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 Aquella vez, fue diferente a las demás, ya habían pasado dos meses.

 Pero Chūya estaba furioso, y sabía que iba a estarlo por mucho tiempo.

 Pero Chūya estaba dolido, esperaba que no para toda su vida.

 Por lo que sin piedad alguna lanzaba balas de un lado al otro, perforando el pecho de sus enemigos y clavándole a varios de ellos con sus propias manos el cuchillo en el cuello. El pelirrojo estaba ansioso, enojado, furioso, lleno de adrenalina, lleno de dolor

 Gritaba, tan fuerte que su garganta ardía, pero él aún así seguía.

 Intentaba desquitarse con alguien que siquiera estaba allí, con alguien a quien tampoco le hubiese importado su dolor en el caso de que estuviera allí.

 Sin utilizar corrupción, el hombre con sombrero se había dedicado a provocar una masacre semejante a cuando estaba fuera de control, porque ahora era vulnerable, o al menos, se daba cuenta de lo vulnerable que era, y del nivel de dependencia que había tenido en su compañero.

  En Dazai.

 Aquel hombre, portador de ese nombre era la causa de todo aquel nudo de emociones. Hacía  poco que el contrario había desaparecido, la Port Mafia tardó una semana en darse cuenta que el susodicho los había traicionado.

 Chūya había escuchado con plena atención las palabras de su jefe, mientras veía a su propio auto arder en llamas. "Osamu Dazai nos ha traicionado", le habían dicho, él solo pudo reír, "si lo encuentras; mátalo", una orden que siquiera necesitaba que la mencionen, el contrario esa misma noche abrió uno de sus mejores vino y entre risas amargas frotaba sus oscuras ojeras, aquellas que delataban su larga búsqueda, creyendo que el contrario estaba en peligro, fumó de sus mejores cigarrillos, se rodeó de nadie más que él mismo, y rio toda la noche, mientras bebía a pesar de que gruesas lágrimas caían por su rostro sin que él las pudiera detener.

 "Traidor", pensaba.

 "Traidor". "Traidor". "Traidor".

 "Dazai", recordó.

 "Dazai". "Dazai". "Dazai".

 Lleno de odio al recordar aquello empujó uno de los enemigos hundiéndolo en una de las columnas, sintió la cabeza del contrario explotar contra el hormigón, sus manos se humedecieron, teñidas de rojo carmín.

 Lo odiaba.

 No pudo reaccionar, al estar ensimismado en sus emociones, cuando el techo sobre su cabeza cayó estruendosamente sobre él. Dejando no solo a los cadáveres,  y a los enemigos aún vivos aplastados, sino también al pelirrojo.

 Abrió los ojos de repente, como si una pesadilla lo hubiera estado atormentado, y tan veloz como los abrió volvió a cerrarlos debido a la fuerte luz que le quemó las pupilas. Luego sintió su cabeza palpitar y farulló una larga maldición.

—¡Despertó! —oyó a una voz gritar a otra persona—. Nakahara despertó.

Volvió a abrir los ojos, con esfuerzo, deseando saber en donde se encontraba.

Un grupo de mujeres lo rodearon, mientras que un hombre con una linterna apuntó a sus ojos, volvió a maldecir.

—Nakahara, ¿Puede oírme?

—Si, maldición, lo oigo, también lo veo así que aparte esa cosa de mí cara.

—Lo siento —dijo el médico mientas apartaba la linterna y lo ayudaba a incorporarse—. ¿Sabe dónde está?

Lágrimas en un rostro estoicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora