Fragil como una granada.

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—Miedo dan tus motes, salido.

Mi respuesta fue acompañada de una risa nerviosa antes de que cruzara por debajo de la verja muy dignamente.

Al otro lado, el patio trasero de una casa bastante mal cuidada nos recibió de frente. Se escuchaba tanto ruido que me sorprendía no haberlo notado desde donde habíamos dejado la moto. Había estado distraída.

Cristóbal me tomó de la mano sin aviso previo, mis ojos se abrieron en busca de los suyos.

—quéestáshaciendo. —siseé, según se acercaba a la puerta trasera, donde había un tío apoyado con algo entre sus labios, un cigarro. Cristóbal me mira de reojo.

—No conviene que andes por ahí retando y gritándole a cualquiera. Hazme caso, una chica como tú no está familiarizada con lo que hay ahí dentro.

—¿una chica como yo? Pff—quien se creía para asumir el tipo de chica que era, no me conocía, si acaso esa es la frase que le soltaba a cada una de sus zorras. Nunca sería tal cosa.—no sabes nada.

—No, esto es serio. —me agarró por los hombros y me miró a los ojos, por un momento estuvimos a tan solo centímetros. —Mantente cerca en todo momento.

—ajá.

El chico del porche trasero dio un paso hacia nosotros, se le iluminó la mirada cuando vio a Cristóbal, reconocimiento. Luego me miró a mi, y sus cejas volaron en su rostro.

—Qué hay Chris. Long time no see.— dijo el chico, hablando con un acento australiano muy marcado.—¿Quien es esta cutie patootie que te traes contigo?

—Corta el rollo Karl, déjanos pasar. —Cristóbal no correspondió a la risa del hombre, estaba bastante serio de hecho.

El tal Karl se echó a un lado, y nos hizo una mueca para que pasáramos, la puerta estaba entre abierta, pero varias voces se escuchaban al otro lado, junto con música y risas.

—Adelante, welcome to the paradise. — fue lo último que escuché de él antes de cruzar la puerta detrás de Cristóbal.

Nunca hubiera imaginado lo que me encontré allí. Por primera vez, le daba la razón a Chris.

Había gente en todo el espacio del salón y entrada principal, de hecho era como si hubieran tuneado un local ilegal y lo hubieran incrustado dentro de estas paredes que por fuera parecían que se caían a trozos.

Había una barra de bar improvisada en una esquina, y mesas a lo largo de la extensión del primer piso, había manchas de pinturas irregulares en las paredes, la gente...había mucha, algunos charlaban sobre las mesas mientras bebían, otros jugaban al billar o al póquer, algunas mesas estaban sumidas en el humo pestilente de las cachimbas, avanzábamos lentamente, yo de la mano de Cristóbal como si fuera una cría de 5 años.

En una de las mesas cercanas, una mujer con atributos prominentes estaba montada sobre un chico lleno de tatuajes, que la empujó con descaro para zambullir la cabeza en la esquina de la mesa, donde varias raciones de polvo esperaban junto a una tarjeta embadurnada de él. La mujer rió y comenzaron a liarse de nuevo.

Según caminábamos las miradas se iban pegando a Cristóbal, o eso quise creer, porque con cada paso perdía más seguridad. Algunas conversaciones murieron con nuestra llegada, era imposible no notarlo.

Mamá, creo que me gusta el bad boy.  [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora