CAPITULO 7

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A LA MAÑANA siguiente la despertó el fuerte ruido de la lluvia contra los cristales, pero encontró el sonido delicioso porque se hallaba en los brazos de Alfonso, acurrucada junto a su cuerpo y se sentía tranquila y dichosa. Se le acercó más y sus brazos la estrecharon, por lo que supo que también estaba despierto y se volvió a mirarlo.

-¿Qué día es hoy? -preguntó Anahí somnolienta y él le sonrió.

— Domingo y dentro de unos minutos comenzarán a tocar las campanas de la iglesia.

—Tengo hambre —dijo estirándose y su mano recorrió la curva de la espalda de su marido.

—No sé qué hay de comida —dijo Alfonso.

—¿No has comido estos días? —se lo quedó mirando y la mano de él se metió entre su cabello.

Se encontraron sus ojos y Anahí sintió que el corazón comenzaba a latirle de prisa. La atracción entre ellos la hacía sentirse lánguida y relajada. Recordó las largas noches de los primeros meses de su matrimonio y la fuerza con que la amaba. Ella dejó caer la cabeza sobre su hombro con la boca contra la piel que dejaba desnuda su pijama.

El le acarició el cabello, echándole para atrás la cabeza y con lentitud, su boca se acercó a los labios de ella, como si le diera tiempo Para retirarse, para rechazarlo.

Ella observaba la dura línea del rostro a través de las pestañas. La boca de Alfonso tocó la suya con suavidad y ternura. Ella respiró con cuidado, como si temiera alejarlo. Ella levantó la mano y le acarició la mejilla, acercándolo, y luego, la presión cambió. Él temblaba, sintió en su propio cuerpo el movimiento. Sus labios se endurecieron y los de ella se abrieron aceptándolo, sometiéndose. Con los labios le acarició la boca y él respondió a la caricia con cariño.

Se besaron sin ocultar sus sentimientos. Ella le pasó los brazos por el cuello, suavemente.

—Me amas... ¿me amas? —las palabras susurradas apenas si eran coherentes,


sonaron apasionadas en sus oídos mientras él le besaba la desnuda y cálida curva del cuello, cubriendo su piel con besos suaves.

Antes que pudiera contestar, el teléfono sonó. El timbre los devolvió a la realidad.

Alfonso se quedó rígido y maldijo entre dientes.

—¿Quién diablos puede ser?

El mismo pensamiento se les ocurrió a los dos. Se miraron uno al otro y Anahí se mordió el labio.

— Redway —dijo Alfonso serio. —Podría ser —admitió ella.

— ¡Que se vaya al diablo! —murmuró él y saltó fuera de la cama. Se acercó al teléfono y lo levantó.

CELOS QUE MATANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora