Primero

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— Buenas tardes, Malfoy ¿Cómo estas hoy? — preguntó amablemente una voz femenina.

Había entrado a la habitación una mujer esbelta, de cabello rizado y tacones bajos.

Draco estaba sentado mirando por la ventana, pero al sentirla entrar en el cuarto se volteó suavemente a mirarla.

— Tan puntual como siempre, Granger. Como cada jueves a esta hora — respondió el saludo con poco entusiasmo.

— Ya sabes como soy — sonrió.

Draco también sonrió, pero distante, mirando nuevamente por la ventana.

La habitación no era más grande que un un dormitorio común, tenía dos sillas disponibles y una mesita al lado de la ventana, una pequeña cama para una persona, ubicada en medio de la habitación, un velador con una lampara de noche encima, una pequeña alfombra a lado de la cama, paredes blancas y un par de grandes ventanales.

Draco suspiró.

— ¿Y eso? — preguntó Hermione.

Draco no la miró.

— Siempre te muestras más entusiasmado cuando vengo — se sentó en la silla a su lado lentamente — ¿No quieres hablar conmigo hoy? — preguntó examinando con detenimiento sus expresiones.

Draco seguía ensimismado, sin responder.

— Si tu quieres... — puso con precaución su mano en la rodilla de Draco — podemos hablar de ello, o puedo volver otro día.

Hermione seguía sin obtener respuesta.

Se quedaron en silencio un par de minutos. Hermione lo observaba sin decir palabra, Draco continuaba mirando por la ventana.

Algo había diferente en Draco esta vez, cada semana al ir a verlo, él mostraba un pequeño atisbo de alegría al verla, pero, en esta ocasión, parecía más como si Draco realmente quisiera estar solo.

Al cabo de otro par de minutos, de observarlo en silencio y ver que no iba a lograr que quisiera conversar con ella, se puso de pie lentamente. Arregló sus ropas y comenzó a caminar a la entrada, cuando abrió la puerta se giró para despedirse de él.

— Nos vemos el próximo jueves, Draco.

Pero, al igual que las veces anteriores, no obtuvo respuesta.

°°°

Habían pasado varios años desde el fin de la guerra, en ese entonces, Draco había quedado muy mal parado, a pesar de que Harry habló por él y sus padres, no se había podido librar de una temporada en Azkaban.

A pesar de que odió todo el tiempo ser mortífago, no todos los magos estaban de acuerdo en que era del todo inocente. Después de todo, había cometido muchas atrocidades bajo el mando de quien no debía ser nombrado. Atormentado por los recuerdos de ellos y la cercanía de los dementores, aquellos seis meses en Azkaban, fueron el infierno mismo, una tortura interminable, insufrible. Esos pocos meses habían mellado profundamente su cuerpo, su alma y su mente.

Harry intentó visitarlo unas cuantas veces, pero a pesar de ser el salvador del mundo mágico, no se lo permitieron. Él sabía que estaría solo, que sus padres pasarían mucho más que solo seis meses ahí y que el día que saliera no tendría a donde ir, porque simplemente todo lo que algún día le perteneció a la familia Malfoy, ya no lo tenían, pues el ministerio tomó posesión de todo hasta que Lucius pagara su deuda con la sociedad mágica.

El día que Draco fue liberado, Harry lo esperaba afuera. Draco al percatarse de su presencia lo miró con recelo y muy en el fondo con temor. No tenía su varita, pues a pesar de estar libre de Azkaban, tenía prohibición de usar magia por un año y medio más. Entonces ver a Harry frente a él, lo hizo pensar que iba a burlarse de él o algo peor, vengarse. Pero, contrario a lo que imaginó, Harry se mostraba tranquilo ante él.

El dueño de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora