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El día no parecía mejor que el anterior, de hecho, el cielo gris acompañaba el ambiente del funeral.
Frente a los dos sarcófagos listos para lanzarse al mar, como se hacían en los funerales de los Velaryon. Era Corlys quien daba la palabra por su hermano e hijo.
Nombrando cada uno de sus logros alrededor de sus vidas, sus aportaciones a la familia y al reino.

Los dos hijos del difunto Vaemond. Daeron y Daemion permanecían junto a los sarcófagos preparados para lanzarlos al mar tan pronto como Corlys diera la orden de hacerlo. Laena sostenía el brazo de su madre soltando lágrimas silenciosas con la vista fija al mar y la princesa Rhaenys, quien a duras penas había intercambiado una mirada con Rhaenyra, tan solo le ponía atención a su esposo.

Entre las pocas personas presentes, Rhaenys era la única que utilizaba un velo para cubrirse el rostro, en realidad, era imposible saber si la princesa estuviera llorando tras ese pedazo de tela o simplemente permanecía en blanco como su hija.

Cuando el funeral comenzó, Lord Corlys y la princesa Rhaenys fueron los últimos en llegar, siendo Lord Corlys el único que le dirigió un saludo del matrimonio.
Rhaenyra no se lo tomó a pecho ni mucho menos, solamente lo dejó pasar y una vez que se dijo lo que se tenía que decir.
Laena le dio un último adiós a su hermano acercándose al sarcófago y enredando una objeto alrededor de las cuerdas que permitían tener la parte superior de la caja en su lugar. Después, solo se observó como los dos cuerpos cayeron al mar, convirtiéndose en uno mismo con el mar hasta desaparecer.

Un silencio melancólico envolvió a los presentes. Incluso Rhaenyra tuvo que quitarse algunas lágrimas de los ojos invadida por la inmensa tristeza. No culpaba a nadie por quedarse en un transe.

La primera en marcharse fue Laena, desapareció con una cascada de lágrimas y la cara roja. Rhaenyra deseaba seguirla para consolarla pero la perdió de vista de repente, sin saber su paradero.

Un latigazo de incomodidad llegó al percatarse de su soledad. Nadie de allí la quería presente, siendo su único consuelo el que no la notaran, situación que agradece pues ella no quería ser notada en ningún momento.

Al poco tiempo, los guiaron a un lugar al aire libre donde se servía comida y vino. Solamente entonces, la comenzaron a saludar brevemente antes de marcharse y apartarla de toda conversación social. Algunos le preguntaban sobre su salud, pero una vez satisfecha su curiosidad, daban alguna excusa y se iban. La princesa no le dio más importancia, se dedicaba a tomar breves tragos de su vino y observar la tranquilidad que regala la visión del mar y sus olas en un día tan triste.

Aquella visión la animó brevemente. Volvió a pensar en las cosas que había hecho, en todo lo que intentó cambiar y haría para el bien de sí misma y los que la rodeaban. Tenía toda la intención de hacer lo mejor por su familia, de ayudar a los que mayormente la necesitaran, pero se sentía también arrastrada por aquellos, que la juzgaban por no ser un hombre. Solamente, las pocas miradas que había recibido de los asistentes en el funeral decía mucho de sus pensamientos, como si no vivieran más que para ponerla a prueba o someterla. Observar cada paso que daba, cada palabra que decía. Se daba cuenta que más allá de la corte, sino es que el continente, desaprobaba el que siguiera siendo la heredera de su padre.

Un quebradero de cabeza que Rhaenyra no podía superar.

La princesa suspiró y juntó las manos.
Cerró los ojos.
Escuchó en silencio.
Las voces se habían callado, provocando que Rhaenyra volteara a observar el repentino silencio, percatándose que la razón principal, era la presencia de la princesa Rhaenys. La mujer se había levantado el velo y parecía tan... sosegada; sin mirar a nadie, ni tomar posiciones contra nadie.
Perdida en su propia oscuridad, Rhaenyra pensó que ya llevaba un buen rato allí meditando, perdiendo completamente el sentido del tiempo y era momento de hablar con la princesa.

The lie between us Donde viven las historias. Descúbrelo ahora