𝐕𝐈𝐈𝐈

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Enola comenzó a sentir el frío del lugar atravesarla cómo hojas de metal filosas. Agrietaban sus labios y tenía la fuerte necesidad de mordérselos buscando contener su frustración. No tenía palabras para describir esa noche, aunque las náuseas y el mareo que causa el vértigo se asemejaban mucho a lo que le había provocado. Sentir que caería estrepitosamente en algún momento.

El apartamento de Tewkesbury seguía como lo recordaba; lleno de plantas ocupando gran parte del espacio, hasta podía jurar que lucía un poco más pequeño a causa de un par de macetas nuevas.

Enola notó los crisantemos en el aparador y las rosas en la ventana.

Sus ojos escrutaron con cuidado cada rincón y él estaba pintado en todas partes; pero lo estaba sintiendo justo detrás de ella.

Tewkesbury estaba ahí, la estaba observando, su respiración le golpeaba la parte posterior del cuello y eso le causó un revoltijo en el estómago que intentó contener en vano apretando los puños.

Las cortinas ondearon con la fina ráfaga del viento apagando el fuego de la lámpara sobre la mesa de noche, pudo vislumbrar por un momento el cielo estrellado a través del cristal, su cuerpo se tensó al percibir la atracción como un imán entre ella y Lord Tewkesbury que la tengan a cerrar los ojos y abandonarse al tiempo.

Sus labios se abrieron soltando un débil suspiro, moría de los nervios.

—Necesitas descansar, puedes quedarte en mi habitación. Es más grande, estarás cómoda.

—Lo que sea estará bien, Tewkesbury. No quiero causar más molestias. — su voz se mantuvo neutra.

—No lo haces, sabes que no— él la tomó del brazo, girándola para poder enfrentarse. Ella encontró su mirada apesadumbrada y desesperada—; estoy preocupado, Enola.

—Descuida, te dije que encontraríamos a Lady Elizabeth. Debes guardar la calma.

Él asintió, un tanto decepcionado por su reacción esquiva. Enola sabía perfectamente que no era Beth a quien se refería. La soltó despacio, ella tocó el espacio donde había estado antes su mano.

—Sí, debería ser lo más apropiado ahora.

Enola pensó de pronto que él se alejó como si ella quemara, quizá porque recordó todo lo que le dijo en ese carruaje.

Había sido hiriente y precipitada.

Pero fue el tono en que respondió lo que la hizo suponer que ese sencillo "deber" no ocuparía la mente de Tewkesbury.

—Te mostraré la habitación— ofreció él, luego de un par de segundos de reflexión.

No la miraba más, prefirió caminar derecho hacia el dormitorio por el corto pasillo con Enola siguiéndolo.

Ella repaso los delicados detalles de la habitación que estaba llena de plantas adornando la ventana al igual que afuera, eso y el papel tapiz venían siendo la mayor parte de la decoración; era de un verde tenue con pequeñas flores, su cama estaba pulcramente ordenada, un cambio de zapatos sobre la alfombra tejida, el olor a lavanda se esparcía en el lugar como la neblina, sobre una silla azul estaba su ropa perfectamente doblada...

Enola no pudo evitar sonreír, gesto que él captó al instante cuando ella se movió en su frente para apreciar las flores diminutas sobre su pared, acariciando el tapiz con delicadeza.

—¿Sucede algo? ¿Te parece bien?

—Estaré cómoda Tewkesbury...es solo...—volvió a sonreír, casi anonadada con la sensación—. Es muy tú.

—Incluso más yo que en mi propia casa.— asintió para sí mismo , divertido con su broma; pero ella resultó más seria al respecto.

—Eres un hombre con mucha convicción, lo sabes.

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