Un paso adelante, dos hacia atrás.

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Las clases pasaban y no hacía más que pensar en Alvin, estaba preocupada. Desde el incidente no había pisado el instituto, se había encerrado en su habitación según él "para recuperarse".

Pero yo sabía que había algo más.

Las clases no eran lo mismo estando yo sola, me la pasaba mirando el pupitre vacío a mi derecha.
Esta vez una voz rasposa interrumpió mis pensamientos, sucesivamente escuché unas risas.

—Vivienne, ¿otra vez mirando a las musarañas?—el profesor Martínez era un viejo infeliz dedicado a las matemáticas, que por obra del destino, la había tomado conmigo desde el día uno. —veamos si puedes responder la 5, en tu caso supondrá un punto de la nota final.

—!¿que?!— alcé la voz—¡no puede hacer eso!

—La autoridad de las elites se prolonga tanto como los valientes lo permitan.

—¿¡y que significa eso?!—mire a los lados, varias personas alzaban las cejas en una expresión interrogante, bien, no era la única. —está bien, responderé la maldita pregunta.

Lo odio, con toda mi alma.

Me concentré en la pizarra, en la ecuación que aparecía en ella.

"[((por^2)-6x+10)/((por^2)+8x+17)] = [(por+4)/(x-3)]^(-2)"

Alvin hubiera resuelto la pregunta sin problemas,  después hubiera alardeado sobre lo bueno que es en matemáticas para ser gay, lo echaba tanto de menos...

Sentía vergüenza por lo que venía, perdería ese punto y encima tendría que tragarme el bochorno  posterior, maldito y enigmático viejo Martínez.

Abrí la boca para responder, cuando sentí unos intensos ojos sobre mí, de repente escuché un susurro, imperceptible para el resto, pero para mi fue muy claro.

—57, la respuesta es 57. —respondí.

El profesor Martínez miró la pizarra, después se ajustó sus gafas y se dio la vuelta hacia ella, dándole la espalda a la clase mientras hablaba en tono calmado.

—Eso es lo que dicen. —se apoyó en la mesa, después de quitó las gafas y se cruzó de brazos. Tocó el timbre antes de que siguiera hablando.— Muy bien alumnos, podéis retiraros.—me levanté con mi bolso y empecé a recoger cuando volvió a hablar.

—Todos menos tú Vivienne.

—¡¿Qué?!—pegue el libro a la mesa. —¡¿Pero si he respondido?! Y ni siquiera se si la respuesta es correcta.

Para entonces solo quedábamos nosotros dos en el aula.

—Exacto, la respuesta. —me señaló con los ojos un poco más iluminados. —deberías preguntarte si es esa la única que hay, la única que conocemos...

Dios mío.

—¿hay acaso otra? ¿Es eso matemáticamente posible?

Soltó una carcajada, después de volvió a dar la vuelta hacia la pizarra mientras negaba para sí mismo, como si mis palabras le hubieran causado Gracia. Le repetí la pregunta pero no obtuve nada, era como si estuviera nadando en sus propias ideas.

Salí del aula finalmente. Ya tenía suficiente, discutir por un punto no me merecía la pena, además tenía preguntas mucho más urgentes en mi cabeza que una simple cuestión matemática. Como:
¿Por qué diablos Cristobal me había dicho la respuesta?

Me saltaría la siguiente hora para averiguarlo.

Mientras todos los alumnos avanzaban hacia la cafetería , yo fui a contra corriente y me escaquee por las escaleras hacia el último piso, poca gente sabía de la azotea del instituto. Era nuestro lugar, el de Alvin y yo, incluso habíamos marcado nuestras iniciales en un rinconcito de un muro cuando nos conocimos en primero.

Cerré la puerta metálica a mis espaldas y dejé los recuerdos al otro lado, lo echaba tanto de menos.
Un olor particularmente desagradable me llegó de golpe. Busqué su procedencia superficialmente.

No tardé mucho en encontrarla.

—¿Quieres tomar una foto? Duran más.

Cristóbal se encontraba sentado en el borde, con ambos pies colgando al otro lado, la primera cosa que se me pasó por la cabeza fue advertirlo de la altura, la Segunda fue empujarlo, igualmente el orden no alteraba que tuviera más ganas de lo Segundo.

—imbécil.—musité. luego reparé en el objeto que descansaba entre sus dedos, un porro medio consumido. Algo de rechazo se instaló inmediatamente en mi pecho. Pareció notar mi reacción por lo que intentó molestarme.

—¿Quieres?

—¡no!—fruncí el ceño. —sabes que esa substancia te pasa factura más pronto que tarde ¿no? No deberías consumirla, a menos que tengas esclerosis múltiple.

Dije atropelladamente, odiaba a la gente que fumaba para hacerse la guay. Si Alvin estuviera aquí, estaría de acuerdo conmigo.

—Qué, te preocupas por mi eh. —no me miraba, seguía jugando con el porro en sus manos mientras miraba hacia abajo. Abrí la boca para discrepar pero entonces soltó una carcajada, ese acto me tomó por sorpresa, sonaba muy diferente a lo que hubiera imaginado que alguien como él haría al reírse, de hecho, nunca me lo hubiera imaginado riéndose. —Es broma, ya se que me odias.

Y entonces le dio una larga calada. 

Por algún motivo me nacía justificarme, darle la vuelta a la conversación de alguna manera, pero esa era mi realidad en sus palabras, yo lo odiaba, e intensamente.

—Epilepsia.

—¿Que? —no le entendí.

—No tengo Esclerosis, tengo Epilepsia.—dijo, mis cejas volaron en mi cara. Así que por eso fumaba...

—¿Y por qué me dices eso a mí?— repliqué, no entendía como eso cambiaba nada, si esperaba que me arrodillara ante él por su muestra de sensibilidad le iba a tocar ponerse cómodo, porque no lo haría.

—¿y por qué no?—respondio, parecía querer decir algo más, pero el timbre sonó, di un paso hacia él hasta que habló con un todo completamente diferente al de momentos atrás.

—Deberías volver a clases.

Ya no sonaba despreocupado, me molestó sin yo saber por qué, era como si lo hubiera visto ponerse su máscara de maleante de nuevo.

Entonces retrocedí un paso, luego dos, y desaparecí.

Mamá, creo que me gusta el bad boy.  [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora