Capítulo dos

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Valerie era la acompañante terapéutica de Enid, estaba con ella cinco días a la semana, unas cuatro horas. La mujer era muy amorosa, y le encantaba su trabajo, también le gustaba hablar al respecto de este, así que Merlina aprovechó eso para saber más de Enid y de su condición.

—Enid... ¿Ella será así toda su vida? ¿Todo el tiempo? —le preguntó un día, estaban en el parque, habían salido a una caminata, sólo ellas tres, y estaban descansando un poco, Enid estaba en su mundo, como de costumbre.

Hacia un rato se había metido en medio de un partido de fútbol y tuvieron que apartarla antes de que la golpearan con la pelota sin querer. La pequeña joven no se había dado cuenta de nada.

Kinbott suspiró, se ajustó un poco la cola de caballo que mantenía apartado a su largo cabello rubio.

—Espero que no, sinceramente, es muy dispersa, y ya tiene dieciséis, está grande, debería estar al menos un poco mejor, para que las cosas sean más fácil... Ya casi es un adulto.

—Porque si ella sigue así va a necesitar de alguien que la cuide toda su vida —dijo Merlina—. Ni siquiera mira la calle antes de cruzar, moriría sin alguien que la vigile todo el tiempo.

La mayor asintió.

—Sí, pero es muy difícil... No se ha conectado con el mundo y creo que es porque nada del exterior le interesa, no tiene ninguna razón para estar fuera de sí misma.

—¿No es porque le da mucho miedo? Es por eso que no se relaciona. Bianca siempre dice que ella ha confiado demasiado en quienes la han abandonada que ya no quiere confiar en nadie más.

Valerie negó.

—No, no, esa es una de las razones, y yo también lo pensé así al principio, pero es que Enid nunca ha tenido ningún interés, ninguna razón para querer ser parte del mundo —la mira—. Y una de verdad, no juntar cosas azules, no ver un programa de TV de estrellas. Ellos encuentran una razón que los impulsa a mejorar, a salir adelante. A veces es que se dan cuenta que los demás crecen, se dan cuenta que sus hermanos mayores ya tienen un trabajo y una casa propia y ellos se quedaron atrás, después de eso quieren intentar todo para hacer lo mismo, o lo que pueden —explica—. Es cuando aparecen las crisis, las de verdad, las fuertes, esas que Enid nunca tuvo.

—¿Cómo es eso?

—Depende de cada uno. Ellos sienten una gran cantidad de ansiedad, y a veces huyen creyendo que pueden escapar, otros sólo se quedan en un lugar y se hacen pequeños, a veces se golpean. Pero siempre terminan llorando y gritando mucho, gritan como si los estuvieran rompiendo por dentro.

Merlina se sintió asustada de sólo imaginarlo.

—¿Y qué hay que hacer si eso pasa?

—Le decimos "contención", sólo para ponerle una palabra bonita. Normalmente los abrazamos con fuerza, y si es muy fuerte hay que tirarlos al suelo y apretarlos lo suficiente como para que no se puedan mover, ni golpearse, ni lastimar a otros, se cansan de pelear y es cuando se calman. Eso hacemos con los niños que tienen crisis, Enid es pequeña pero es muy grande para que yo pueda hacer eso con ella.

—¿Y si somos dos?

Valerie sonrió, le gustaba que otros se interesarían en temas tan fuertes y delicados como aquellos.

Tratar con personas con TEA, o con cualquier otro transtorno igual o más severo, no era para todos y muchas veces le dejaban todo el trabajo a ella, porque era la especialista.

En realidad, debían de incluir a las personas como Enid en la vida cotidiana de los demás, como algo que formaba parte de aquello, debían hacer unas excepciones con ella, sí, pero no apartarla y dejarla con una terapista como si fuera su niñera.

sarang; wenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora