Capítulo seis

8.3K 1K 221
                                    

—Enid, ¿qué pasó con tu carta, la que estabas escribiendo hace tiempo? Nunca me la mostraste.

Enid se encogió de hombros, estaba ocupada pintando en un cuaderno con dibujos de mandalas, que eran bastante difíciles y con mucho detalle para gusto de Merlina, pero a la pequeña le gustaban, por eso se los compraba cada vez que veía uno nuevo.

Era su último hobby, y tenían guardado todos los libros que había completado con el tiempo.

Addams miró la hora, siendo las doce menos veinte, y suspiró, sabiendo lo que vendría.

—Niddie, ve terminando por hoy que hay que ir a dormir —murmuró y se acercó a ella, dejando besos en su mejilla y en su oreja.

—No quiero —negó, sin dejar de mirar el cuaderno—. Me falta mucho para terminar, no puedo.

—Niddie, sólo por hoy, por esta vez. ¿Puedes dejarlo un rato bebé? Te prometo que seguirá allí tal como lo dejaste.

Volvió a negar.

—Por mí, vamos, por favor.

Se lo pensó un poco, y sabía que si insistía de esa forma era porque le resultaba importante, así que suspiró, cerrando el libro y guardando sus colores.

—Muchas gracias mi amor —agradeció la pelinegra, sonriendo y besando su mejilla sonoramente, haciéndola sonreír.

Se levantó para buscar un vaso con agua y la pastilla que debía darle.

Le rompía el corazón tener que hacerla dormir con medicamentos para que no sufriera con los fuegos artificiales de año nuevo, pero no volvería a arriesgarse a lo que había sido la única noche en la que había permitido que se mantuviera despierta.

Enid era bastante tolerante a los ruidos, pero si eran muy fuertes, como una lluvia torrencial con rayos y truenos, o especialmente, una noche donde un montón de idiotas se divertían explotando cositas para ver colores y formas que duraban menos de un segundo; se alteraba, demasiado.

Lo había comprobado una noche, donde Enid rogó que la dejara despierta una vez, porque quería saber lo que era el año nuevo, la fiesta, y los fuegos en el cielo.

Y con los pucheros, la había convencido totalmente.

Esa noche, al marcar las doce, sentadas en el balcón, Enid vio por primera vez los fuegos artificiales, y fue cuestión de segundos para que comenzarán las explosiones fuertes y el amontonamiento de fuegos y ruido.

Cubrió sus oídos con sus manos y sintió su cabeza doler, creía que hasta iba a estallar, comenzó a gritar de dolor.

—¡Enid! ¡Enid, ya!

—¡Basta! ¡Merlina haz que pare! ¡Basta! —comenzó a gritar mientras las explosiones continuaban, y Merlina no podía hacer nada por ella, abrió la puerta del balcón para entrarla y fue ese segundo que se alejó de ella lo suficiente para que la menor fuera hacia la pared y comenzara a golpear su cabeza con fuerza.

—¡No, no! —se había casi lanzado sobre la chica para abrazarla, alejándola de la pared. Enid intentó continuar golpeándose contra el hombro de su novia, hasta que ésta la abrazó con fuerza para que no pudiera moverse de su pecho.

No pudo siquiera entrarla, no pudo hacer nada por ella, sólo sostenerla allí, en el balcón, apretándola para que no se golpeara, aguantando su llanto y sus gritos, sus ruegos llenos de dolor en búsqueda de paz y silencio, por alrededor de media hora hasta que el último ruido se detuvo.

Cuando paró, Enid respiraba agitada, seguía llorando, Merlina lloraba con ella.

—Lo siento, Niddie, no volverá a pasar nunca más.

sarang; wenclairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora