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 Su cabeza palpitaba horrorosamente.

 Chūya ya estaba comenzando a considerar reventar su cráneo contra la pared.

Sentía su cuerpo cansado, como si hubiera pasado la noche en vela, accionar muy probable ahora que sabía que compartía cuerpo con otra persona, con Oda, para ser específicos. Y que este, aprovechaba los momentos en los que el pelirrojo dormía para ir a visitar al traidor de la momia. 

Mientras golpeaba levemente su cabeza con el dorso de su mano e insultaba por lo bajo, alguien abrió la puerta de su oficina. Uno de sus subordinados se acercó con cautela, para cuando se encontró del otro lado del escritorio hablar.

—Mori-sama lo está llamando —avisó—, quiere verlo en su oficina.

 Chūya asintió y luego de pedirle que se fuera marchó por los largos pasillos de la Port Mafia con paso pesado, hasta llegar frente a la oscura puerta de doble hoja. Los hombres que hacían guardia se inclinaron al verlo llegar, sin impedir su ingreso.

 La ancha vista de la ciudad que ofrecía el inmenso ventanal fue lo primero en darle la bienvenida, seguida por la larga alfombra roja que levaba a un par de asientos en el centro de la habitación, dándole la espalda al escritorio, Mori se encontraba sentado en uno de los sillones rojos, Elisse a su costado en el suelo eligiendo el vestido para una muñeca. Finalmente cuando el pelirrojo se encontró al lado del mayor, y realizó una reverencia, este lo saludó.

—¿Me llamó señor?

—Si —respondió—, ¿cómo has estado?, ¿estás descansando bien?

—Hago lo mejor que puedo.

—¿Necesitas que te haga alguna revisión?

—Muchas gracias —soltó—. Pero no tiene porque preocuparse.

—Ya veo —dijo, finalmente, corrió la vista que había mantenido clavada en el horizonte y lo observó—, supongo que tampoco tengo que preocuparme por tus "actos caritativos" —bufó.

 El pelirrojo lo observó sin comprender, Mori-san sonrió, pero sus ojos no acompañaron aquella sonrisa.

—Ya sabes de lo que hablo, actos que no corresponden como ejecutivo de la Port Mafia —aclaró—, actos que parecen entorpecer nuestro trabajo.

—Lo lamento —se apresuró por responder a pesar de que no sabía que es lo que había ocurrido, debido a que era consciente de que probablemente aquello era obra de Odasaku—, no volverá a suceder.

—Por supuesto —asintió, volviendo su vista al frente—. Últimamente te he visto muy cansado, ¿por que no te tomas el día y vas a casa? —ofreció.

 Chūya sabía que no era un ofrecimiento, sino una orden, así que volvió a inclinarse, y luego despedirse, partió hacia su departamento.

 El aire frio le calaba los huesos, apretaba fuertemente sus manos enguantadas dentro de los bolsillos de su pantalón, mientras caminaba por las calles de la ciudad se arrepintió de no haberse superpuesto a su cansancio, el cual había afectado en la decisión de no manejar aquel helado día. Ni bien el pelirrojo llegó a su casa, se sirvió un taza de té caliente y se sentó en el sillón allí la fue bebiendo lentamente hasta recuperar el sentimiento de calidez, luego se acomodó, hasta comenzar a sentirse adormilado. Necesitaba hablar con Dazai y con Oda, era por eso que tenía que dejar que su cuerpo fuera controlado. Si bien desde el primer reencuentro conocía la ubicación del traidor, su orgullo le impedía acercarse allí por voluntad propia.

 Así que frunciendo el ceño dejó que Morfeo hiciera su trabajo y se sintió desfallecer.

 Tal cómo había predicho; recuperó su consciencia, recuperó su cuerpo, en la casa de Dazai, al despertarse una sábana cubría amablemente su cuerpo. El más alto no se encontraba en la habitación. 

Lágrimas en un rostro estoicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora