𝐄𝐔𝐑𝐘𝐃𝐈𝐂𝐄 | ' cree solo la mitad de lo que ves y nada de lo que oyes '
‾‾‾‾‾‾‾‾‾‾« en donde Eurydice Pym es
enviada a la Academia de Nunca Más
como un rito de iniciación por su familia » ‾‾‾‾‾‾‾‾‾‾
▹ wednesday fanfiction
▹ femoc x ?
▹ no se...
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EURYDICE NO HABÍA SALIDO DEL DORMITORIO DESDE QUE SE DESPIDIÓ DE SUS PADRES. Prefería sumergirse en su propia miseria que ocupaba su tiempo como prisionera. ¿Primer trabajo? Todd hizo una labor decente para portar sus pertenencias hacia Administración y el de transportarlas hacia Icarus Hall.
En silencio lo admiraba, con el pensamiento de que podía encontrarse a una familia mejor a la cual servir. Su padre no sería capaz de encontrar servidumbre y, pese a su actitud, su madre desperdiciaría oportunidades con entrevistas inútiles.
No eran nada sin él, por lo que era preferible que Todd los dejara consumirse en la ignorancia de ser ellos mismos.
Eurydice se quedó en silencio admirando el arduo trabajo del sirviente. Sabía que todos quienes la rodeaban eran como ella; una excluida con tendencias a lo anormal... al menos, era lo que oía de los normies. Todd lucía como uno de ellos; aseado, con el hobbie de salir en caminatas por el cementerio y de coleccionar restos de vestimentas o huesos que encontraba en el camino, sólo que poseía una feroz fuerza descomunal.
Le seguía impresionando la mortalidad de aquellos flácidos brazos y lo que eran capaces de ocultar a simple vista. Eran capaces de levantar un piano de cola como si nada y postrarlo en la comodidad del solitario Icarus Hall para su única residente.
«Frágil» tenía escrito en la cubierta blanca. Era la letra de Todd.
Había acabado con ordenar su vestimenta, la casa de Sócrates y la posición de su cama, por lo que quitar la nota adhesiva fue el final de Eurydice con sus tareas.
Ya no tenía excusa para no esparcir su presencia en Nunca Más, de impartir incomodidad y ser una "celebridad".
Se quedó observando detenidamente la nota en su mano. Pudo tirarla, doblarla y arrojarla por unas de las ventanas plegables de su inmenso ventanal o también dársela de comer a Sócrates, quien se mantenía agitando la cola de izquierda a derecha por atención encima del piano igual que su pelaje. Había tantas opciones para una situación tan banal, pero que fue interrumpida por el abrir de la puerta.
Se le aceleró el corazón de la sorpresa y se giró rápidamente. ¿Por qué y quién alguien se le ocurriría interrumpirla?
—Buenas noches... ¡Ay! Perdón por el lodo.
Una mujer había entrado en el dormitorio de Eurydice. Se presentó con un «buenas noches», a lo que dio una mirada a las afueras y era cierto, ¿en qué instante el sol le había dado la espalda para ocultarse? La noche era el momento en que los bichos aparecían. La que tenía en la entrada era una mujer con presencia muy animada y colorida. Ojos grandes detrás de las gafas que competían con la de Sócrates. Miraba a Eurydice con una sonrisa nerviosa, volviéndose a disculpar por el barro de sus botas rojas.
—Vaya... —apreció el cuarto— tienes una habitación muy iluminada.
Eurydice suspiró de cansancio. Una persona que le hablaba significaba esforzarse por ir por su libreta. Caminó al otro extremo del cuarto para rebuscar en su cama y escribió en la hoja lo siguiente: