𝐗𝐈𝐈

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Enola se encargó de despejar el sofá más largo del pequeño salón en el apartamento de Tewkesbury, mientras, él acomodaba el cuerpo de Henry sobre sobre este; era pesado y cayó sobre los cojines en un golpe seco.

Tewkesbury no le dio mucha importancia a pesar de que Enola sabía que era una persona en extremo cuidadosa. Henry emitió un quejido por lo bajo que se oía como un burbujeo y volvió a relajar sus extremidades entre los cojines.

«Es que está ebrio». Pensó Enola.

Tewkesbury, sin embargo, lo miraba entre el disgusto y la preocupación.

—Iré por café...Quizá eso lo ayude.

—Enola, aguarda—él la tomó de la muñeca cuando ella ya iba de camino a la cocina—. Tal vez sea mejor esperar a que se despierte por su cuenta. Quizá ni siquiera sabe qué vio con exactitud y sea producto de todo el alcohol que ha ingerido—le echó una mirada de reojo y luego se inclinó cerca de ella para murmurarle al oído, como si Henry fuese capaz de escuchar—...Además, no estoy seguro de creer que sea hermano del doctor Watson.

Si bien Enola conocía al doctor Watson, poco sabía de su origen... «Había olvidado ese pequeñísimo detallito» No más que el hecho de que el padre de este había muerto hace ya un tiempo. Ni hermanos, ni más familia cercana...lo cual la hizo pensar, por un minuto, lo terrible que había sido saltarse un paso tan importante siendo ella detective. Era una vergüenza para los de su "especie".

«¡Ja! Eso es algo que diría Mycroft».

Su expresión de preocupación fue menguando en cuanto su rostro, lentamente, giraba hacia Henry. El potente olor a alcohol que provenía del joven era apenas tolerable y Enola arrugó la nariz sin poder evitarlo.

Luego, sus ojos pasaron a Tewkesbury, mirándolo con culpa.

No parecía muy a gusto. Por Dios... ¿Qué estaba diciendo? Él lucía disgustado. Por la expresión estoica en su rostro y los labios fruncidos juraba que su odioso lado remilgado de Marqués estaba saliendo a la luz y luchaba para no comportarse como el cretino que no le dio las gracias el día que se conocieron; fue una bendición que diera media vuelta y el gesto se deshiciera, aunque vio perfectamente como desencajó la mandíbula y estrechó los ojos antes de.

—Es que temo que no recuerde nada al despertar. Tal vez es algo importante...

—Amanecerá pronto, sé paciente.

Su voz, por un instante, le sonó áspera. Quizá ya no tenía más sentido discutirle el tema, así que asintió y se retiró hacia la cocina mucho antes de que Tewkesbury siquiera pudiera rosar su brazo.

Existía algo llamado culpa.

Él la siguió y le encontró comiéndose las uñas de la impaciencia habiendo creído erróneamente que se le había quitado el hábito.

Soltó un suspiro pesado y evitó refutarle cualquier cosa. Quizá porque sabía mejor que nadie que ella era una cabeza dura.

En silencio se dispuso a preparar un poco de té. La cabeza de Tewkesbury se había puesto a trabajar a mil por segundo, por supuesto que Enola había ignorado meramente ese hecho, ella tenía sus pensamientos lejos en ese momento. Pero había un extraño ebrio en su casa, había miles de personas con el mismo apellido; pero este específicamente conocía a Enola, o al menos sabía de ella y no había pasado desapercibida la mirada que le había dado. Conocía bien esa mirada, era la misma que él juraba tener cada vez que ella aparecía en su campo de visión, justo como en ese momento...A cualquier hora, en cualquier lugar.

La contemplaba y aún hecha un lío seguía siendo la mujer más hermosa e intrépida que sus ojos hubiesen visto. Esa aura salvaje y tan pura de Enola resplandecía a su alrededor y la hacía desearla con todas sus fuerzas.

GOLD RUSHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora