VOY A TENER que contestar algunas preguntas en el pueblo -le dijo Caroline a Alfonso a la mañana siguiente mientras desayunaban.
-No veo por qué. Ninguno de los dos había estado aquí. No se darán cuenta que alguna vez estuvimos separados.
Eso la sorprendió.
—¿No lo saben?
—Alquilé un apartamento en Londres - explicó él.
—¿Y cenaste con estrellas de cine? Alfonso se rió divertido.
-¿Te puso furiosa? Simone se moría de curiosidad, pero fue muy discreta.
Simone tenía una idea de cómo estaban las cosas, pensó Anahí, pero dijo en voz alta:
—¿Te gustaba? -y su tono no fue muy ligero.
—¿Te importaría si así fuera?
—Te sacaría los ojos.
-Es una persona muy especial.
Ella le clavó las uñas en la muñeca y gruñó:
-¡Ten cuidado!
Era la primera vez que se atrevía a hacer una fingida escena de celos y Alfonso la miró sonriente.
-Se me ocurrió que un clavo sacaba a otro clavo -admitió.
—¿Y qué quiere decir eso?
—Pensé que debía ampliar un poco mi horizonte — dijo en broma.
-¿Olvidarme con otras mujeres? -ese pensamiento se le ocurrió varias veces en el pasado y no le gustó, lo admitió al decir-: ¿Y lo lograste?
— No. Nunca fue posible. Anahí, tú eres como la enredadera... te aterras.
—Aun a tu naturaleza de granito -se burló.
-Especialmente a ésa. No puedo apartarte de mi corazón.
—No me iré ni aunque trates de echarme —prometió y le oyó suspirar.
-Haré que lo cumplas.
Le miró y puso una cara triste.
-¿Aun cuando no me quieras porque parezco un balón?
-Por lo menos ningún otro hombre querrá robarte mientras tienes esa figura. Tal vez debí mantenerte embarazada desde el principio de nuestro matrimonio, ¿por qué no se me habrá ocurrido hacerlo?
Anahí se sorprendió de que bromeara al respecto y eso le pareció buena señal. El haber mantenido sus celos tanto tiempo en secreto y ahora hacer alarde de ellos, era muy significativo.
Al día siguiente regresó al trabajo, pero ordenó que la señora Cárter la cuidara, no queriendo dejarla sola en la casa.
—Todavía me faltan varios meses —protestó Anahí.
—Quiero saber que estás bien cuidada cuando te dejo sola.
Ella paseaba todos los días por el pueblo, se encontraba con amistades, charlaba con ellas y encontraba sus preocupaciones hogareñas más aceptables ahora que ella misma estaba a punto de dar a luz. Hablaban del embarazo y aprendió a poner oídos sordos a lo que podía preocuparla.
—No hagas caso —dijo Jean tranquilizándola—. Estás muy sana. No hay razón para que te vaya mal. Algunas mujeres exageran.
Mientras esperaba tener el niño, los meses le parecieron interminables. Ahora, James se portaba de forma muy diferente. A Anahí le gustaba hablarle, como si un enorme obstáculo hubiera desaparecido entre ellos. Lo que ahora la preocupaba era cómo reaccionaría al nacer la criatura. Temía que acusara la aparición de una tercera persona en su hogar.
Lo que Jake le dijo lo cambió. Estaba más tranquilo, más amoroso. Manifestaba tiernamente sus sentimientos.
Conforme se acercaban los días del nacimiento, encontró que el tiempo pasaba con más lentitud. Comenzó a mirar el reloj, a contar con los dedos los días que faltaban. —Sólo seis días y luego...
— Podría retrasarse un poco —advirtió Bob, el médico.
— No un hijo de Alfonso. -Y podría ser niña. Anahí movió la cabeza. -Alfonso querrá un niño.
—Querrá lo que venga —dijo Bob—. Y tú también. —¿No se puede devolver si no es del sexo esperado? -se burló ella.
— Definitivamente no.
Por fin el niño llegó un día a medianoche. La despertó de un sueño inquieto con un dolor que le hizo gritar y agarrarse a Alfonso.
— ¡ Querida! - se sentó él, alarmado. -Bob-murmuró-. Busca a Bob... -Llamaré al hospital-dijo Alfonso.
Ella se dio cuenta entonces de lo que significaba el dolor.
— ¡Ya viene... Alfonso! —él marcaba, pero ella gimió con pánico—. ¡Alfonso!
Él regresó a su lado después de terminar la breve conversación y la abrazó por lo que ella pudo apoyarse contra él con un suspiro.
—Quédate conmigo, te necesito.
Pero en el hospital le enviaron a la sala de espera mientras se llevaban a Anahí,
dejándola en las manos de enfermeras y médicos.
— Una niña —le dijeron horas después, aunque a ella le parecía que habían pasado siglos y estaba agotada.
— Una niña... —murmuró mirando el arrugado y lloroso bulto que le ofrecían. Los pequeños párpados se abrieron de una forma curiosamente familiar y los ojos de Alfonso la miraron, azules y profundos en la criatura, pero como los de él, bajo oscuras cejas, y en un rostro idéntico al de su padre.
— Una niña larga y flaca —dijo sonriente la comadrona.
Cuando Alfonso entró a verla, estaba medio dormida, con la expresión agotada. Él le sostuvo la mano mirándola con una sonrisa y ella luchó contra el cansancio que la envolvía.
— ¿La viste? —oyó preguntar a su propia voz y trató de sonreír, pero estaba muy cansada.
— Sí —dijo apasionado. Le besó la mano y luego los dedos, uno por uno con mucha ternura—. Amor mío, estás muy cansada.
— Sí —dijo cerrando los ojos porque tenía miedo. Él parecía indiferente al bebé y Anahí quería que lo amara. ¿Cómo podía estar tan frío frente a ese pequeño ser que ya llevaba su sello?
—¿Ya pensaste en un nombre? —preguntó sin dejar de jugar con sus dedos—.
¿Qué te parecería Madeleine? Es un bonito nombre —rió con suavidad y ella abrió los ojos sorprendida—. Todo ese cabello negro en una cabecita tan pequeña -dijo él—. Tiene un curioso aspecto. ¿Te fijaste en sus uñas? Son perfectas.
Anahí se le quedó mirando sin respirar. Él hablaba, acariciándole con un dedo la palma y ella vio que había notado cada detalle de la niña. Habló de sus pestañas, orejas y dedos de los pies, como si estuviera asombrado de encontrar que tenía esas cosas.
Cuando se fue, Anahí durmió durante horas, muy complacida. Temía que no quisiera una niña, pensaba que preferiría un hijo, pero ahora veía que toda su naturaleza se inclinaba a ver a una hija con adoración. Iba a ser un padre muy amante.
Al día siguiente su habitación parecía una floristería. Regañó a Alfonso cuando entró, y él se rió, encogiéndose de hombros divertido.
—Te lo mereces... ¿Cómo está Madeleine hoy? ¿Puedo verla? Ayer salí a comprarle unos juguetes... un conejo de peluche de cuatro pies de altura... espera a verlo.
Ella le observó con ojos sonrientes.
— Alfonso, es muy pequeña para juguetes.
—Oh, pero quiero que crezca rodeada de cosas bonitas —dijo con seriedad-. Mientras estás aquí, haré que decoren el cuarto vacío. Pensé que estaría bien con pintura blanca y calcomanías.
La enfermera entró sonriendo de oreja a oreja y llevando una canasta de plata de rosas rojas, docenas de ellas. Parecía que el rocío brillaba sobre las flores. Anahí
gruñó:
-¡Oh, Alfonso! ¡Qué extravagante eres! Ya estoy sumergida en flores.
La enfermera las colocó cerca de la cama y salió, pero Alfonso dijo en voz baja.
—No son mis flores, Anahí. Ella le miró y se mordió el labio.
Él se agachó y sacó una tarjeta de entre las rosas y se la entregó con una expresión vacía. Ella la miró lentamente y sus manos temblaron. Alfonso recogió de nuevo la tarjeta y la miró.
No traía nombre. Sólo tres palabras: «A mi amor». Alfonso leyó en voz alta, inexpresivo.
— Debe haberlas mandado por cable. Sigue en España. Anahí lo miró nerviosa.
—¿Cómo lo sabes?
— Le telefoneé anoche -dijo Alfonso y ella se sorprendió tanto que abrió los ojos de par en par.
Alfonso se la quedó mirando, estaba muy calmado.
—Tenía que decirle que estabas bien. Sabía que esperaba oírlo.
Ella bajó la vista, jugueteando con el encaje de su mañanita, le temblaban los dedos.
—Fue muy amable por tu parte.
—Le debía algo —dijo Alfonso-. Para ser franco, tenía que hablar con alguien de Madeleine... no puedo pensar en otro ser en este mundo que estaría tan interesado en ella como Redway, y yo necesitaba hablar. Se la describí y me dijo que debía ser muy bonita y que no aguantaba las ganas de verla.
Anahí no podía apartar los ojos de su rostro.
-Qué bien -dijo con asombro, preguntándose si sus oídos no la engañaban, y si no sería realmente Alfonso quien hablaba con tanta naturalidad de Jake y, aún más, describirle a Madeleine.
—Algo muy curioso me sucedió cuando la vi —le dijo suavemente—. Descubrí que el amor es como un virus"... divídelo y se multiplica, cuanto más estires el amor, más grande se hace... es algo elástico.
A Anahí se le llenaron los ojos de lágrimas.
-Lo sé, querido, lo sé bien.
Alfonso volvió a mirar la tarjeta que todavía tenía en la mano.
—De todas maneras, no voy a darle oportunidad para bombardearte con cartas de amor -y rompió la tarjeta en mil pedazos-. Todo tiene un límite.
Cuando las llevó a casa, la sorprendió con agrado encontrar que se había tomado la molestia de amueblar el cuarto de la niña con un montón de juguetes costosos; había todo tipo de animales de peluche, colocados alrededor de la habitación sobre repisas, y de un cordón blanco, colgaban mariposas multicolores.
—¿Eso no la hará parpadear? —preguntó dudosa.
—No, no —contestó serio—. Ayuda a los bebés a fijar la vista, pero de todas
maneras los puse a la distancia adecuada.
—Hablas como un papá experto —le dijo riendo.
—Conseguí un libro -dijo intimidado-. Pensé que debía saber cómo ser buen padre. Después de todo, no es fácil educar a una hija.
—No —dijo ella con solemnidad, mirándole amorosamente. —Tenemos que hacer las cosas bien.
— Sí, Alfonso —le dijo acariciándole la mejilla.
La señora Cárter entró al cuarto y se extasió al tocar con un dedo la mejilla de la recién nacida.
—¿No es un amor? ¿Y cómo se parece a su papá? ¡Miren ese cabello negro!
—Miren esa nariz —dijo Anahí burlona mirando a Alfonso—. ¡Pobre criatura! Alfonso le pellizcó la oreja.
—¿Qué tiene de malo su nariz? En mi opinión, es muy bonita.
—Porque se parece a la tuya -dijo burlona Anahí-. Lo que está bien en un hombre se va a ver raro en una niña.
La señora Cárter se fue y Anahí se sentó en una silla baja y se desabrochó el vestido.
—Hora de darle de comer. Dámela, Alfonso.
Él le llevó la niña, luego se sentó al lado de ellas en el suelo.
—¿Puedo ver?
— ¡ No es una diversión!, pero si quieres...
La niña inclinó su pequeña cabeza negra con un movimiento hambriento y mientras, las diminutas manos se movían rítmicas sobre el pecho. Alfonso miraba fascinado.
—Buen Dios —dijo al observar que la piel de su hija se ponía rosada de gusto por el alimento—. ¡Es la pequeña más glotona que jamás he visto!
—Lo disfruta-dijo Anahí.
-No puedo culparla —contestó Alfonso y sus ojos se encontraron. Anahí se ruborizó y rió.
—Déjame —le dijo él, cuando cambió a la niña al otro pecho. Tomó su pecho delicadamente y la boca del bebé lo asaltó hambrienta, con los ojos cerrados. Alfonso no quitó la mano. La deslizó con suavidad sobre la blanca piel, acariciándola sin quitarle los ojos a la absorta cara de su hija.
—Qué deseo de supervivencia —murmuró—. Increíble en un objeto tan diminuto.
- ¡Es el instinto de la vida!
—Eres necesaria para ella, ¿lo pensaste alguna vez? -luego la miró con ojos apasionados-. Eres necesaria para los dos.
—Y tú para mí.
—¿Lo soy, Anahí? -dejó que los ojos grises descansaran sobre su rostro. Su amor se reflejaba en su mirada.
-Sí —dijo tocándole la mejilla con la mano—. Oh, sí, Alfonso, ¿no lo sabías?
FIN.Espero que les haya gustado.
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CELOS QUE MATAN
Romance[ACLARACIÓN: ESTA HISTORIA ESUNA ADAPTACIÓN, TODOS LOS DERESCHOS RESERVADOS A SU AUTORA ORIGINAL] ¿Cómo era posible que la pasión compartida en los primeros meses de su matrimonio se convirtiera de pronto en un frío resentimiento? Poco tiempo despué...