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Ahora, Rhaenyra era consciente de las palabras dichas por Jane. De la rivalidad entre la que una vez fue su amiga más cercana y ella, la heredera.

En los ojos azules de la reina, la princesa observó la prueba de la cosecha en esos tres años y aunque no recordaba, era casi como si sintiera las razones de la destrucción de su amistad. Razón que le lastimó más de lo que pensó a pesar de haber creído mentalizarse. No se habían dicho más que algunas palabras, pero aquello fue suficiente para entender que en ese tiempo, pretendieron quitarle el único título que aunque no sabía si deseaba, que se lo intentasen arrebatar le hacía querer aferrase más.

En cierto punto Alicent tenía razón. Rhaenyra era un alma libre, pero no por ello significaba que no le gustara la idea de gobernar aunque eso conlleve a una vida en la corte y en la fortaleza hasta su muerte.

Bien se decía que deseamos lo que otros poseen y que otros desean lo que nosotros poseemos.

Sin embargo, en esta situación su principal disgusto, fue el hecho de haber querido intentar hablar con Alicent. Aceptó esta cena con el interés de arreglar las cosas y que ella, sea cual sea sus razones, había ido directamente a convencerla de renunciar al poco propósito que se le concedió desde que nació.

¿Quién era ella para decirle que es lo mejor? Rhaenyra no había tenido la oportunidad de gobernar, de digerir el hecho de que la preferían a ella por encima de su hermano y su hermano; era un niño de tres años que no sabía nada de la vida y ya tenía la presión de que lo correcto, era ser él que gobierne en un futuro.

Tal vez era un capricho de su parte, pero simplemente la respuesta era no. Ella no quería ceder su título de heredera sin ninguna justificación para hacerlo.

¿De qué servía intentar entender, si Alicent no quiere que lo haga?

Si así fuera, habrían tenido esa conversación desde antes, a fin de cuentas, Rhaenyra permaneció sola antes de la cena y por lo que sabía, Alicent solo tenía la compañía de sus damas.

Alicent no tendría la intención de convencerla de renunciar si tuviera el interés de arreglar lo que alguna vez se rompió.

Y mientras más analizaba, Rhaenyra juzgaba más a la reina. Se enfurecía con más vehemencia al pensar que Alicent que en un inicio, permitió que aquella relación que la princesa juraba que duraría para siempre, se enfriara tan cruelmente.

En este punto, Rhaenyra culpaba a Alicent. Ya no le importaba cuáles fueron los motivos de ella para casarse con su padre, ella traicionó y accedió a casarse, bien sabía que su padre no obligaría a nadie a estar a su lado. Escuchó por su propia boca que le tenía aprecio por haber estado cuando su madre, Aemma, murió. Sin embargo, Rhaenyra entendió que Alicent tal vez siempre tuvo la intención de convertirse en reina, a sabiendas del daño que aquello podría causarle a ella y su amistad. Es por eso que ya no hacía el mínimo intento de arreglar nada a pesar de tener una nueva oportunidad, porque no tenía caso alguno hacerlo.

Aquello le destrozó el corazón.

Terminó por cerrarse a cualquier idea y su sangre hirviendo dentro de su cuerpo, le dedicó a la reina una sonrisa forzada y en cierto modo vanidosa. La comisura de sus labios alzada pero sin ninguna intención de parecer amable, Rhaenyra apartó la mano de Alicent de un solo golpe, de una forma que podría parecer una falta de respeto hacia la reina.

–Le avisaré si Aegon se encuentra cansado.

Sin más y tragando las insistentes punzadas en sus piernas, Rhaenyra se puso de pie, bajo la mirada de Alicent. Tomó al niño en sus brazos como si no pesara, caminó lejos de ella.

The lie between us Donde viven las historias. Descúbrelo ahora