𝐈𝐈𝐈

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Tewkesbury observaba sereno como Elizabeth y su madre tomaban el té. Apenas pudo sorber un poco de su taza esa mañana pensando en Enola y la punzada de dolor que le causó verla tan acongojada y al borde de las lágrimas. Era duro, porque en su posición no sabía cómo actuar. Hacía mucho tiempo que ninguno tenía contacto directo e ir a su casa había sido un gran desacierto.

Debería de estar enfadado; tal y como le dijo, debería odiarla, y no por el hecho de terminar lo que estaba apenas iniciando entre ambos, menos sin decir palabra (lo cual, de por sí, fue un golpe bajo); sino por abandonar su amistad, dando por sentado que él la olvidaría. Enola, en ocasiones, no parecía pensar en nadie más que en sí misma. Si no la conociera, afirmaría que es una egoísta y una arrogante. Pues para mala suerte de ella, o quizá también suya, estaba en su cabeza todo el maldito tiempo; se preguntaba qué hacía, cómo se vería, con quién estaría, la imaginaba riendo, hablando demasiado y en absoluto silencio. Era algo preocupante bajo esas circunstancias, no podía solo no importarle.

Pasaron días de su visita improvisada y recordaba a Enola muy claramente; no parecía tener fuerzas ni para iniciar una corta e irónica conversación y, en parte, fue culpa suya. No debió invadir su privacidad como lo hizo. ¿Cuándo se había vuelto tan indiscreto? Y sobre todo, tan frío con su trato.

—¿James? ¿Escuchaste lo que Lady Elizabeth acaba de decir?— Caroline parpadeó en su dirección.

Tewkesbury bien conocía las artimañas de su madre, siempre fingiendo no notar las cosas cuando en realidad, en su mente, estaba pensando mil formas distintas de abordarlo para que confiese y luego regañarlo por su comportamiento, al igual que su tío cuando solía visitarlos. No se tragaba sus excusas, era buena en eso de los interrogatorios; pero él ya no era un niño y no tenía que darle explicaciones si así no lo quería. Podía guardar sus pensamientos sobre Enola para él sin hacer partícipe a su madre; de lo contrario, ella actuaría. No necesitaba su insistencia a esas alturas.

Él se quedó en blanco, no enhebraba algo coherente que responder, porque era probable que se pusiera a hablar del clima cuando Beth hablaba del... « ¿De qué carajo hablaba?»

Se sintió un desconsiderado y mal educado.

Aclaró su garganta para que su madre lo sacara del apuro en el que ella misma lo metió, continuando con la conversación.

—Sobre...

—Sobre las desapariciones en Whitechapel—dijo ella, con más seriedad que hace un rato, en efecto muy molesta; aunque muy convincente, cómo si en algún momento le hubiese seguido el hilo—¿Tenías conocimiento de ello?

Lo primero que vino a su cabeza fue «No» Lo segundo, « ¿Cómo Elizabeth lo sabía?» Y lo tercero y no menos importante, «Enola lo sabía». Esa era una afirmación segura, pero centrándose en la pregunta del momento, negó.

Su mirada confundida buscó los ojos inocentes de Beth, quien se dedicó a evitarlo; parecía avergonzada, bebiendo de su té. Era posible que creyera que no le importaba en lo más mínimo lo que decía.

En parte, fue así por un momento. Luego, Tewkesbury se sintió terrible por ello. Preocupado buscó su mano libre; acariciándola de un modo protector y se acercó a ella con interés.

—No tenía idea... Pero, ¿Cómo te has enterado? ¿Estabas allí? ¿Estabas sola?

—No, no. Por dios, es un alivio que no. Jamás pondría un pie en ese lugar...Solo me lo contaron. Mi tío tiene prestamistas en esa zona. Me comentó hace poco. Es algo alarmante, pero las pocas personas que han logrado dar testimonio, dicen que se trata de mujeres de mal vivir; acompañantes nocturnas.

—Dios ampare sus almas—susurró Caroline, llevándose la taza de té a los labios—. ¿Pero qué esperaban? Es el destino para personas como ellas. No es más que... Gente de la peor clase. — soltó con desdén.

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