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 Lo único que Chūya reconocía que extrañaba de Oda, era como este lo llevaba hasta la casa del castaño cuando él dormía. Mientras observaba el espacio vacío a su lado, recordaba el ondulado cabello castaño de su amado, sus ojos aún adormilados y la sonrisa risueña cuando recién se levantaba que solo lo observaban a él.

 Chūya deseaba internamente volver a vivir juntos, a pesar de los malos hábitos de Dazai, por ende sentía cierta impotencia cuando recordaba que aquello era imposible.

 Por más que él lo amara, Dazai seguía siendo un traidor para la Mafia. Y él era parte de aquella organización.

 Suspiró profundamente.

 La única solución era ir a visitar a Dazai, y la verdad, no le desagradaba en lo absoluto. Se incorporó e higienizó, lo hizo velozmente, metió dos panes a la tostadora y se hizo un café sin agregarle leche o azúcar.

Lo hizo fuerte, amargo. Le recordaba un poco (bastante) a Dazai, aunque para ser sincero; todo le recordaba a él, a su novio.

"Wow", pensó, sin poder creerlo, "mi novio", repitió y aquello le provocó una sonrisa.

Las tostadas saltaron, estaban listas, les colocó miel y comió. Le melaza provocó que su garganta ardiera, bebió un corto sorbo de café. Y continuó, apoyado en la encimera, observando el enorme ventanal que abarcaba toda la pared y disfrutando de la vista matutina. El cielo estaba despejado, se animó a creer que el clima comenzaba a mejorar.

Cuando terminó de desayunar colocó la taza y los utensilios dentro del lavavajilla, luego recogió las lleves de su auto, se colocó su saco, sus guantes, los zapatos y por último, pero con mucho cuidado y amor, su sombrero. Su horquilla le llamó la atención, estaba torcida, la toqueteó un poco para luego enderezarla hacia el centro de su garganta.

Se observó a si mismo en el espejo y se sonrió, hacía tiempo que no se sentía en paz consigo mismo.

Jugando con las llaves salió de su departamento, también se detuvo para observarlo, si bien aún sentía que el mismo era inmenso, comenzaba a recuperar su calidez, comenzaba a sentirse como un lugar a dónde quisiera volver.

No tardó en llegar a la Port Mafia, y del mismo modo, no tardó en comenzar a trabajar. Elisse había decidido acompañarlo aquel día, por lo que giraba de un lado al otro sobre la silla giratoria que antes le había pertenecido a Dazai, para de vez en cuando detenerse y garabatear sobre las hojas que había traído. Sus subordinados entraban y salían con furor, llevando y trayendo mensajes, documentación, problemas y soluciones. Cuando el reloj marcó el mediodía, la joven se incorporó e intervino en su trabajo.

—¡Hora de un descanso! —soltó, más como pidiendo un descanso para ella que para el pelirrojo.

El contrario asintió y marchó tomando la mano de la contraria, quién lo arrastró hasta el comedor privado de Mori-san, quién estaba allí junto a Kioyo esperándolos a ambos, con el almuerzo servido. El pelirrojo inclinó su cabeza respetuosamente, ambos adultos lo saludaron. Chūya corrió la silla de Elisse hacia atrás caballerosamente y la ayudó a sentarse, luego por orden de su tutora rodeó la mesa y sentó a su izquierda.

El pelirrojo creyó que aquella cena tendría algún motivo laboral, pero se sorprendió cuando la misma trascurrió sin tocar el tema, de forma cálida, simulaban una cena familiar, en dónde ambos adultos se trataban como hermanos, algo que hacía tiempo no veía.

—¿Ocurre algo? —le preguntó Mori-san cuando sus miradas se cruzaron.

—No para nada —respondió al instante.

—¿Acaso la comida no es de tu agrado? —preguntó la pelirroja—, ¿o es el vino?

—No, no —interrumpió—, todo está perfecto, está maravilloso.

Lágrimas en un rostro estoicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora