaenyra. No sabes cuánto lo hago, a veces puedo escuchar su voz, otras tantas pienso que está a mi lado pero luego... luego escuchó sus gritos y no sé cómo soy capaz de seguir vivo.

The lie between us Donde viven las historias. Descúbrelo ahora